Aprender y divertirse
Camila Burne y un grupo de amigos fundaron Orillas a los 19 años, una iniciativa de espacios de educación no formal
Querían hacer algún tipo de trabajo social. Eran 5 amigos que estaban saliendo del secundario y se juntaron para ver qué podían hacer. Tan simple, tan efectivo. Se acercaron al Barrio República de la Sexta, de Rosario, en las orillas del río Paraná. En esos asentamientos informales las necesidades son muchas, pero decidieron poner el foco en la educación.
Así, en 2011, Camila Burne y su grupo fundaron Orillas, una organización social que propone formas de aprendizaje fuera del sistema educativo tradicional a través de talleres y actividades para los chicos que viven ahí y que no son contenidos por la escuela. Plástica, matemática, inglés, teatro y fábrica de dulce de leche vegano son algunas de las actividades que proponen. También realizan charlas de higiene, educación sexual o salud reproductiva.
“El barrio tiene un club donde los chicos hacen deporte y nosotros construimos un salón para poder dar los talleres. Así, después del colegio siguen estando en un espacio de formación. Los 15 voluntarios que damos clases ahí somos chicos de entre 20 y 25 años que estamos en la facultad”, cuenta Burne, de 23, pero que arrancó con 19 en la entidad.
Tienen como regla no recibir dinero del Estado ni afiliarse a ningún partido político. El barrio al que asisten está cerca del campus universitario de la Universidad Nacional de Rosario. “Es responsabilidad de las OSC ocuparse de solucionar problemas específicos. Creo que la escuela no se puede hacer cargo de esto. Hay chicos en el barrio que tienen 11 años y no saben leer ni escribir. Me parece terrible cómo está orquestado el sistema educativo, que hace que los chicos vayan sólo para poder obtener el subsidio. Queremos romper con esta lógica y demostrar que se pueden hacer cosas sin recurrir a la ayuda del Estado y sin obligar a los chicos a ir a clases. Entendemos que cada chico tiene intereses distintos, y que es inútil pretender que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo. A través de los talleres transmitimos a los chicos no sólo conocimiento, sino valores e intentamos fomentar en ellos el pensamiento crítico. La diferencia con el sistema educativo tradicional es que nos enfocamos en los intereses de los chicos, escuchamos sus propuestas, de ellos que surgen las ideas y los temas para tratar en los talleres. De hecho, cada vez que notamos que un chico demuestra interés en un área nos comprometemos a acercarlo a otras instituciones que enseñen y potencien su talento”, dice Burne, que estudia Estadística.
Los chicos que asisten a los talleres tienen entre 6 y 14 años. Y se enteran por el boca en boca. Porque los voluntarios les tocan el timbre a los vecinos para invitarlos. “Aprendí muchísimo a partir de cómo los chicos se enfrentan a sus problemas. El único obstáculo para que puedan aprender es la falta de confianza en ellos mismos. Los traba el no saber leer ni escribir. Pero la experiencia más alentadora de todas es la de transmitir valores a los chicos, llenarlos de confianza y entusiasmo en sí mismos y en lo que son capaces de lograr. Para vivir en un lugar mejor, en primer lugar hay que reconocerse capaz de lograr el cambio. Si este emprendedurismo se transmite entre los chicos, confío en que ellos van a ser también agentes del cambio y van a llevar a sus familias y comunidad hacia una mejor calidad de vida”, agrega Burne, a quien esta experiencia marcó de por vida. “Participar dando clases es algo idóneo para hacer en la vida universitaria. Pero cuando pase a desenvolverme en el ámbito profesional esta nueva mirada siempre va a estar presente, buscando solucionarle la vida a los demás. Cuando me dedique a recabar y difundir información me gustaría enfocarme en la situación de las personas más vulnerables.”