Un equipo tan embarrado como la cancha
El aspecto impresentable que ofreció el césped del Monumental acabó embarrando, una vez más, la nueva presentación de la selección argentina.
Como en encuentros anteriores, el equipo no cumple con la premisa principal: no define una idea clara de funcionamiento. Al contrario, pudo más la anarquía que el juego; el esfuerzo, el caos y la confusión que cualquier intento de orden. Y nada pudo cambiar este rumbo, desde el comienzo hasta el final.
Es cierto: los tres puntos se quedaron en casa. Pero después de un partido que se acercó en exceso al “ganar como sea”, incluido un penal inventado.
El centro del campo es el corazón de un equipo, no puede estar vacío. Y esto es lo que le sucede una y otra vez a la selección de Bauza. Pararse con tres delanteros exige una buena salida de la pelota desde atrás, un circuito de juego que ofrezca dos o tres alternativas de pase casi en cada acción y también un oficio en la tenencia.
Nada de eso posee en la actualidad el conjunto argentino. No hay capacidad para asociarse, para tocar y mostrarse, y como consecuencia, los de arriba quedan descolgados, superpuestos, sin participación. Ante semejante panorama se presupone mejor contar con un volante más, algo que intentó corregir Bauza con el ingreso de Banega en el segundo tiempo, aunque la realidad es que tampoco varió demasiado la pobreza creativa del conjunto.
A todos estos problemas se debe añadir una inseguridad demasiado evidente. Ni siquiera una acción tan trascendente como un gol a favor –inesperado y fuera de contexto– le hizo bien a la Argentina. La falta de confianza para juntarse y tocar, el temor, las prematuras ganas de que se termine el partido fueron igual de notables. Entonces, ante la mínima presión rival se recurre al pelotazo largo; y frente al dominio del oponente se apela al recurso del esfuerzo y el retroceso para intentar una recuperación imposible desde el orden.
Así, como siempre, Argentina quedó esclava del recurso Messi, de sus intentos de gambeta frente a varios adversarios, pero también de la habitual falta de compañía para el 10.
¿Por qué se ganó a pesar de un juego tan pobre? Porque Chile careció de jerarquía para hacer valer en el área de enfrente su mejor fútbol. Pero demostró, otra vez, que está a la misma altura de la Argentina. Y esa es la peor noticia de la noche: que hoy por hoy cualquiera puede complicar a esta selección sin identidad, tan embarrada como el piso del Monumental.