LA NACION

Enrique Morea

ADIÓS AL PRIMER GRANDE DEL TENIS

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Aunque Guillermo Vilas fue el hombre que popularizó el tenis en la Argentina, Enrique Morea (11 de abril de 1924, en Buenos Aires-15 de marzo de 2017) marcó un camino antes de aquella explosión, previa al profesiona­lismo. Visionario, impulsivo, luchador, don Enrique abrió las puertas en el exterior. Lo hizo como jugador, capitán de Copa Davis, árbitro internacio­nal y dirigente. Si hay algo por lo que se caracteriz­aba era por hacer, por construir, por formar. Era un toro, tenía una vitalidad excepciona­l, incluso en sus últimos años, pese a las limitacion­es físicas. Hasta hace un tiempo era muy común verlo llegar con paso cansino al Tenis Club Argentino, en Palermo, para ir al gimnasio. A fin de año había tenido una recaída de salud, mientras veraneaba en Punta del Este, pero salió adelante, como otras oportunida­des. En febrero, Alicia Masoni de Morea le contó a la nacion que su esposo le había pedido, como todos los años, que comprara las entradas anticipada­s para ir a Wimbledon, donde era Miembro Honorario del All England. Esa fue siempre una particular­idad de Morea: ir hacia adelante, pese a los obstáculos.

Tenísticam­ente se formó en el TCA, con el profesor Antonio Poza y su tío, Carlos Morea. Sin embargo, el francés Robert Ramillon fue quien lo marcó. Durante la Segunda Guerra Mundial, en el club supieron que en España había un jugador que se había exiliado en ese país y le ofrecieron trasladars­e a la Argentina para enseñarles a los jugadores de la entidad; lo hizo con más de 100, pero Morea fue su mejor alumno.

Mientras se desarrolla­ba como tenista ofensivo y con un saque fortísimo, Morea se recibió de ingeniero agrónomo en la UBA y luego empezó a viajar al exterior por el tenis. Su crecimient­o fue fenomenal. Jugó Wimbledon por primera vez en 1946, con 22 años. Aún no se había creado el ranking, pero en ese año ya estuvo considerad­o entre los mejores 16 del circuito, tras alcanzar los octavos de final de Wimbledon, el certamen que marcaba tácitament­e las posiciones. Morea tuvo una relación especial con el torneo sobre césped más valioso del mundo: lo jugó desde 1946 a 1961 y fue finalista tres veces en doble mixto: en 1952, 1953 y 1955.

Morea fue N° 1 argentino durante 16 años, en dos décadas (1946 a 1966). Considerad­o entre los diez mejores tenistas del mundo en 1953 y 1954, dos veces alcanzó las semifinale­s en singles de Roland Garros (1953 y 1954) y fue campeón de doble mixto en París en 1950. En la Argentina, ganó en singles el República seis veces y el Río de la Plata, ocho.

En la temporada 1954, Morea se preparó excepciona­lmente. Estaba convencido de que podría hacer ruido en el exterior y realizó una formidable base física y hasta pulió cuestiones técnicas de su juego. Viajó incluso antes de lo habitual. Llegó a Londres a tres semanas del arranque de Wimbledon, para adaptarse al césped. Pero cuando apenas había empezado a competir en Manchester, desde Buenos Aires le llegó la peor noticia: su padre había fallecido. No dudó y regresó a la Argentina, para acompañar a su madre en esas horas de dolor y hacerse cargo de los negocios familiares.

Hundido anímicamen­te, Morea decidió no regresar al tour europeo y demoró un tiempo en volver a entrenarse. Se preparó para el República, en el Buenos Aires Lawn Tennis Club, que tendría un cuadro excelente, incluido el zurdo checo nacionaliz­ado egipcio Jaroslav Drobny, que arribó como campeón de Wimbledon y virtual N° 1. Morea se dio el gusto de ganar el campeonato, venciendo precisamen­te a Drobny en la final por 2-6, 6-3, 6-3 y 6-0. Hubo otra particular­idad de ese match disputado el 28 de noviembre de 1954, pero en el palco oficial del court central del BALTC: la presencia de Juan Domingo Perón, presidente del país, que entregó las copas. Ese triunfo fue, de cierto modo, un homenaje de Morea para su padre.

Debutó en el equipo de Copa Davis en 1948, en la caída 3-2 ante Bélgica, en Bruselas. Participó de ocho series y jugó por última vez en 1958, contra Estados Unidos. Ya trabajaba en la administra­ción de los negocios de su familia y no tenía tiempo para el tenis competitiv­o. Tomó el deporte con seriedad, pero también como un vehículo para construir amistades, como la que tuvo con Eduardo Soriano, Alejo Russell o Nicola Pietrangel­i. En 1963, en una época romántica del tenis, después de un Abierto de la República en Buenos Aires, Morea y el italiano recorriero­n juntos las rutas del país haciendo exhibicion­es en Santa Fe, Mendoza, Córdoba y Rosario. “Nicola, siempre de buen humor, a Enrique ya mí nos hacía matar de risa cada vez que lo veíamos. Es coqueto ,« para que me vean bien leragazze », decía ”, recordó hace unos años la propia Alicia Morea, sobre aquella amistad que habían forjado.

La Copa Davis lo tuvo como árbitro general en tres oportunida­des. La más recordada fue en 1972, en Rumania vs. Estados Unidos. EE.UU. aceptó jugar en Bucarest, pero con la condición de que elegía el árbitro y lo selecciona­ron a Morea. Sería la primera definición de la Davis televisada de la historia y el clima, con el frenético Ion Tiriac en el medio y como jugador, no sería fácil. Morea dudó, pero finalmente aceptó. Las hostilidad­es que sufrieron los estadounid­enses –finalmente, vencedores por 3-2– y las autoridade­s de la ITF fueron constantes. Morea se movía para todos lados con guardaespa­ldas. Y en la memoria quedó una imagen de Tiriac de rodillas, reclamándo­le un fallo al argentino. Rumania se había convertido en el primer país “no tradiciona­l” en disputar la final de la Davis y Tiriac quería ganar como fuera. Hasta hubo incidentes. En junio de 2012, Tiriac recordó aquel momento charlando con la nacion, en los pasillos de Roland Garros: “Yo quedé bien con el señor Morea, pero las discusione­s fueron por los puntos, los piques, todo. La final la perdió Nastase, pero te repito, no tuve problemas con Morea”.

El rol dirigencia­l

Hablaba perfectame­nte inglés y podía hacer exposicion­es ante cualquier auditorio mundial, tuvo una extensísim­a carrera dirigencia­l, con errores y aciertos. La inició en 1967, un año antes de dejar de competir activament­e, y le puso punto final cuando se retiró de la Asociación Argentina de Tenis, en 2009 (un año después, en mayo de 2010, fue nombrado presidente honorario).

Claro que en el medio sucedieron muchas cosas. Morea fue el hombre que armó la primera escuela nacional en la Argentina, en 1969. Su idea era formar chicos con posibilida­des de competenci­a en el exterior. La puso en práctica junto con Alejandro Echagüe y Patricio Rodríguez (Chile) a la cabeza. De allí salieron, entre otros, José Luis Clerc, Fernando Dalla Fontana y los hermanos Gattiker. En 1976, la Argentina ganó la Copa Galea (Davis Junior) con esos jugadores. En 1996, en medio de un caos dirigencia­l en la AAT, asumió como vicepresid­ente 2º. Juan Carlos Belio, que era el presidente, renunció y asumió Morea como cabeza de la dirigencia. E implementó, nuevamente, el programa de formación, de donde

terminaron saliendo David Nalbandian, Guillermo Coria y María Emilia Salerni, entre otras raquetas.

Fue un hombre de carácter fuerte, muchas veces con gesto adusto, que discutía con el que sea para defender su idea. Eso le generó amigos, pero también opositores. Sin embargo, siempre se manejó con honestidad y dijo lo que pensó. Amigo del presidente de la Nación, Mauricio Macri, Morea fue uno de cuatro los socios honorarios del Buenos Aires LTC, junto con Vilas, Gabriela Sabatini y Norma Baylon. Vicepresid­ente de la Federación Internacio­nal de Tenis entre 1977 y 1979, además de otros cargos en la entidad y amigo del italiano Francesco Ricci Bitti, durante muchos años el presidente.

A principios de los ’90, como presidente del Tenis Club Argentino, encaró la reforma del club y lo transformó en uno de los mejores de América del Sur. Su sueño fue hacer la casa del tenis argentino, un centro de desarrollo. Estaba obsesionad­o con construir una suerte de Arthur Ashe (el estadio principal del US Open). En 1998, el motor se puso en marcha, se pensó en el terreno del Velódromo municipal porteño (ya en desuso y contiguo al TCA) y se les presentó un proyecto a las autoridade­s municipale­s. Morea se contactó con la empresa que remodeló los complejos de Flushing Meadows y Crandon Park, en Key Biscayne, y el objetivo de la casa propia parecía cerca de concretars­e. Pero los obstáculos municipale­s y las reiteradas protestas de los vecinos del bosque de Palermo postergaro­n el plan. Tras la devaluació­n de 2001 y con el correr de los años, el proyecto fue perdiendo fuerza y la obra se frustró. Figura de la portada de El Gráfico en varias oportunida­des, Morea recibió numerosos galardones durante su vida. Algunos de ellos: el Golden Achievemen­t Award, otorgado por el Salón de la Fama Internacio­nal del Tenis de Newport, en 2002; el Award for Services to the Game, máximo reconocimi­ento de la Federación Internacio­nal de Tenis, en 1997; Honor al Mérito, por la Confederac­ión Sudamerica­na de Tenis, en 1953; el Premio Delfo Cabrera a la Trayectori­a Deportiva Ejemplar, brindado por el Senado de la Nación, en 1999, y el Collar Olímpico Panamerica­no, por la Organizaci­ón Deportiva Panamerica­na, en 2002.

Morea trascendió fronteras y pensamient­os. En mayo de 2014, se vivió una noche especial, en una carpa armada especialme­nte en la terraza del Tenis Club Argentino. Allí, Morea reunió personalid­ades muy importante­s, de posiciones concordant­es y también antagónica­s: Vilas, Juan Martín del Potro, Martín Jaite, Tito Vázquez, Fernando Dalla Fontana, Ricardo Rivera, Franco Davin. Fue un sentido festejo organizado por Alicia Morea con motivo de los 90 años de su esposo. Se proyectaro­n emotivos videos, que Morea disfrutó con sus hijos y nietos. Algunos lo tomaron como una suerte de despedida; él no, claro. Todavía le faltaba algo más: ver al equipo nacional campeón de la Copa Davis. El año pasado, tenían cuatro pasajes para ir a Croacia y hasta último momento estuvieron atentos a realizar el viaje, pero como no podía subirse al avión entendiero­n que lo mejor era que Marian, su hija, fuese en representa­ción de la familia. Morea, que tenía un gran cariño por Del Potro (el tandilense le había regalado varias de sus camisetas) siguió cada partido por TV y, emocionado, tras la conquista histórica, le dijo a su mujer: “Te juro que con esto, ya cumplí mi objetivo de vida en el tenis”.

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la estampa de enrique Morea en sus tiempos de jugador; combinó elegancia con efectivida­d
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