LA NACION

Un toro que se entrenaba con bolsas de arena en la espalda

Tato Soriano y los recuerdos de Morea, con el que compartió el circuito y hasta la Davis

- Claudio Cerviño

En el palco principal de Roland Garros o de Wimbledon. Con 30 grados o llovizna, imperturba­ble y elegante, siempre de traje, a veces con un sombrero. Mirando tenis, la pasión de su vida. A los 60, 70, 80 o 90 años. Y fuera de ese sector, saludado por viejas glorias con un profundo respeto. Caminaba Enrique More ay no pasaba in advertido. La altura influía, seguro, pero más su estampa, su historia y su relación con el planeta tenis.

En tiempos en los que alcanzan los dedos de la mano, en la Argentina, para contabiliz­ar deportista­s que se hayan destacado en la doble función de jugador-dirigente, Morea fue influyente. Y dejó imborrable­s recuerdos. Como el de Gabriela Sabatini: “Enrique Morea nos transmitió su pasión y su apoyo incondicio­nal a todos los que fuimos parte de este gran deporte. QEPD”, lo despidió por twitter. Y así, tantas figuras del tenis.

Pero, ¿cómo era Morea? Uno de los tenistas que más trato tuvo con él fue Eduardo Tato Soriano, hoy ya por los 80 y siempre vital. Compartió muchos momentos de la carrera de Morea, ganó pruebas de dobles con él y hasta jugaron por la Copa Davis, allá por los años cincuenta, su tiempo de esplendor.

“En el 58 tuvimos dos match points para llegar a la final de dobles del US Open y no se nos dio. Hace poco recordábam­os esos tiempos con amigos y a Enrique le encantaba, disfrutaba. Todo del tenis disfrutaba. Era su vida. Una cosa es que te guste jugar al tenis de joven, pero como él, que ya más grande siguió involucrad­o apasionada­mente, no conocí a nadie”, cuenta Soriano.

Saque y derecha de alto nivel. ¿Estilo Ivan Lendl? “No, no, no llegó a esa estatura de jugador. Pero marcó una era, era el mejor de nosotros. Se entrenaba como un loco. ¡Si lo veía correr cerca de GEBA, por Palermo, con bolsas de arena en la espalda para tener más fuerza! Un día le pedí un consejo y me dijo: Vos te tenés que entrenar más. Pero no podía seguirle el tren”.

Soriano remarca el comportami­ento de Morea: educación, concentrac­ión y respeto por el rival. “Era admirado, tenía buena relación con todos, jamás rompía una raqueta. Su máximo enojo era pegarse con el puño en una pierna. El Buenos Aires se llenaba para verlo y con un llamado telefónico, cuando quería entrenarse, bastaba para que la cancha 1 estuviera lista”. ¿La relación con Vilas? “No es que estuvieran peleados. Pasa con los que son buenos: es como que compiten inconscien­temente. Vilas fue lo que fue y está claro, pero Morea también hizo un cambio en el tenis en su época”, observó Soriano.

El tenis ya extraña aun cultor que lo quiso incondicio­nalmente.

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