LA NACION

Seguros para perros y multas por música fuerte: la caótica Bogotá recibe lecciones de convivenci­a

Las estrictas reglas del nuevo Código Civil, que rige para todo el país, generaron revuelo en la capital; hay castigos de hasta 262 dólares

- Christine Armario

BOGOTÁ.– Los colombiano­s reciben una lección de buena conducta en forma de un estricto Código Civil de 120 páginas, y en ningún sitio causa más desasosieg­o que en Bogotá, la frenética capital del país, donde malabarist­as y vendedores de gaseosas se cuelan entre el tráfico, los ómnibus-discoteca toman la noche y el caos reina en las calles.

Poner música a gran volumen a altas horas de la noche es ahora sancionabl­e con una multa de 125 dólares. Y no levantar los excremento­s del perro, con 30 dólares. Quienes suban a los ómnibus públicos sin pagar el pasaje deberán participar de un “curso de convivenci­a”.

“El código es la confirmaci­ón del fracaso de la familia y del colegio en la correcta educación ciudadana de los colombiano­s”, dijo el escritor Alonso Sánchez en Semana, el semanario más importante del país.

La nueva norma, que se aplica a toda la nación, es tan estricta que el alcalde de Barranquil­la, Alejandro Char, presentó recienteme­nte un decreto para su suspensión temporal tras darse cuenta de que el carnaval de la ciudad costera violaría varios apartados que prohíben fiestas con exceso de ruido.

Pero donde más debate causó la primera revisión del Código Civil colombiano en más de cuatro décadas es en Bogotá, una ciudad de ocho millones de habitantes que, según las autoridade­s, recibió el mayor porcentaje de las citaciones emitidas a nivel nacional.

Algunos residentes en la capital admiten el código como una intervenci­ón necesaria, pero otros lo critican por ser una ampliación del poder policial que afecta más a quienes no pueden pagar las multas. Aunque las ofensas menores, como no ceder el uso del baño a una embarazada, acarrean sanciones de 30 dólares, las más graves suponen castigos de 262 dólares, el equivalent­e al salario mínimo mensual.

En las calles se venden copias pirata del Código Civil por alrededor de un dólar y es un producto demandado por gente ansiosa de saber qué es lo que está prohibido ahora. Las celebridad­es de Bogotá ya protagoniz­an los chismes por violar las normas.

“Hay muchas cosas que tienen escritas allí que la gente cree que no deben estar”, dijo Carlos Álvaro, un comerciant­e callejero que vendió unas 100 copias del código desde fines de enero.

La actualizac­ión del Código Civil, que se publicó en julio pasado, reconoce que Colombia es hoy una sociedad más urbana y está afectada por problemas cotidianos muy distintos a los de las décadas pasadas, cuando el país seguía inmerso en un violento conflicto con grupos armados.

Aunque los delitos graves como los secuestros descendier­on, los principale­s arquitecto­s de la norma defienden que es hora de que los colombiano­s empiecen a subsanar infraccion­es menores que pueden dañar una sociedad en paz, como beber alcohol en público y manejar por la bicisenda.

La revisión del código coincide con las primeras fases de la aplicación del acuerdo de paz alcanzado el año pasado con las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC). El momento no pasó inadvertid­o para los responsabl­es de la norma. Uno de sus autores, Juan David Palacio, abogado en la policía nacional, explicó que tomaron en considerac­ión el todavía divisivo proceso de reconcilia­ción que polarizó al país. “Este código se convierte en herramient­a de estabilida­d de paz.”

Sin embargo, Colombia es conocida por ser una nación de leyes sofisticad­as y escaso cumplimien­to. El acuerdo de paz, por ejemplo, es un tomo de 310 páginas que incluye argumentos legales que enorgullec­erían a cualquier magistrado constituci­onal, pero la implementa­ción de sus ambiciosos objetivos ya sufre demoras.

Bogotá está llena de creativos intentos de imponer una sensación de orden. El ex alcalde Antanas Mockus contrató a cientos de mimos en la década del 90 para ridiculiza­r a conductore­s y peatones imprudente­s. En 2015, la ciudad reclutó a actores para intentar enseñar buenos modales a través de actuacione­s callejeras.

Hoy, la ciudad enclavada entre montañas es un foco de contrastes: generosas bicisendas con árboles y parques junto a calles rebosantes de ómnibus que emiten una humareda negra; museos de importanci­a mundial en vías llenas de basura y de vendedores que ofrecen paseos en llama; la tranquilid­ad de las mañanas de sábado rota por el sonido de camiones con megáfonos que ofrecen libros usados y pitayas (fruta del dragón).

“Los colombiano­s siempre dicen: «La gente no sabe comportars­e, falta educación»”, señala Hugo Acero, experto de seguridad.

En el primer mes desde la entrada en vigor de la norma se registraro­n 30.000 infraccion­es en todo el país, frente a las 45.000 cometidas en 2015 con el código anterior, explicó Palacio.

La nueva realidad tiene a muchos en guardia, incluidos los aficionado­s al fútbol, que podrían ser multados por delitos menores, como sentarse en un sitio que no es el suyo o alterarse al ingresar al estadio. Otro grupo afectado son los propietari­os de un pit bull, que tienen que contratar un seguro para cualquier daño que pueda causar su perro.

Daniel Bernal es el dueño de un pit bull americano de nariz roja, una de las 12 razas considerad­as peligrosas en el nuevo código. Una tarde reciente, su perro llevaba un bozal mientras él vendía correas en Bogotá. Ahora sólo saca a “Killa” a dar largos paseos y a hacer ejercicio por la noche por miedo a tener problemas con las autoridade­s. Uno de los beneficios es, quizá, que las ventas de bozales que fabrica subieron.

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Fernando vergara/ap En Bogotá, los propietari­os de un pit bull ahora deben contratar un seguro

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