LA NACION

La ballena más solitaria del mundo: ¿mito o realidad? En busca del Santo Grial

Este cetáceo que vocaliza a una frecuencia mucho más elevada que sus congéneres jamás fue visto; sin embargo, se ha convertido en una celebridad y en un ícono cultural en todo el planeta

- Texto Kieran Mulvaney Traducción de Jaime Arrambide

EEn algún lugar del Pacífico norte hay una ballena. Por supuesto que hay muchas ballenas, aunque muchas menos que hace doscientos años. Pero esta ballena es diferente. Es un macho y durante la temporada de apareamien­to vocaliza como sólo lo hacen los machos. Sin embargo, la especie a la que pertenece esa ballena macho es incierta. Puede ser un rorcual común o tal vez una ballena azul, el cetáceo más grande que existe. También podría ser un híbrido, una posibilida­d inusual pero no inaudita.

Si nadie está seguro es porque nadie la ha visto. Pero son muchos los que la han oído y muchos más todavía los que han oído hablar de ella. Y lo que este último grupo ha oído ha convertido a la ballena en una celebridad involuntar­ia, un ícono cultural depositari­o de los sentimient­os de soledad de miles de personas alrededor del globo, que la llaman “la ballena más solitaria del mundo”.

Una miríada de sonidos

Aunque podría pensarse que el mundo submarino es relativame­nte silencioso, en realidad está lleno de sonidos. El más conocido tal vez sea el melodioso “canto” de las ballenas jorobadas, que, tras populariza­rse a través de una grabación de 1970, terminó siendo el catalizado­r de los inicios del movimiento Salven a las Ballenas.

Las vocalizaci­ones de otras especies de ballenas pueden viajar enormes distancias: los graves y potentes ronquidos de la ballena azul, por ejemplo, han sido captados por hidrófonos a más de 1100 kilómetros de distancia de su origen.

La primera vez que escuché a una ballena azul fue cuando el científico Roger Payne pasó una grabación de su canto durante una conferenci­a que dictó en Monterrey, California, hacia fines de la década de 1980. Por lo general, esos ronquidos tienen una frecuencia demasiado grave para el oído humano o, en el mejor de los casos, se ubican en el límite de audición de una persona. Pero Payne había acelerado sus grabacione­s para que el sonido fuese audible fácilmente. Las vocalizaci­ones del cetáceo reverberar­on por toda la sala de conferenci­as e hicieron vibrar las ventanas con su tronido grave e incansable.

Si podemos escuchar esos sonidos, se debe en parte al Pentágono, que en la década de 1950 había instalado una red de hidrófonos (micrófonos submarinos) en todos los océanos del mundo. Su objetivo era la detección de submarinos soviéticos, pero el premio inesperado fue que también captaban el sonido de las ballenas, que se ubica en una frecuencia de onda similar a la de los submarinos soviéticos. A medida que la Guerra Fría empezó a derretirse, los militares les dieron acceso a esas escuchas a las institucio­nes científica­s, que de pronto se encontraro­n en condicione­s de seguir los movimiento­s de las ballenas alrededor del mundo.

Uno de los que mejor aprovechar­on esa oportunida­d fue William Watkins, del Insti-

tuto Oceanográf­ico Woods Hole, de Massachuse­tts. Pionero en el campo de la bioacústic­a de mamíferos marinos, en 1989, Watkins descubrió una señal única e inesperada en el Pacífico Norte. La señal era de una ballena que se movía de la misma manera y en la misma zona que las ballenas azules y los rorcuales comunes, pero ésta vocalizaba en una frecuencia totalmente distinta: 52 hertz, muy grave para los estándares humanos, pero mucho más agudo que el rango de 15 a 20 hertz de la mayoría de los rorcuales y de las ballenas azules.

Watkins y su equipo volvieron a registrar a esa ballena en 1990 y 1991, y así todos los años durante 12 años. La señal aparecía siempre entre los meses de agosto y septiembre, y los científico­s podían seguir el rastro de la ballena hasta enero y principios de febrero, cuando el cetáceo nadaba fuera del alcance de los hidrófonos y se perdía en la inmensidad del mar.

Los hallazgos del equipo de Watkins fueron publicados en la revista científica Deep Sea Research en 2004, poco después de la muerte de Watkins. Para gran sorpresa del equipo, el estudio fue recogido por los medios masivos, en los que el tema que se repetía era el siguiente: si la ballena se estaba comunicand­o en una frecuencia diferente a las demás, ¿sus congéneres podían oírla? ¿La ballena estaría recorriend­o el Pacífico Norte, emitiendo su sonido en el vacío, sin recibir respuesta? ¿Estaba… sola?

“CNN trabajaba en el caso y la BBC de Escocia, también”, me dijo hace unos años Mary Ann Daher, del Instituto Woods Hole, quien tras la muerte de Watkins se convirtió en la autora de referencia del estudio.

Cuando el columnista de ciencia del periódico The New York Times Andy Revkin la contactó, Daher aceptó la entrevista porque pensó que “podía ayudar a saciar tanto interés en el tema. Pero no fue así. Como se trataba de un diario tan conocido, sólo sirvió para generar todavía más curiosidad en la gente”.

Ocho años después de la publicació­n de aquel informe y seis años después de haber abandonado esa rama específica de investigac­ión en el Instituto Woods Hole, Daher me dijo que la ballena “obviamente es capaz de comer, vivir y recorrer el mundo. ¿Logró reproducir­se con éxito? No tengo la más pálida idea. ¿Se siente sola? ¿Puede una ballena sentirse sola? No sé. Prefiero ni tocar el tema”.

Más allá de toda la incomodida­d que le genera ese circo mediático, Daher admitió que “es interesant­e que la gente parezca identifica­rse con esa ballena. Los humanos somos criaturas empáticas, de corazón blando. Me escriben sobre todo mujeres. También recibo mensajes de hombres, pero son muchas las mujeres que se identifica­n, porque se sienten excluidas”.

Fuente de inspiració­n

Mi entrevista con Daher fue en 2012 y fue la última que concedió sobre ese tema. Me dijo que a partir de entonces derivaría todas las consultas sobre la ballena a la oficina de prensa de Woods Hole. Daher estaba harta de la ballena solitaria que había ayudado a descubrir y no quería que la molestaran más con el asunto.

En un artículo publicado en 2014 en la revista Atavist Magazine, la escritora Leslie Jamison hace una crónica de relatos de quienes se sintieron sensibiliz­ados por la ballena de los 52 hertz: “Una cantante de Michigan escribió una canción infantil soel bre las penurias de la ballena, y un artista de las afueras de Nueva York hizo una escultura con viejas botellas de plástico y le puso de título 52 hertz”, cuenta Jamison en ese artículo. Una estudiante de 19 años de literatura inglesa de la Universida­d de Toronto le dijo que esa ballena “era el epítome de todas las personas que se sienten demasiado raras como para amar”. También hay obras de teatro y libros sobre la ballena, videoclips que la toman de inspiració­n, y en Irlanda la historia hasta ha sido usada en una publicidad de celulares.

En 2007, Mike Ambs estaba filmando su primer largometra­je, For Thousands of Miles (“A lo largo de miles de millas”), basado en el viaje de 6700 kilómetros en bicicleta que había realizado a los 21 años.

“Hacía dos meses que estaba de rodaje por la ruta –recuerda Ambs–. En términos de presupuest­o, todo iba mal. Yo solía acostarme sobre el techo de la camioneta e imaginar a una ballena nadando en el océano, dejándose llevar por las corrientes. Eso era lo único que me tranquiliz­aba.”

Su película fue finalmente estrenada en 2013. En algún momento durante la etapa de posproducc­ión, Ambs se cruzó con la historia de la ballena de los 52 hertz. Se obsesionó con el sonido que emitía y no podía dejar de oírlo una y otra vez.

“Me obsesioné con conseguir la versión original, que no existía –admite Ambs–. Así que yo mismo ralenticé las grabacione­s existentes y traté de limpiar el sonido. Y cuando finalmente escuché el sonido a su velocidad real, sentí que era un sonido tranquiliz­ador.” Su esposa también lo escuchó y estuvo de acuerdo con su diagnóstic­o, así que Ambs decidió “compartir el sonido real del canto de la ballena”.

Desde entonces, Ambs dedica parte de su tiempo libre a grabar en viejos casetes de cinta el grave sonido monocorde de la ballena de los 52 hertz y venderlo a un precio simbólico. Ya ha grabado y distribuid­o cientos de grabacione­s y en el camino se ha puesto en contacto con personas de todo el mundo que también descubren la belleza de ese sonido o de esa historia. Ambs estima que entre un 25 y un 30% de quienes le piden la cinta después vuelven a contactarl­o para hacerle “una devolución bastante reflexiva de lo que escucharon”. Algunos le dicen que, al igual que él, quedaron obsesionad­os con la idea de una ballena cantando en el vacío y tratando de hacer contacto con desconocid­os alrededor del mundo.

Un par de años después de que Ambs estuvo acostado sobre el techo de su camioneta mirando el cielo, Andy Othling estaba sentado en su oficina, en un trabajo que no le gustaba, y se topó con un artículo sobre la ballena.

“Yo trabajaba en la parte de informátic­a de un laboratori­o nacional –explica Othling–. En mi casa no podía hablar de mi trabajo, por cuestiones de seguridad, y cuando estaba en el trabajo no me sentía conectado con nadie a nivel personal, así que tampoco hablaba de mi vida personal.”

Músico de vocación, cuando descubrió a la “ballena solitaria”, Othling estaba en proceso de componer un álbum instrument­al, y no bien se le cruzó por la cabeza la idea de una ballena que canta sin que nadie la escuche, “porque ahí no hay nadie para escucharla”, pensó: “¡Así me siento yo!”. Su álbum se convirtió en un tributo y en una reflexión sobre la ballena de los 52 hertz.

“La cuestión no es físicament­e la ballena en sí –dice el documental­ista Joshua Zeman–. Cuando uno habla con los científico­s, te dicen que probableme­nte la ballena no esté sola y que hay otras ballenas que probableme­nte pueden oírla y entenderla. Pero mi pregunta es la siguiente: ¿por qué le atribuimos esa emoción?; ¿por qué esa emoción nos afecta como seres humanos?”

Zeman señala que “en una era en la que esquivamos las relaciones interperso­nales cara a cara en favor de relaciones anecdótica­s de 140 caracteres”, la que se siente sola no es la ballena, sino nosotros. “Los humanos se sienten solos. Creo que la gente está trasladánd­ole su propia soledad a esa criatura.”

Desde hace casi cuatro años, Zeman trabaja en un documental sobre la ballena y fenómeno que generó, una película que espera poder estrenar, tal vez en un festival de cine, a fines de este año. Pero si bien la película hace foco en las reacciones humanas que suscita la ballena de los 52 hertz, no ignora la historia del animal en sí, por eso es que, en octubre de 2015, Zeman y un equipo de científico­s salieron a buscarla.

“Usamos esas boyas sonares que originalme­nte habían sido instaladas para uso militar y las ajustamos para captar el sonido de esa ballena. Al mismo tiempo, teníamos vigías visuales que salían en gomones a otear el mar y tratar de localizarl­a.”

“Es una idea bastante loca salir a buscar a una ballena en medio del océano –reconoce Zeman–. Es como la búsqueda de Moby Dick.”

Zeman prefiere no revelar si tuvieron éxito en su búsqueda: no quiere adelantar el final de su película. Pero insiste en que encontrar el Santo Grial era apenas un costado incidental de su búsqueda.

El mito de la ballena solitaria se extendía y quienes dedican su vida al estudio de las ballenas iban juntando bronca. Christophe­r Clark, de la Universida­d Cornell, una de las mayores autoridade­s mundiales en vocalizaci­ones de ballenas y responsabl­e de la grabación de la ballena de los 52 hertz de 1999, le comentó en 2015 a la cadena BBC: “El canto de este animal tiene muchas caracterís­ticas similares a las de cualquier ballena azul. Rorcuales comunes, ballenas azules y ballenas jorobadas: todos esos cetáceos pueden oírla. No están sordos. Simplement­e es un poco más rara que las demás”.

Si bien las particular­idades de esta ballena en especial quizá no le hayan impedido comunicars­e con sus congéneres, a las ballenas del mundo les cuesta cada vez más hacerse oír en medio del ruido del tráfico marítimo, las explotacio­nes de petróleo y gas, los dragados y demás actividade­s humanas.

Lo que ocurre es que esos temas son complejos de entender, pero la idea de una ballena que está sola es muy conmovedor­a.

“A veces, la gente necesita una historia a la que aferrarse”, dice el actor Adrian Grenier, más conocido por su papel de Vincent Chase en la serie Entourage, de HBO.

Grenier está atravesand­o por una especie de reconversi­ón profesiona­l, de protagonis­ta estrella a apasionado conservaci­onista de los océanos, como cara visible de la Lonely Whale Foundation (Fundación de la Ballena Solitaria), que fundó poco después de aceptar coproducir el documental de Zeman. La fundación se presenta como una institució­n “dedicada a acercar a la gente al mundo de los océanos, a través de programas de formación y concientiz­ación, para fomentar la empatía y las acciones en pos de la salud del océano y el bienestar de la flora y fauna marinas”.

Y si bien la ballena solitaria fue la inspiració­n de la fundación que lleva su nombre, la institució­n ahora existe sin ayuda de ese cetáceo. Pero, así y todo, su historia sigue cautivando a la gente.

Pero ¿la historia de esta ballena, o la percepción de esa historia, habría tenido la misma transcende­ncia si no se tratase, justamente, de una ballena? Tal vez.

Pensemos, por ejemplo, en la abrumadora reacción que suscitó, en 2015, la matanza del león llamado Cecil a manos de un dentista de Minnesota o del gorila llamado Harambe en el zoológico de Cincinnati, el año pasado. De todos modos, hay algo innegablem­ente poderoso y totémico que rodea a las ballenas: su naturaleza misma transmite una idea de distancia y de aislamient­o. Una idea de otredad.

A Andy Othling, por ejemplo, lo conmueve la idea de “un enorme animal totalmente solo en medio de un lugar igualmente inmenso”.

Mike Ambs recurre mecánicame­nte a los mismos adjetivos para hablar de “lo que debe sentir una enorme criatura como ésa, a la deriva en mar abierto durante décadas”.

Es una pregunta que en cierto sentido Ambs preferiría que siga sin respuesta. “Me gusta pensar que la ballena jamás será encontrada –dice–. Me gustan esas historias con final abierto.” © The Washington Post

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