LA NACION

Convivir con la paranoia en tiempos de locura terrorista

- Elisabetta Piqué CORRESPONS­AL EN ITALIA

“Mamá, el sábado va a haber un atentado de Estado Islámico en Roma”, me anunció mi hijo. “¡Pero noooo, no es cierto! ¿Quién te dijo?”, le respondí. “Mis compañeros. Los terrorista­s todavía no atacaron Roma, así que ahora le toca”, me contestó.

No es fácil ser madre en tiempos de terrorismo. El diálogo fue a principios de esta semana con mi hijo de 11 años. Aún no había sucedido el ataque en Londres. Pero ya había estallado la psicosis por la inminente celebració­n, mañana, del 60° aniversari­o del Tratado de Roma, que dio luego luz a la Unión Europea (UE). Participar­án del evento los 27 jefes de Estado y de gobierno del bloque, que llegarán hoy a la ciudad para ser recibidos por el Papa. Habrá varias marchas, a favor y en contra de la UE, en las que se teme que participen los temibles “blackblock­s”, grupos anarquista­s que suelen romper todo a su paso. Y Roma está en estado de alerta máxima. Es una ocasión perfecta para otro ataque terrorista –que sería el primero en la capital italiana–, justo cuando una Europa asustada, de capa caída, recuerda su nacimiento.

“Mamá, ¿qué hago si hay un atentado?” Fue la pregunta con la que me sorprendió, hace ya varias semanas, mi hija de 9 años. Ella, que camina todos los días a su escuela en el centro de Roma, se dio cuenta de que en los últimos meses la ciudad se militarizó. Hay tanquetas y jeeps en accesos de plazas, iglesias y otros monumentos considerad­os posibles blancos. Carabinero­s y militares ataviados con cascos, escu-

dos y armas largas en estaciones de trenes y subte. Un ejército de uniformado­s copa los accesos al Vaticano, otro punto caliente.

“No te preocupes, no va a pasar nada. Roma, como habrás visto, es muy segura, estamos protegidos”, le contesté, con optimismo. “Pero si llega a pasar algo, hay que tener sangre fría. No entrar en pánico, pensar dónde fue la cosa y reaccionar con calma”, seguí. “Si pasa algo y yo no estoy, empezá a correr para el lado opuesto. Una vez lejos del lugar del ataque, buscá a quienes estaban con vos, controlá que estén bien y llamá para avisar que estás bien”, agregué, con el mayor realismo posible. En estos tiempos de lobos solitarios y de jihadismo espontáneo, barbarie y efectos de emulación, la peor pesadilla puede llegar a ser realidad.

Más allá de mis intentos de proteger a los chicos –al apagar la televisión, esconder un diario o cerrar una página en la computador­a–, para no hacerles entender tan rápido que viven en un mundo en peligro, ellos ya saben todo. Que hubo dos atentados en París, en Bruselas, en Niza, en Berlín contra un mercado navideño, el otro día uno más en el aeropuerto parisino de Orly y el último en Londres.

“¿Por qué pasaron esos atentados?”, me preguntó mi hija. “Porque hay mucha locura”, atiné a responder.

Son las 19 y el grupo de WhatsApp de padres de la clase de mi hijo no deja de sonar. “¿Ustedes mandan a los chicos al colegio mañana?” Respuestas: “Bea no”; “Giacomo no”; “Mary no”; “Daria no”; “Leornardo no”; “Junard no”; “Emanuele no”. Y sigue la catarata de los que anuncian que no irán.

Aunque se sabe que mañana en el centro de Roma habrá museos y subtes cerrados y zonas inaccesibl­es –la celebració­n será en la misma sala del Capitolio en la que se firmó el tratado hace 60 años–, hoy hay clases. Es más, la escuela hace unos días publicó un aviso relativo a “eventos del 24 y 25 de marzo”. Enigmático, decía que, pese a los actos conmemorat­ivos de la firma del Tratado de Roma, “el instituto hasta el momento no recibió comunicaci­ones acerca de eventuales dificultad­es de acceso a la sede”.

Como la mayoría de sus compañeros y amigos no asistirá a clases, mi hijo de 11 años tampoco quiere ir al colegio. ¿Qué hacer? ¿Ceder ante la psicosis? ¿O nadar contra la corriente, que sería mi primera opción? Dilemas de una madre en tiempos de locura terrorista.

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