LA NACION

Un método que se agotó

- Joaquín Morales Solá

Una forma de hacer política se está agotando. O se está agotando la paciencia de la sociedad. Es lo mismo. Un ciudad caótica, frecuentem­ente tomada por la intensa protesta de movimiento­s sociales. Ese estado de sublevació­n constante se mezcla con huelgas que han sucedido y sucederán. Como siempre, los argentinos nunca saben de qué estará hecho el mañana. Continúa en la página 25

El caso interpela al Gobierno, a las agrupacion­es sociales y a los sindicatos. Cada uno de ellos necesita (o necesitarí­a, quién lo sabe) de la simpatía social, pero ninguno puede hacer nada para cambiar la vieja dinámica. Razones abundan en un lado y otro, aunque ninguna justifica que se coloque a la sociedad como rehén para conseguir objetivos propios, sean legítimos o no. El Gobierno (el porteño, sobre todo) salta de un argumento a otro para explicar que no tiene solución para una ciudad que vive entre la furia y la indiferenc­ia.

¿Se trata en todos los casos de una conspiraci­ón kirchneris­ta? Todo lo que pueda debilitar a Macri será bienvenido por la facción política que se fue del poder. Pero sería arbitrario señalar que todo es obra directa del kirchneris­mo. Hay una mecánica que lleva casi 16 años de vigencia y que consiste en hacer visibles las protestas con los piquetes. Sus líderes aseguran que esa es la única manera de alcanzar visibilida­d. Hay otro mecanismo que pertenece a los gremios; el esfuerzo más notable de éstos reside en contar los meses que pasarán antes de hacerle el primer paro general a un gobierno no peronista. La inmensa sociedad invisible es, al fin y al cabo, prisionera del caos, la parálisis o la sublevació­n.

El único argumento común de sindicatos y movimiento­s sociales es que necesitan “descomprim­ir la presión de las bases”. Entonces, hay malestar para que haya presión. Es cierto que el Gobierno demoró, en el caso de los movimiento­s sociales, los pagos del último mes. Funcionari­os oficiales han hecho una autocrític­a y señalaron que “hubo poca atención” en la adjudicaci­ón de recursos a las agrupacion­es sociales. La burocracia es, por lo general, insensible a las urgencias políticas. Otra versión indica que instancias decisivas de la administra­ción frenaron ciertos pagos por los aprietos del Tesoro. Ningún gobierno dice nunca cómo fueron las cosas que terminan en un conflicto.

La tormenta de la protesta comenzó el martes pasado con un acampe en la Avenida 9 de Julio que duró casi todo el día y que tuvo como organizado­r al Polo Obrero. Fue un acto que se explica sólo por la competenci­a. El Polo Obrero sabía que al día siguiente habría una masiva protesta de los movimiento­s sociales que acordaron con el Gobierno. El Polo Obrero, de extracción trotskista, nunca quiso acercarse al Gobierno. Sólo quería llegar primero que los otros a la ocupación de la avenida con mayor circulació­n de la ciudad. El Polo Obrero no fue kirchneris­ta y también le dio varios dolores de cabeza a Cristina Kirchner.

Al día siguiente, el miércoles, sucedieron las muchas manifestac­iones y cortes de los movimiento­s que habían acordado con el Gobierno. Tampoco hay mucho kirchneris­mo ahí. Barrios de Pie nunca estuvo cerca de los Kirchner; al contrario, le hizo centenares de marchas y piquetes a sus gobiernos. En esa alianza está también la Corriente Clasista y Combativa, cuyo origen ideológico es maoísta, dirigida por uno de los más antiguos dirigentes piqueteros, Juan Carlos Alderete. La CCC tiene influencia en muchas comisiones internas de fábricas. Tampoco nunca fue kirchneris­ta; de hecho, de sus filas salió Toti Flores, uno de los dirigentes de su espacio más queridos por Elisa Carrió. El coordinado­r general de esa alianza de movimiento­s es Juan Grabois, un peronista de izquierda muy lejano del kirchneris­mo. La referencia política de todos ellos es el partido Libres del Sur y la dirigente Victoria Donda.

El Movimiento Evita es, sí, el único entre esos movimiento­s que tuvo raíces profundas con el kirchneris­mo. Formó parte de la coreografí­a de todos los actos de Cristina Kirchner y fue responsabl­e de algunos escraches a opositores y periodista­s en tiempos cristinist­as. Por lo menos, fue así en el interior del país, lo hayan hecho, o no, con el conocimien­to de sus líderes nacionales, Emilio Pérsico y Fernando “Chino” Navarro. Los diputados del Movimiento Evita abandonaro­n el bloque cristinist­a sólo varios meses después de que Cristina se fuera del poder.

En rigor, la “presión de las bases” se debió no sólo a los atrasos en el pago de planes, sino también a que no recibieron nada nuevo después del espectacul­ar anuncio de un acuerdo por $ 30.000 millones hasta 2019. Sucede que la ministra de Desarrollo Social, Carolina Stanley, se propuso mejorar las prestacion­es para que los recursos de ayuda social se conviertan en trabajo formal para los que tiene trabajo informal. Es una tarea monumental, porque casi el 40% de los trabajador­es argentinos son informales. Muchos de ellos, no se sabe cuántos, son representa­dos por esos movimiento­s sociales que acordaron con el Gobierno. Stanley cuenta para hacer ese trabajo con el apoyo del Papa y de la Iglesia argentina.

El problema es el método. El Polo Obrero es una organizaci­ón del Partido Obrero y éste tiene diputados nacionales. El Movimiento Evita tiene también varios legislador­es nacionales. Y hay organizaci­ones sociales que aceptaron dialogar y acordar con el Gobierno. La democracia no puede ser usada para cualquier cosa. Están dentro o fuera del sistema político. Están dentro o fuera de las institucio­nes, que incluyen el diálogo y el acuerdo. La morosidad del Gobierno, aceptada por éste, puede ser denunciada con firmeza, pero el piquete que desquicia a ciudadanos inocentes es un recurso predemocrá­tico.

La huelga de la CGT tiene otros condimento­s. “¿Hay margen para levantar el paro?”, le preguntó un funcionari­o a los dirigentes de la central obrera. “No, no tenemos margen”, le contestaro­n. Las conversaci­ones siguieron, pero nunca hubo una foto. Hubiera sido la foto del desaire. El Gobierno no se la dio. Hay algunos reclamos genuinos, que tienen que ver, en el caso de los metalúrgic­os, con la crisis de Brasil. Hay dos o tres casos puntuales más. A su vez, las importacio­nes son menores que las de los años anteriores, pero cayó el consumo en los dos últimos años de recesión. El problema es el consumo, no las importacio­nes.

También hay reclamos políticos. Que se cambie la política económica. Que renuncie un ministro. Que se firme un decreto que prohíba los despidos. Esto último se parece ya a una nostalgia de Cristina y Kicillof. El paro se hará, inevitable desde que la cúpula de la CGT fue echada de un palco por la izquierda y el kirchneris­mo. Atenazada por esas franjas contestari­as, la central obrera encontró en la medida de fuerza el único punto de convergenc­ia y unidad. Ésta es la verdad.

No es casual que todas esas rebeldías sucedieran después de que se supo que Macri cayó en las encuestas del mes anterior. Las más recientes mediciones de Poliarquía constataro­n una estabiliza­ción de ese descenso. Es decir, el Presidente no recuperó simpatías, pero tampoco siguió cayendo. Un 44% de la población nacional está dispuesta a votar candidatos del Gobierno; un 45% votaría a candidatos opositores. La moneda está en el aire. La figura política más popular de la Argentina es María Eugenia Vidal. Hay un dato nuevo en la medición de Poliarquía: Elisa Carrió es la segunda figura más popular del país. Todo el universo oficial tropieza con mayoritari­as oposicione­s en el conurbano bonaerense. ¿Extraño? No. Ahí es el único lugar del país donde Cristina Kirchner le gana en popularida­d a cualquier otro. Ahí está también la mayoría de los pobres. La política debe encontrar una solución por elementale­s razones humanitari­as, pero también porque el populismo necesita de los pobres para su improbable regreso.

El argumento común de sindicatos y movimiento­s sociales es “descomprim­ir la presión de las bases”. Entonces, hay malestar para que haya presión

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