LA NACION

La muy particular banda santafecin­a vuelve a la Capital para presentar en el Ópera su nuevo disco

La volada e inclasific­able banda santafecin­a presentará mañana su tercer álbum, La promesa de Thamar, en el teatro Ópera

- Sebastián Ramos

“Nunca fuimos puristas. El reggae fue más un vehículo para después poder ser libres”

desde que, en 2010, aterrizaro­n en la noche del under porteño con su nave de fibra hecha en santa Fe, sig ragga se convirtió instantáne­amente en una de esas bandas “que hay que ver” de la escena local. Un grupo con nombre filoreggae que se mueve con libertad entre el rock progresivo, el jazz, el rock steady, el folklore, la música de películas, la esencia spinettean­a, la world music y una puesta de lo más teatral que incluye a sus músicos vestidos con sotanas y los rostros pintados de plateado.

“Pintarnos la cara, crear una caracteriz­ación y armar un vestuario especial para cada show fue desde el principio una necesidad expresiva tan fuerte como la de hacer música”, dice nicolás González, el joven guitarrist­a que armó esta banda junto con su compañero de escuela “Tavo” Cortés en 1998, cuando apenas tenían 13 años. “Teníamos la necesidad de romper con la realidad, de darle ese elemento de fantasía, que es tan parte del imaginario del grupo como la música. Queríamos romper con ciertas estructura­s que estábamos viviendo en la adolescenc­ia, y esa búsqueda de la libertad también pasaba por involucrar el cuerpo en la música y hacer caracteriz­aciones y mostrarnos de alguna forma que tuviera sentido para nosotros. Fue algo más visceral que cerebral.”

a veinte años de aquellas primeras incursione­s adolescent­es arriba de un escenario, esta banda santafecin­a presentará mañana su tercer álbum, La promesa de Thamar, en el teatro Ópera, confirmand­o el potencial que insinuaron desde que irrumpiero­n con su debut discográfi­co, en 2009 (Sig Ragga, con producción del perico sergio “Chapa” Blanco).

“Éramos muy chicos cuando armamos la banda, estábamos saliendo de la niñez, y tocábamos muy poco, porque la escena de stanta Fe en ese momento era muy acotada. Éramos un grupo que prácticame­nte se la pasaba ensayando y componiend­o y tocábamos contadas veces por año”, continúa González, el único de los cuatro integrante­s del grupo que se mudaron a Buenos aires siete años atrás que aún vive en la Capital (los otros tres, luego de tres años, volvieron a santa Fe).

“empezamos a venir a Buenos aires cuando grabamos nuestro primer disco, y de repente estábamos tocando bastante y vimos que si probábamos quedarnos acá, al menos por un tiempo, podía ser muy bueno para el desarrollo del grupo.” el guitarrist­a asegura que el cambio fue “shockeante”, en lo personal y en lo musical. “es un tipo de energía totalmente diferente el que se vive en esta ciudad, y para algunos de nosotros era la primera vez que lo hacíamos solos, veníamos directo desde las casas de nuestros padres. eso nos hizo crecer de golpe y a la banda le pasó lo mismo.”

–Tus compañeros se volvieron y vos te quedaste, ¿por qué?

–Yo también estuve por volver, porque el ritmo de acá es difícil, pero me quedé porque me puse a estudiar guitarra, más orientado al jazz, con un ídolo mío, Pino marrone. eso es también lo que tiene Buenos aires: me puedo tomar un colectivo e ir a aprender guitarra con mi ídolo.

–¿Escuchabas Crucis?

–sí, mi papá me hacía escuchar esos discos y después, con el tiempo, yo empecé a seguir lo que Pino hizo en su etapa más jazzera, y eso me volvió loco, me cambió la vida musical por completo.

Tras el primer impacto, sig ragga consiguió rápidament­e sobresalir entre la propuesta musical porteña, y en 2013, apadrinado­s por el ingeniero de sonido eduardo Bergallo, viajaron a Texas a grabar su segundo álbum. “Fue como vivir una película, una fantasía total y mucho más viniendo de una provincia como nosotros. Grabar con el despliegue de arsenal técnico que tienen allá a nuestra disposició­n es algo que nunca nos vamos a olvidar.”

siempre con un público seguidor en ascenso (habrá que decirlo, exclusivam­ente apoyado en el boca en boca), el año pasado la banda llenó su primer teatro Vórterix y en septiembre editaron su tercer álbum,

La promesa de Thamar, desde donde la búsqueda sonora continúa y del reggae inicial casi nada más queda. “nunca nos sentimos parte de un movimiento puro, siempre intentamos combinar condimento­s de distintos géneros musicales, ya sea extraídos de películas o del jazz, el folklore o la música negra. el reggae fue más un vehículo para después poder ser libres. nunca fuimos un grupo purista”, asegura el guitarrist­a.

“después de grabar el segundo disco maquetamos un montón de ideas y teníamos carpetas y carpetas de pequeñas grabacione­s en la computador­a. esta vez, decidimos ir ahí para empezar a componer, y si bien en un momento encontramo­s un lado más conceptual como para encarar el álbum, las canciones tomaron vida propia y se dispararon hacia otro lugar. el elemento narrativo del álbum surgió por su cuenta.”

Como un libro de cuentos o una película, La promesa de Thamar cumple con la premisa de transporta­r al escucha a un mundo de fantasía, en donde el surrealism­o se cruza con lo espiritual, la psicodelia con la esencia new age y la realidad con la ficción. Un mundo llamado sig ragga.

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Surrealism­o, espiritual­idad, psicodelia y new age se mezclan en el mundo Ragga

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