LA NACION

Un equipo tan embarrado como la cancha

- Diego Latorre

El aspecto impresenta­ble que ofreció el césped del Monumental acabó embarrando, una vez más, la nueva presentaci­ón de la selección argentina.

Como en encuentros anteriores, el equipo no cumple con la premisa principal: no define una idea clara de funcionami­ento. Al contrario, pudo más la anarquía que el juego; el esfuerzo, el caos y la confusión que cualquier intento de orden. Y nada pudo cambiar este rumbo, desde el comienzo hasta el final.

Es cierto: los tres puntos se quedaron en casa. Pero después de un partido que se acercó en exceso al “ganar como sea”, incluido un penal inventado.

El centro del campo es el corazón de un equipo, no puede estar vacío. Y esto es lo que le sucede una y otra vez a la selección de Bauza. Pararse con tres delanteros exige una buena salida de la pelota desde atrás, un circuito de juego que ofrezca dos o tres alternativ­as de pase casi en cada acción y también un oficio en la tenencia.

Nada de eso posee en la actualidad el conjunto argentino. No hay capacidad para asociarse, para tocar y mostrarse, y como consecuenc­ia, los de arriba quedan descolgado­s, superpuest­os, sin participac­ión. Ante semejante panorama se presupone mejor contar con un volante más, algo que intentó corregir Bauza con el ingreso de Banega en el segundo tiempo, aunque la realidad es que tampoco varió demasiado la pobreza creativa del conjunto.

A todos estos problemas se debe añadir una insegurida­d demasiado evidente. Ni siquiera una acción tan trascenden­te como un gol a favor –inesperado y fuera de contexto– le hizo bien a la Argentina. La falta de confianza para juntarse y tocar, el temor, las prematuras ganas de que se termine el partido fueron igual de notables. Entonces, ante la mínima presión rival se recurre al pelotazo largo; y frente al dominio del oponente se apela al recurso del esfuerzo y el retroceso para intentar una recuperaci­ón imposible desde el orden.

Así, como siempre, Argentina quedó esclava del recurso Messi, de sus intentos de gambeta frente a varios adversario­s, pero también de la habitual falta de compañía para el 10.

¿Por qué se ganó a pesar de un juego tan pobre? Porque Chile careció de jerarquía para hacer valer en el área de enfrente su mejor fútbol. Pero demostró, otra vez, que está a la misma altura de la Argentina. Y esa es la peor noticia de la noche: que hoy por hoy cualquiera puede complicar a esta selección sin identidad, tan embarrada como el piso del Monumental.

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S. filipuzzi Biglia y sánchez, en un piso irregular

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