La Iglesia latinoamericana pierde fieles, pero no su influencia
No tiene el poder político de décadas atrás, sus templos y seminarios están cada vez más vacíos, y sus enseñanzas pierden fuerza aun entre los practicantes, pero la Iglesia Católica sigue siendo hoy la institución más influyente de América latina.
Y esta visita del papa Francisco, que dispuso todas sus huestes para movilizar multitudes de fieles, confirma no sólo que la Iglesia cumple aún un rol importante en la región, sino también que América latina es fundamental para la Iglesia.
En el vaso medio vacío se puede ver que desde 1970 los católicos pasaron de representar el 92% de la población local al 69%, según un informe del centro de investigaciones norteamericano Pew, de fines del año pasado. Pero el vaso medio lleno muestra que, pese a la sangría, los latinoamericanos constituyen hoy el 40% de la grey católica mundial. Además, la región alberga a los dos países con mayor cantidad de católicos en el mundo: Brasil, con 134 millones, y México, con 96.
Por otra parte, en estos dos años de pontificado Francisco se ha dedicado a ensanchar el concepto de quiénes son los que pertenecen a la Iglesia, corriendo el eje de la asistencia a misa y la participación en los sacramentos, para poner a la “misericordia” como sello distintivo de la identidad católica.
“¡Nunca una Iglesia sin Jesús y sin misericordia! ¡No espanten al pueblo de Dios!”, advirtió con dureza a los sacerdotes de todo el mundo convocados para un retiro en Roma en junio pasado.
Para tener una “radiografía” de la influencia de la iglesia latinoamericana hoy sería necesario tomar tres placas diferentes: una enfocada hacia su relación con los gobiernos, otra el vínculo con sus fieles, y por último su peso en la sociedad.
“Los gobiernos regionales reconocen que la Iglesia es un factor de poder muy importante”, dijo a la nación José María Poirier, director de la revista Criterio, una publicación que propone un diálogo entre fe y cultura.
“Pero la relación con los gobiernos varía mucho de país en país. Mientras hay una gran tensión en Venezuela con el régimen de Nicolás Maduro, la situación en otros lugares, como Perú o Colombia, es más tranquila. Además, a diferencia de otros continentes, aquí la Iglesia tiene un rol muy vital y valioso en asuntos del ámbito político, como son la educación, la salud o la promoción social”, destaca Poirier.
El Vaticano está jugando además un rol decisivo en el proceso de democratización de Cuba, desde la iniciativa de acercamiento a Estados Unidos hasta su trabajo en favor de la libertad y los presos políticos.
La segunda “placa radiográfica” de la Iglesia regional, la de puertas adentro en el vínculo con sus fieles, tiene un antes y un después de 2007, cuando se celebró en Aparecida, Brasil, la V Conferencia General del Episcopado latinoamericano.
Los vaticanistas coinciden en que el documento final de ese encuentro, redactado por el entonces cardenal Bergoglio, fue la carta de presentación que le abrió las puertas al papado. El texto reflejó una búsqueda que hoy es marca distintiva de su papado: una mayor cercanía a los pobres, salir a las periferias humanas, dar cabida a todas la voces y transmitir la belleza del Evangelio.
De rebote, Aparecida le “robó” el discurso a la Teología de la Liberación, una de las piedras en el zapato de los pontífices anteriores.
Pero los fieles de esta Iglesia tienen en general una postura divergente con las enseñanzas vaticanas en aspectos tales como la moral sexual, por ejemplo. Según el informe de Pew, “en la mayoría de los países, menos de un tercio de los católicos considera que es moralmente mala la utilización de anticonceptivos”.
La última “placa” de esta Iglesia latinoamericana muestra una institución también preocupada por llegar al conjunto de la sociedad donde son mayoría los bautizados que se han alejado. “La pérdida de fieles es un fenómeno al que Bergoglio estuvo siempre muy atento desde sus épocas de cardenal”, recordó el director de la revista Criterio. “Y su fórmula para llegar a la periferia es relativizar los principismos, no emitir juicios tajantes, no encerrarse en los dogmas”, concluyó Poirier.