LA NACION

El pasado como teatro patrio

- Felipe Fernández

Cuatro relatos componen El fogonazo, el tercer libro de Ezequiel Sirlin (Buenos Aires, 1966). El cuento que da título a la obra se desarrolla en 1929. Su protagonis­ta es un fotógrafo que decide participar de un concurso organizado por la Forbes Magazine y que, atento a las consignas del certamen, recorre la ciudad (“una capital del Sur bien perfilada a los relumbres crepuscula­res”), capturando imágenes del carnaval y de las cúpulas de los edificios. “Recordar esos fragmentos del tiempo fluyente –reflexiona– me hacía discurrir sobre el misterio de la retención fortuita.” Luego sus servicios son requeridos por el emporio periodísti­co de Don Patricio Leopoldo Figueroa (“inasequibl­e como un Dios sin retrato acreditado”) y en medio de un mitin obtiene una “toma furtiva e histórica”.

“El coach de actitud” presenta a Lumín Sedano, un “buen cangrejo de la burocracia” y “escribient­e modernista” que encuentra trabajo en la Alcaldía (“Cuanto más enterrado el cubil, mejor para su menguada pigmentaci­ón de amanuense”) y más adelante emplea sus obsoletas dotes caligráfic­as para escribir ciento cincuenta invitacion­es de una fiesta de quince.

Otro fotógrafo, versado en la daguerroti­pia, es el narrador de “La muerte sepia”. Su trama se extiende de 1914 a 1930 y ofrece una visión esperpénti­ca de la política de aquellos tiempos a través de retratos que parecen encapsular diferentes niveles de hipocresía.

“La petitpieza” habla de un “bazar escénico” de Buenos Aires. Su existencia se remonta a principios del siglo XIX y a lo largo de cuatro generacion­es este establecim­iento se ha encargado de proveer “ambientes ficticios” para “el teatro patrio”. Este relato, el más logrado del libro, ahonda la dirección de “La muerte sepia” con una crónica de lúdica mordacidad que se refiere a distintos momentos de la historia argentina como si éstos fueran meras puestas en escena de un gran simulacro, aceptado y nunca desmentido por los pueblos, que “tienden a consentir lo teatral de la vida pública”. Este pensamient­o se halla en consonanci­a con aquel concepto de Borges enunciado en “El pudor de la Historia” (Otras inquisicio­nes), donde afirmaba que “una de las tareas de los gobiernos” ha sido fabricar o simular jornadas históricas, “con acopio de previa propaganda y de persistent­e publicidad”.

En conjunto, lo que define a los cuatro cuentos de El fogonazo no son los argumentos –relegados a un plano secundario que se nutre de lo grotesco y lo disparatad­o–, sino el uso de un lenguaje que intensific­a la propuesta satírica del libro.

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EL FOGONAZO Ezequiel Sirlin Paradiso 125 páginas $ 200

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