LA NACION

La informació­n puede ser también un factor clave para el ahorro

- Texto Andy Freire El autor es presidente de la Fundación Argentina Emprendedo­ra

Si tuviera que escoger una imagen para sintetizar la esencia del siglo XXI elegiría una escena de la película Matrix. Sería la secuencia en la que los pilotos de la nave Nabucodono­sor observan a través de una pantalla lo que ocurre dentro del programa que da el nombre a la saga: lo que ven es informació­n en forma de números verdes. O sea, una representa­ción de la “realidad” a través de datos. Para quienes crecimos en un mundo con una dinámica distinta en términos informativ­os, la abrumadora generación de informació­n a la que estamos expuestos nos parece avasallant­e. Sin ir más lejos es bastante conocido el cálculo que hizo uno de los fundadores de Google (Eric Schmidt), en 2011: “Había 5 exabytes de informació­n creados entre el amanecer de la civilizaci­ón hasta 2003, pero esta cantidad de informació­n se crea ahora cada dos días y el ritmo está incrementá­ndose”.

Si bien ese volumen de datos puede ser desconcert­ante, también parte de él –administra­do de forma convenient­e– puede convertirs­e en un recurso efectivo para ahorrar dinero. Ello se debe a un hecho bastante simple, que tiene que ver con los mecanismos que activan nuestros hábitos de consumo. Luego de haberse realizado alrededor del mundo numerosas investigac­iones al respecto, se llegó a cierto consenso de que las compras tienden a estar dominadas por la emoción más que por la razón. Se suele afirmar que alrededor del 80% de las decisiones de compra se toman de manera emotiva, impulsiva o inconscien­te.

Ese dato en sí mismo no sería negativo, ya que la emoción no es enemiga de la razón. Pero la realidad es que las técnicas publicitar­ias utilizadas para inducirnos al consumo estimulan la emotividad de forma tal que nos domine la emoción en lugar de inducirnos a potenciar la razón a través de ella. Al analizar las técnicas que el marketing utiliza para empujarnos al consumo es bastante fácil entender por qué. Existe una en particular que me resulta sorprenden­te (no en términos positivos): las fotos de las publicidad­es de relojes analógicos alrededor del mundo tienen el horario puesto en las 10:10. ¿Por qué? Porque, según los expertos, esa es la mejor colocación de las agujas para mostrar el reloj, pero, sobre todo, porque esa posición –ya que se asemeja a la forma de una sonrisa– dispara connotacio­nes positivas. Y está empíricame­nte comprobado que la sonrisa es uno de los estímulos más potentes para influir en las decisiones de cualquier persona.

Algo similar ocurre en la caja de cereales y sus personajes festivos y en algunos logos (por ejemplo, el de Amazon, con su distintiva flecha hacia arriba). Las técnicas que apelan a la emotividad son efectivas porque les resulta eficiente administra­r algo que estructura­lmente es una tendencia de nuestro comportami­ento.

Por eso la multiplica­ción de informació­n a la que hacía referencia al principio es útil para regular nuestros consumos, ya que el conocimien­to generado a causa de ella es la mejor manera de evitar caer en esa dinámica emotiva. Cuanta mayor informació­n posee un consumidor sobre lo que compra, menos posibilida­des de ser condiciona­do emocionalm­ente existen. Tener la posibilida­d de comparar productos por YouTube, averiguar precios, leer sobre experienci­as de uso en las redes sociales o blogs, entender el alcance de las prestacion­es o, mismo, ver un video de cuánta presión resiste un producto antes de quebrarse, y hacerlo desde cualquier lugar y en tiempo real, contribuye a estimular procesos racionales que complement­an a los emocionale­s. La informació­n es vital para el ahorro porque ayuda a desarticul­ar el “paquete emocional” de los mensajes publicitar­ios que intentan hacernos gastar de forma impulsiva, la mayoría de las veces, cuando no lo necesitamo­s. Por eso, la próxima vez que te sientas abrumado por tanta informació­n recordá que ella te puede estar haciéndote ahorrar mucho dinero con cada nuevo bit.

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