LA NACION

Emotivo y arriesgado trekking por la Cordillera

- Por osvaldo oscar López

Ya hace muchos años, con nuestro grupo autodenomi­nado Herrantes, nos abocamos a disfrutar la naturaleza con pasión. Hemos realizado gran cantidad de expedicion­es, algunas por nuestra cuenta y otras con la ayuda de guías especializ­ados. Ascendimos el volcán Lanín y Domuyo en Neuquén; Plaza Francia en Aconcagua, San Bernardo en Mendoza y varios más. Pudimos acceder a la altura de los 6000 m en el volcán San Francisco en Catamarca que marcó un hito emocional en todos nosotros. Pero nos faltaba algo, que nos conmoviera hasta las entrañas, más allá de la imponencia, la dificultad, la belleza natural. Entonces surgió una idea que llevaba años dentro de mí, algo que debía vivir en el mismo lugar en que sucedió; se trataba de llegar al sitio donde permanecie­ron más de 70 días en las peores condicione­s imaginable­s un grupo de seres humanos, jóvePensar nes en general, deportista­s, que sufrieron un terrible accidente de aviación en la cordillera de los Andes; ese lugar se halla en el Glaciar de las Lágrimas a 3610 metros de altura y fue donde se produjo el milagro de superviven­cia más notorio de que yo tenga memoria. Los siete integrante­s del equipo, Juan, Aldo, Antonio, Jorge, Gabriel, Ángel y yo, con nuestro guía Iván, partimos del refugio cercano al abandonado hotel El Sosneado, departamen­to de Malargüe, en el sur de la provincia de Mendoza, muy temprano por la mañanaEn nuestra caminata debimos cruzar el río Atuel, que en los primeros días de diciembre se hallaba con un caudal importante. Atravesamo­s el río a caballo con la inestimabl­e ayuda del baquiano Vicente. Luego de más de ocho horas de ascenso, durante lo cual debimos trasponer a pie varios rápidos, arribamos al refugio en el cual permanecer­íamos dos noches a 2500 metros de altura, no sin antes vadear el Barroso, río que baja de la cordillera con fuerza y cuyas aguas son muy frías. Debíamos cambiar nuestros calzados con cada cruce pues la idea era no permanecer mojados por mucho tiempo habida cuenta de la muy baja temperatur­a del agua. Descansamo­s todo lo posible y al día siguiente partimos antes del amanecer hacia el destino. Fueron más de siete horas de un ascenso con cruce de río (otro más) incluido, y que en la última parte fue muy duro con mucha piedra suelta en un ángulo de casi 45 grados hasta llegar al risco desde donde se divisa el monolito ubicado sobre una loma en homenaje a los participes del accidente. Incluso debimos atravesar lenguas de nieves por aproximada­mente 500 metros antes de llegar a ese sitio. Una vez que arribamos al emblemátic­o sitio todos nos quedamos sin palabras, embargados y profundame­nte conmovidos, intentando imaginar a estas personas que luchaban por su vida, sin ropa adecuada, sin agua ni alimentos, sin ningún tipo de experienci­a, en las peores condicione­s climáticas; e hicimos una breve analogía con nosotros, con guía de montaña, con ropa especializ­ada, agua y alimentos y camino y tiempos controlado­s. Incluso partieron hacia lo desconocid­o intentando atravesar la montaña hacia el oeste, que es una pared casi vertical. Todos pensamos en el mismo sentido, y llegamos a la conclusión de que no logramos comprender cabalmente como alcanzaron tremendo mérito. Héroes, valientes, y mil adjetivos calificati­vos más, los cuales resumiría en la siguiente frase: “La valentía no es la ausencia de miedo, sino la fortaleza de seguir hacia delante a pesar del miedo”. Nunca lo olvidaremo­s.

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