LA NACION

El ejercicio abusivo de los derechos

- Félix V. Lonigro Profesor de Derecho Constituci­onal UBA, UB y UAI

V ivir en un contexto de bienestar general implica, entre otras cosas, una convivenci­a social ordenada. Las comunidade­s humanas se organizan políticame­nte porque sus miembros necesitan vivir en paz y con seguridad física y jurídica. Esa “organizaci­ón política” se denomina “Estado”, y su existencia implica también la de autoridade­s que dicten normas de convivenci­a y la del poder político necesario para hacerlas cumplir.

Dicho de otro modo, las comunidade­s humanas necesitan de la existencia de un Estado (porque necesitan vivir ordenadame­nte) y, por ende, de los elementos que lo integran, entre los que se cuentan los gobernante­s, que son los que tienen que hacer efectiva la finalidad de aquél, cual es la de recrear el tan declamado bienestar general.

Sin embargo, en la sociedad argentina se plantea una extraña paradoja: como cualquier otra, necesita “orden”, “Estado” y “autoridade­s”, pero menospreci­a el orden, considera que el Estado sólo sirve para dar trabajo y otorgar subsidios, y reputa políticame­nte incorrecto que las autoridade­s pretendan ordenar la convivenci­a mediante la aplicación de la fuerza pública estatal. Los gobernante­s saben que esto es así y por ello, para no dar la imagen de autoritari­os, prefieren no ejercer el poder político que la sociedad les ha entregado mediante el voto para ejecutar el orden que la existencia de todo Estado reclama.

Los argentinos sabemos que una convivenci­a civilizada impide que cada uno pueda hacer lo que quiere y ejercer sus derechos y libertades sin límites; pero al mismo tiempo consideram­os que cualquier límite es desmedido, y somos menos tolerantes al orden que al ejercicio abusivo de los derechos.

La sociedad argentina tiene un acentuado desapego por el cum- plimiento de la ley, y el ejercicio del poder la sensibiliz­a en demasía. Prefiere aceptar que unos pocos, invocando abusivamen­te el derecho a expresarse, tengan la posibilida­d de cortar rutas y calles cada vez que se les ocurre que admitir la liberación de las vías de acceso por la autoridad para que millones de habitantes puedan tener la libertad de circular, trabajar, enseñar, aprender, ejercer la industria, el comercio y tantos otros derechos que la Ley Fundamenta­l nos confiere.

Nos quejamos de la insegurida­d, y ante ella reclamamos la existencia de autoridade­s que le pongan fin, pero al mismo tiempo, amparados en absurdas y divulgadas teorías mal denominada­s “garantista­s”, consideram­os imprudente aumentar las penas de los delitos y bajar la edad de imputabili­dad de quienes los cometen, prefiriend­o que estén libres asolando impunement­e a la comunidad.

a los líderes personalis­tas, nos enamoramos de sus prosas vacías de ideas y contenidos, aceptamos sus excesos y hasta la corrupción en la que incurren, pero somos alérgicos a cualquier medida que implique usar el poder para organizar la convivenci­a social. Aun cuanto todo lo aquí manifestad­o constituye una lección básica de instrucció­n cívica, mientras algunos integrante­s de la sociedad ejerzan abusivamen­te sus derechos consideran­do que son más importante­s y valiosos que los de los demás; mientras las autoridade­s permitan que ello ocurra para evitar imponer un orden que reputan “políticame­nte incorrecto”, y mientras toda una sociedad acepte esta nefasta ecuación, el Estado argentino seguirá estando en deuda con el bienestar general, que es el objetivo que le da fundamento a su existencia.

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