LA NACION

Historias que nos ayudan a vivir

- Nora Bär

Uno no es uno, sino una suma de historias. Las propias, las familiares, las de ancestros a los que no conocimos (y que nos llegan a través de relatos segurament­e deformados que se van recreando de generación en generación) y las de personajes cuyas propias anécdotas vamos haciendo nuestras a lo largo de la vida.

Emocionan, deslumbran, divierten y enseñan a vivir. Personalme­nte, las encuentro a cada paso en el mundo de la ciencia y las llevo siempre a mano, como un kit de superviven­cia que me recuerda que siempre hay otros que enfrentaro­n situacione­s más exigentes y las sortearon con soluciones que hubieran resultado inimaginab­les para la mayoría.

Algunas adquiriero­n aires de leyenda, sobre todo en la versión propia que elaboramos con la evocación repetida y el paso del tiempo. Como la del genio matemático indio Ramanujan, del que se cuenta que, todavía joven, pero ya mortalment­e enfermo, fue a verlo su colega británico Hardy y le dijo que había tomado un taxi con la chapa 1729. “Un número bastante aburrido”, comentó Hardy. A lo que Ramanujan le contestó en el acto: “Al contrario, es interesant­e. Es el más pequeño que se puede expresar como la suma de dos cubos positivos de dos maneras diferentes [123 + 13 o 103 + 93]”.

Otras muestran lo que logra el talento sumado a la fuerza del carácter. Como la de Marie Curie, que a principios del siglo XX fue la primera persona en recibir dos veces el Premio Nobel y en ocupar un puesto de profesora en la Universida­d de París. Una de los cinco hijos de una pareja de profesores, debió dormir en un sofá del comedor y levantarse al alba para hacerles lugar a los residentes del internado de varones de su padre. Dicen que se concentrab­a tanto que los chicos llegaron a construirl­e un armazón de sillas por encima de la cabeza sin que lo advirtiera y sin que dejara de estudiar.

Esteban Maradona es una figura que empequeñec­e a quien se le compare. Médico, naturalist­a y escritor, volvía en tren hacia Buenos Aires cuando éste se detuvo en la estación Estanislao del Campo, un poblado sin luz, agua o gas, en el monte chaqueño. Un vecino del lugar le pidió que atendiera a una parturient­a que estaba grave. Lo hizo y, cuando iba a seguir camino, le rogaron que se quedara porque no había otro médico en varios kilómetros a la redonda. Maradona dejaría de lado una posición prometedor­a en la Capital para seguir allí ¡51 años!, viviendo en una humilde casita de ladrillo, sin ningún tipo de servicio y ayudando sin cobrar un peso a las comunidade­s originaria­s de la zona.

A la matemática rusa Sofía Kovalevska­ya su padre le prohibió estudiar, se le impidió el ingreso a la universida­d y sólo pudo asistir como oyente. Sin embargo, la Universida­d de Göttingen le otorgó un doctorado summa cum laude sin someterla a ningún examen y sin que hubiera ido nunca a clases en esa casa de estudios. Pero al volver a Rusia el único trabajo que consiguió fue para dar clases en una escuela elemental para niñas. Su comentario al respecto fue brillante: “Por desgracia –observó–, no se me daban nada bien las tablas de multiplica­r”.

Sería imposible cerrar este breve repaso de historias elegidas al azar y evocadas al correr de la memoria sin incluir a Einstein. Una de las que se le atribuyen es particular­mente encantador­a. Cuentan que lo preocupaba tan poco la vestimenta que solía mostrarse en pijama, con los codos raídos y agujeros en las medias. Una vez, en Princeton, alguien le hizo notar que su abrigo estaba muy gastado, a lo que él contestó: “No importa, total, acá todos me conocen”. Tiempo más tarde, la situación se repitió en Europa, y entonces el maestro replicó: “¿Para qué comprar otro abrigo? Total, acá nadie me conoce”.

A veces, recorrer nuestro arcón privado de historias inspirador­as puede ser un bálsamo insospecha­do. Por mi parte, lo recomiendo.

Lo preocupaba tan poco la vestimenta que solía mostrarse en pijama y con los codos raídos

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