LA NACION

Kristine Billmyer. “Dejé Facebook y Twitter y mi vida es más tranquila”

El valor del silencio, según una experta de la Universida­d de Columbia

- Texto Juan Cruz | El País

Kristine Billmyer, la decana de Educación Continuada de la Universida­d de Columbia, defiende que estar callado con alguien significa más que las palabras.

–¿La prisa por contar no distrae nuestra manera de escuchar? –Muchas veces lo que no decimos es lo que decimos. Una serie de palabras en determinad­o orden pueden causar felicidad o tristeza en las personas. Cuando un juez le dice a un prisionero la condena, utiliza palabras para cambiar la vida de la gente. En clase hemos tenido una charla muy fructífera, por ejemplo, sobre la palabra confianza. –¿Qué significa? –Es mi sensación de empatía con usted, la creencia de que usted va a cuidar de mí y que usted tiene ese sentimient­o recíproco respecto de mí. –¿Por qué se siente confianza? –Es una necesidad básica: desear no estar solo en el mundo y saber que hay alguien a quien le preocupan tus necesidade­s e intereses. –¿La comunicaci­ón es contra la soledad? –No es la única manera de combatirla. Los apaches tienen una expresión: “Perder la fe en las palabras”. Pensamos que la comunicaci­ón es un modo de tender puentes hacia la felicidad; ellos creen mejor el silencio. –¿Y usted? –Ellos creen que es importante estar callados semanas, por ejemplo cuando te enamoras. O cuando alguien acaba de morir. O cuando vuelven los hijos de sus estudios: están días sin hablarles, para observar cómo han cambiado. Estar callado con alguien significa más que las palabras. –Beckett y Joyce pasaban tardes enteras sin decirse nada. –Hoy en día es difícil no distraerse, ¡hay tantas maneras de comunicars­e! La tecnología ha cambiado la manera de comunicarn­os. –¿Para bien o para mal? –Mi madre tiene 97 años. Ya puede llamarme a cualquier lugar del mundo. Y para mal: estamos abrumados de comunicaci­ón. Hemos de aprender a atender a cosas que exigen atención sostenida. Habrás estado alguna vez en la habitación con alguien cuyo celular suena constantem­ente: no estás con el otro, ¡estás con una multitud! –Eso nos vuelve histéricos. –Eso es lo malo. Una constante descarga de informació­n es lo contrario de lo que hacían Beckett y Joyce: pasaban tiempo juntos sin hablar, para sentir confianza. –¿Cómo luchar contra esa histeria? –El lenguaje es un arma poderosa; podemos usarlo para cambiar nuestras vidas. Y tenemos elección: podemos apagar el celular, apagar la televisión, pero también podemos encender los aparatos. Hay que recuperar la voluntad de hacer una cosa y no la otra. –Pero ¿cómo? –Primero hemos de tener conciencia de que sí podemos ser manipulado­s. La comunicaci­ón siempre se ha usado para manipular a la gente, no es nada nuevo. Tenemos nuevas herramient­as tecnológic­as que tal vez puedan abrumarnos más que antes. Hay que estar vigilante. –Nicholas Carr se preguntó “qué está haciendo Internet con nuestras mentes”. ¿Estamos exagerando o hay que alarmarse? –Yo me alarmo porque veo que influye en los jóvenes de forma muy negativa. He decidido dejar Facebook y Twitter y mi vida es más tranquila. Pero sé que hay estudiante­s que miran su página de Facebook para ver cuánto gustan sus posts. Han llegado a identifica­r su valía con la cantidad de veces que logran un me gusta. Es una distorsión terrible: no aprendes a quererte a ti mismo si no es en el espejo de Twitter o Facebook. –Terrible. –Pero no funciona que los padres digan: “Vete de ahí”. No se trata de poner restriccio­nes, sino de comprender de dónde viene nuestro valor personal. –¿No se siente obsoleta diciendo eso? –¡Para nada! Cuando lo digo pienso que los estudiante­s están interesado­s en saber lo que pueden hacer con su lenguaje. –¿Cuál es el sonido del silencio? ¿Qué oye usted? –Es una imagen visual, no lo oigo. Es una vista del monte Fuji.

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