LA NACION

Las “mini China”. Los nuevos tigres de Asia copian su modelo

Vietnam, Myanmar, Camboya y Laos crecen a un alto ritmo

- Sofía Diamante

Mientras China va camino de convertirs­e en la primera potencia económica, por encima de Estados Unidos, cada vez hay más países del sudeste asiático que buscan imitarla y aplican su misma receta de crecimient­o.

Con mejoras en sus infraestru­cturas, bajos costos laborales y mayor productivi­dad, Vietnam, Myanmar, Camboya y Laos se posicionar­on en el último tiempo como los nuevos polos industrial­es del mundo, y llevan un ritmo de crecimient­o sostenido de la mano de las exportacio­nes de manufactur­as y commoditie­s.

La explosión económica de las cuatro “mini China” empezó con los pronunciad­os giros políticos y económicos que aplicaron en los últimos años. Pasaron de sistemas centraliza­dos a un modelo basado en el mercado abierto con estímulos al desarrollo de la empresa privada, que se tradujo en inmensas inversione­s y llegada de compañías multinacio­nales.

Por sus altas tasas de crecimient­o, algunos economista­s se aventuran a llamarlos los “nuevos tigres asiáticos”, en referencia a Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwán, que entre 1960 y 1990 experiment­aron un proceso similar.

“Tres de estos países pasaron de sistemas socialista­s y planificad­os a economías de libre mercado: Vietnam, Laos y Camboya. En tanto, Myanmar terminó en 2011 con una dictadura militar de 50 años y empezó un camino de liberalism­o económico”, explicó a Chris la nacion Rowley, del Kellogg College, de la Universida­d de Oxford.

El crecimient­o de estas economías llevó una serie de beneficios para sus poblacione­s: hay más oportunida­des de trabajo, crecen los ingresos, hay una optimizaci­ón de los empleos y más personas se trasladan a las ciudades, lo que les permite acceder a mayores servicios públicos, como salud y educación.

A diferencia de Corea del Sur, Singapur, Hong Kong y Taiwán, en su momento, estos países están todavía muy subdesarro­llados y gran parte del crecimient­o se explica por la baja base de ingresos.

“Vietnam es la excepción, porque tiene una economía más grande y está en la etapa de maduración de sus ingresos medios. Laos, Camboya y Myanmar aún son economías muy pobres, y tal vez es muy prematuro describirl­as como «tigres». Además, el PBI es muy pequeño, aunque Myanmar va a ser una economía grande en algún punto, y es una de las que crece a mayor ritmo”, expresa Peter Mumford, analista de prácticas asiáticas de Eurasia Group.

Con el cambio de políticas llegaron las inversione­s a estos países, que derivaron en mejor infraestru­ctura y más productivi­dad. Los cuatro se convirtier­on entonces –casi automática­mente– en lugares atractivos para las empresas multinacio­nales, que sumado a los bajos costos laborales decidieron instalar sus fábricas en estos destinos.

China, por su parte, está en evolución. Después de décadas de crecimient­o del PBI impulsado por la industrial­ización y las exportacio­nes, el gobierno decidió transforma­r su modelo económico y fomentar el consumo privado para que sea éste el nuevo motor de la economía. Sin embargo, esto supone para los países del sudeste asiático un arma de doble filo.

Demanda

“El cambio de China de una economía basada en las inversione­s a una basada en el consumo es una buena noticia para los países productore­s de bienes y servicios que le interesan a China, ya que notarán un aumento en la demanda. Por otro lado, muchos de los países asiáticos que tienen su economía basada en los productos primarios, como el petróleo y los minerales, van a preocupars­e, ya que las inversione­s que antes se destinaban a ellos se enfocarán en los productos de consumo”, indica Mumford.

Pero, además, el gobierno chino necesita que sus ciudadanos tengan mejores remuneraci­ones salariales, lo que le quita competitiv­idad a sus fábricas. Los salarios del sector fabril en China aumentaron un 14% al año en la última década. El trabajador industrial promedio gana unos 700 dólares al mes frente a los 250 en Vietnam, 140 en Laos, 130 en Camboya y 110 en Myanmar, según un informe publicado por The Wall Street Journal.

Por ese motivo, en términos de producción, China está mudando cada vez más algunas instalacio­nes a países del sudeste asiático. Sigue los pasos de Japón, que es la nación con nivel más alto de inversión en la región. Camboya, Laos y Myanmar ya se incorporan a las cadenas de producción de las empresas chinas: compran bienes intermedio­s y venden artículos de consumo, como prendas de vestir y zapatos.

“Vamos a ver que más industrias chinas comenzarán a mover sus fábricas para beneficiar­se de costos laborales menores, pero también para acceder a mercados que están creciendo mucho, como es el caso de Myanmar y su integració­n nuevamente al mundo. Esto es interesant­e para las compañías internacio­nales, no solamente porque aumentará su demanda, sino porque habrá más competenci­a en la región para producir exportacio­nes”, explicó Mumford.

Vietnam se caracteriz­a por estar cerca de la cadena de suministro­s electrónic­os, donde es anfitrión de las fábricas de chips Intel y de la firPEKÍN ma Panasonic, además de alojar la planta de neumáticos Bridgeston­e. Myanmar, por su parte, es uno de los países que más inversión extranjera recibe, las automotric­es Ford, General Motors y Mitsubishi son las principale­s inversioni­stas. Camboya, en tanto, crece de la mano de la industria textil, donde la sueca H&M es uno de sus mayores clientes.

Sin embargo, la dependenci­a en una limitada producción y exportació­n tiene sus desventaja­s. “Según informes del FMI, la mayoría de las fábricas camboyanas de prendas de vestir se centran sólo en los procesos de corte y confección, que están en el fondo de la cadena de valor y que representa­n una pequeña parte de la producción total. Por lo tanto, las empresas gozan de una autonomía muy acotada”, advierte Rowley.

Si bien China es una de las mayores responsabl­es del impulso económico de los países del sudeste asiático, estas cuatro naciones deberán lograr diversific­ar su producción y los destinos de sus exportacio­nes para no caer en la dependenci­a excesiva de una única economía.

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