LA NACION

Un centro para no videntes, olvidado y en ruinas

El instituto Rosell está ocupado por 30 pacientes que sobreviven entre la desidia y el deterioro del lugar

- Virginia Mejía

Los no videntes que llegan al Instituto Román Rosell de San Isidro para rehabilita­rse se desplazan con sus bastones por antiguos pabellones con goteras y baldosas partidas en pedazos. Hay ventanales que dan a un parque arbolado de siete hectáreas, pero la mayoría de las persianas están bajas. Nunca fueron reparadas y en algunos sectores no entra la luz del sol. El lugar fue donado por el millonario no vidente Rosell hace 74 años para ser un centro modelo en su tipo, pero hoy está en ruinas.

“Esto es un elefante abandonado a la deriva de las autoridade­s. Al Estado nosotros no le importamos”, denuncia Claudio Franzotti, que llegó de pequeño a este centro y ahora es una de las 30 personas que ocupa el edificio, tomado por pacientes no videntes desde 2009 para evitar la posible venta del predio.

“El vestuario de mujeres que vienen a practicar deportes está inundado; no funcionan las estufas, hay mugre por todos lados y los techos de los dos pabellones tienen goteras”, advierte Franzotti en una recorrida con la nacion, en la que se pudo comprobar el precario estado del instituto, que incluye un inseguro cableado eléctrico, falta de protección contra incendios y la carencia de personal de vigilancia. El lugar depende hoy de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescenc­ia y Familia de la Nación.

En el caso de los techos, las roturas datan de 2009, cuando un grupo de internos tomó el lugar y se trepó para protestar ante la amenaza del cierre de los talleres y la posible venta del predio, ubicado en las Lomas de San Isidro y valuado en 23 millones de dólares.

El jardín es un sitio peligroso para cualquiera: a veces el césped alcanza un metro de altura y no es posible saber si abajo hay un pozo o una piedra. En medio de los álamos se ven escombros donde antes hubo una pileta de natación y donde existieron caballeriz­as cuando, en otra época, se practicaba equinotera­pia. Los circuitos que bordean el parque, por los que se practicaba­n técnicas de desplazami­ento y movilidad, también están dañados.

El instituto consta de un pabellón para hombres, otro para mujeres y cinco casas habitadas por familias de no videntes. Si bien fue construido para que vivieran 200 chicos, hoy hay un total de 30 personas internadas; diez de ellas padecen ceguera, una enfermedad que puede estar asociada a otras patologías más complejas, como padecimien­tos de salud mental.

Las denuncias por irregulari­dades y el mal estado del predio vienen de larga data. En 2006, la Defensoría del Pueblo de la Nación reveló a

la nacion el precario estado de las instalacio­nes, que podrían convertirs­e en una trampa mortal para no videntes.

En 2010, el ex diputado por la Coalición Cívica Horacio Alcuaz solicitó a la Cámara de Diputados un informe sobre el funcionami­ento del centro y la adquisició­n del inmueble. “Obtuve sólo una respuesta formal. No había opinión en el texto que me enviaron. Cuando visité el lugar, me di cuenta de que desde esa época hasta hoy nada cambió”, se lamenta Alcuaz.

quiso acceder a la oficina

la nacion del director, pero estaba clausurada. A través de la ranura sólo se observa el busto de Rosell apoyado en el pedestal del hall central. Tampoco es posible contactars­e telefónica­mente con el conmutador. Según uno de los cien empleados, el lugar está acéfalo, ya que la próxima autoridad, Teresa Fernández, asumiría recién en los próximos días.

“Ella es la que va a negociar con la gente del Estado y con los internos que tienen el predio tomado”, dijo una fuente consultada. Por su parte, las autoridade­s de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescenc­ia y Familia de la Nación no respondier­on las llamadas de la nacion.

“No tenemos enfermeros ni servicio médico. Hay que hacerse ver.

Si es necesario, vamos a hacer una nueva toma”, advierte Franzotti, que logró el apoyo de las vecinas de San Isidro cuando se encadenó al portón de entrada para liderar la protesta que permitió que un grupo de no videntes se quedara a vivir definitiva­mente en momentos en los que no estaba permitido, ya que la entidad tenía como proyecto desechar el antiguo sistema de internado.

Fruto de esa protesta, en 2009, la familia de Eliana Mayorga, conformada por su marido y dos hijos, llegó al Rosell: “Mi esposo y yo somos ciegos y no teníamos trabajo ni un lugar donde vivir con los chicos. Ahora queremos salir, trabajar, pedimos que nos ayuden. Esto es una institució­n y me gustaría que mis chicos tuvieran su casa propia y no que deban vivir como presos aquí”, aseguró Eliana.

Del otro lado de la puerta del Rosell, por la avenida Tomkinson, circulan miles de vehículos a diario. Algunos se detienen: una enorme y antigua construcci­ón en medio de un parque circundado por mansiones llama la atención. Todos miran, pero muy pocos se imaginan lo que ocurre puertas adentro.

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Techos que filtran el agua en el instituto Rosell
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Claudio Franzotti, no vidente, muestra el deterioro del lugar
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Fotos de f. massobrio Un perro que transita por los pasillos, algo común

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