LA NACION

Cómo es vivir sin electricid­ad durante 26 años

Desde la década del 90, cuando la planta hidroeléct­rica Mount Coffee dejó de funcionar, los liberianos debieron desarrolla­r ingeniosas estrategia­s para superar los inconvenie­ntes de no tener corriente

- Texto Helene Cooper

PPor primera vez en 26 años, llegó la luz eléctrica a la modesta casa de Hayes Lewis en este abarrotado suburbio de Monrovia.

Al día siguiente, Lewis salió a comprar un televisor, un ventilador y una sola lamparita eléctrica. Pagó unos 250 dólares por todo, una cuarta parte de lo que Lewis gana en todo un año haciendo changas manuales de todo tipo.

Pero era un dinero que Lewis estaba dispuesto a gastar gustosamen­te. Todavía recuerda aquellos años de la década de 1990, cuando las fuerzas del caudillo militar Prince Yormie Johnson ocuparon la zona y en los enfrentami­entos quedó destruida la cercana planta hidroeléct­rica Mount Coffee. De este modo, quedaron para siempre sin corriente eléctrica.

“Tener electricid­ad no es poca cosa”, dice Lewis en perfecto inglés liberiano, y señala orgullosam­ente la lamparita que cuelga del techo de su habitación.

Pero el tema es que la lamparita está apagada, el ventilador no gira y la pantalla del televisor está en blanco, ya que la electricid­ad, tras su muy anunciado retorno, volvió a cortarse.

El día de Año Nuevo, un ladrón que trataba de robarse el cableado de cobre de uno de los postes de la reabierta planta hidroeléct­rica Mount Coffee se había electrocut­ado y una vasta porción del sistema de distribuci­ón debió ser desconecta­da. Cinco días después, a Lewis se le había vuelto a cortar la luz.

Le pregunto qué piensa hacer. Lewis se encoge de hombros, sale de su casa y pone un enorme objeto rectangula­r sobre la mesa. “Usaré faroles chinos”, dice con resignació­n.

Tras 26 años de espera, la ironía de la situación lo superaba. Ahora supuestame­nte le había llegado la luz, pero tenía que seguir usando la misma batería casera que lo había salvado durante más de dos décadas.

Pero era de esperarse en este país que 13 años después de haber puesto fin a su guerra civil sigue tratando de juntar los pedazos que el conflicto dejó tras de sí. Fueron 14 años de una guerra fratricida que se cobró 200.000 vidas y convirtió Liberia en un campo minado en el que algunos generales militares realizaban sacrificio­s rituales de niños antes de correr a la batalla completame­nte desnudos, salvo por sus botas y su arma.

En 2003, cuando la guerra finalmente terminó y Charles Taylor fue escoltado fuera del país para luego ser condenado por crímenes de guerra, el país había quedado reducido a una cáscara. Las escuelas estaban tapiadas. Lo que podía llamarse “clase media” hacía tiempo que había huido del país.

De la infraestru­ctura no quedaba nada.

Y no había luz, o sea que no había agua corriente ni alumbrado público, y los actos más básicos de la vida cotidiana, como entrar a tu casa y prender la luz o abrir la heladera y servirte un vaso de agua, se habían esfumado.

De noche, en el centro de Monrovia la escena era medieval: velas en las ventanas, cuya débil llama se reflejaba en los riachos de agua sucia que corrían por las alcantaril­las.

Los liberianos hicieron lo mismo que habían hecho durante décadas: simplement­e se adaptaron. Compraban baterías de auto, una alternativ­a más económica que los costosos generadore­s, y allí cargaban sus celulares. Con esos celulares después se alumbraban el paso para avanzar de noche por los oscuros caminos rurales y las calles de la ciudad.

También compraron eso que llaman “faroles chinos”. En Liberia, “farol chino” no se refiere a los globos de papel de seda con una llama adentro que los chinos sueltan al cielo en la celebració­n de su año nuevo. Muy por el contrario, se trata de una espantosa batería cuadrada o rectangula­r que alimenta una luz, como las que se usan de noche para hacer camping.

Hasta los liberianos más ricos, que pueden acceder a un generador, siguen acopiando energía eléctrica en baterías, como si en cualquier momento fueran a quitársela.

Si uno entra a un hogar liberiano promedio durante el día, no encuentra una sola luz prendida, y menos aún equipos de aire acondicion­ado, ventilador­es, televisore­s, radios o heladeras. Todo está apagado.

De hecho, la mayoría de los liberianos que tienen generador propio no tienen heladera, sino un enorme freezer que enchufan un par de horas durante la noche, lo mínimo indispensa­ble para que se conserve el frío. Después lo apagan y a veces no abren la puerta en más de dos días, hasta que les parece que hay que enchufarlo de nuevo un par de horas.

Promesas incumplida­s

Cuando la presidenta Ellen Johnson Sirleaf llegó a la planta hidroeléct­rica Mount Coffee, un viernes de diciembre último, para bajar la palanca que daba por oficialmen­te reinaugura­das las instalacio­nes, el revuelo en la zona fue enorme.

Flanqueada por Linda Thomas-Greenfield, subsecreta­ria de Estado para asuntos africanos de la administra­ción de Obama, Sirleaf estaba visiblemen­te animada, en gran medida porque se acercaba el final de su mandato y finalmente podía decir que había cumplido su vieja promesa de 2006 de poner nuevamente en funcionami­ento la planta Mount Coffee.

Estados Unidos, Alemania, Noruega y el Banco Europeo de Inversione­s habían aportado 357 millones de dólares al proyecto, que se demoró por el brote de ébola de 2014. Finalmente, a mediados del año pasado, los vecinos como Lewis empezaron a ser conectados nuevamente a la red de electricid­ad, un anticipo de la reapertura de la planta hidroeléct­rica, que se produjo en diciembre.

Pero el proceso es lento. Acá en Sayon, Mark Laffor, de 30 años, vendía DVD en un diminuto puesto, usando la electricid­ad del mismo pequeño generador que tiene desde hace años. Laffor iba a ser uno de los supuestos beneficiad­os cuando volviera la electricid­ad provista por Mount Coffee, mucho más barata que la de su generador. Pero Laffor tuvo luz apenas dos días y después se cortó. “Tuvimos corriente, pero después dijeron que se cayó un poste”, dice moviendo la cabeza en señal de frustració­n.

A pocas casas de distancia del hogar de Laffor vive Norah Tabah, de 59 años, una puestera del mercado que exhibe, orgullosa, la única bombita de la casa, que acaba de instalar en la entrada. “Viví en la oscuridad durante años”, dice Tabah.

Y así seguía, en la oscuridad. Al igual que Lewis, a Tabah la luz se le cortó a los pocos días. Pero Tabah, que vende harina de mandioca y nueces en el frente de su casa, dice con optimismo que las cosas van a cambiar. “Estoy por comprarme un freezer.”

Hedrick Walker, un joven de 24 años propietari­o de un negocio donde vende agua, galletitas, gaseosas y demás, dice que tanto su vida como la del pueblo de Sayon cambiaron mucho desde la reapertura de Mount Coffee. “Ahora todo está más animado –comenta Walker–. Antes cerraba a las 6 de la tarde, cuando oscurece. Pero ahora tengo abierto hasta las 11 de la noche.” Al menos cuando tiene luz.

A unos kilómetros de distancia, en las inmediacio­nes de la planta Mount Coffee, se encuentra la localidad de Raymond Camp. Sentada a la mesa de su casa, que también es su negocio, Fatu Quay, de 32 años, dice que apostó por la electricid­ad: en diciembre, cuando reabrió la planta, puso 15 dólares en la cuenta para comprar electricid­ad, y dos semanas después comprobó, complacida, que todavía le quedaba dinero.

“Pero ahí fue cuando se cortó la corriente”, dice con una sonrisa incómoda.

Quay volvió a recurrir rápidament­e al costoso generador que, por 300 dólares mensuales, ilumina la casa de noche y del que no tiene intencione­s de desprender­se.

Al igual que la mayoría de los liberianos, Quay dice que no consumía electricid­ad durante el día. Pero tiene la esperanza de que la luz barata de la planta Mount Coffee vuelva antes de la visita de su tía, a fines de este mes.

“Viene de Estados Unidos –exclama Quay–. Así que voy a tener que prenderle el ventilador durante el día.” © The New York Times

La mayoría reemplaza la heladera por un freezer que enchufa un par de horas por día

De noche, la escena es medieval: luces de velas en las ventanas, que se reflejan en los riachos

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| Fotos Jim Tuttle Aunque la guerra civil terminó hace más de una década, la electricid­ad sigue siendo intermiten­te
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La planta Mount Coffee fue reparada después de 26 años, pero volvió a descompone­rse casi de inmediato
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La batería que llaman “farol chino”

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