LA NACION

Pilar del Río. “¿Por qué piensan que no puedo defenderme? Qué falta de respeto”

La viuda de José Saramago acaba de recibir un premio por la fundación que preside; pese a todo, no se siente la “mujer de”

- Texto Laura Ventura | Foto Fundación José Saramago

Abre la puerta y señala las pantuflas que acaba de quitarse para recibir a una desconocid­a. Tiene puestos los piecitos en unos zapatos negros y en un puente que une el pasado con el futuro. Comparte las historias detrás de cada cuadro que sostiene la pared de una memoria sin dobleces. Sus relatos no son asépticos. Es una mujer transparen­te, sin maquillaje, sin prejuicios. Como atea consecuent­e, no le teme ni al Diablo ni a Dios, pero le profesa fe a los mortales con una actitud vital de confianza. “En esta habitación escribía José Saramago cuando estaba en Madrid”, prende la luz y su cara se ilumina. Pilar del Río, sevillana, es periodista y traductora. Compartió su vida con el premio Nobel portugués y conduce la fundación que lleva el nombre de su marido, una institució­n que goza de reconocimi­ento internacio­nal y elogios de académicos y escritores. Hay en ella una esencia de los personajes femeninos de Saramago: fortaleza, dulzura, generosida­d e independen­cia. “La viuda de” es un epíteto que la asfixia: “No-lo-sopor-to. Nunca fui la «hija de», ni «la madre de». ¿Por qué demonios voy a ser «la mujer de»? ¿Por qué piensan que ya no puedo defenderme? Pero qué falta de respeto. No renuncio ni a un país ni a idiomas ni a mi familia. No me definan en base a otros parámetros. Soy otras cosas que he concebido con mi decisión y voluntad”, se enciende y luego hace bajar la temperatur­a de su ira para regresar a su calidez natural.

Es domingo, anochece, y Pilar del Río acaba de concluir el trabajo que expondrá en una conferenci­a. El día siguiente es feriado, pero tiene previsto una jornada de encuentros. Los mails no cesan de llegarle y tiene en la mesa un celular con chip español y otro portugués. Reside en Lisboa y reparte sus días entre Madrid, el mundo y la isla de Lanzarote, donde se encuentra la Casa Museo de José Saramago. Hace meses recibió una noticia inesperada. Ella –y no la institució­n, aunque en ella están sus pulmones y sus manos–, fue galardonad­a con el premio Luso-Español de Arte y Cultura (que consiste en la distinción y en la suma de 75 mil euros) por su trabajo como creadora y presidenta de la fundación, por su defensa de los derechos humanos y por su vínculo con Iberoaméri­ca, es decir, más allá del Atlántico. Cuando falleció el escritor en 2010 pidió obtener la nacionalid­ad portuguesa: “Lo hice por algo romántico, que no se perdiera un número entre los habitantes de Portugal, y por algo práctico: quería pagar mis impuestos en el país de origen de José”. –¿Qué hará con el premio? –Lo destino a la Casa Museo. Esa es mi casa y he decidido abrirla desde las 10 a las 14 para visitantes. Mi hermana, mi cuñado y sus hijos viven ahí y han cedido esa comodidad de su vida. Nos parecía que el espíritu de Saramago no se podía perder.

Su fundación dará a conocer la Declaració­n Universal de Deberes, hecha a partir del discurso de aceptación del Nobel en 1998, 50 años después de la firma de la Declaració­n de Derechos Humanos, un tiempo en el que, según el autor, los gobiernos hubiesen podido avanzar más. “El primer artículo busca el cumplimien­to de todos los derechos y libertades, de prensa, de sindicació­n, a la vivienda, a protestar, etc. También el derecho a discrepar, incluso con las religiones hoy es algo medievalme­nte peligroso. Umberto Eco decía que pasamos de la estupidez a la locura [busca una cita del italiano en su computador­a]… aquí dice que es un libro póstumo, y no. Hay muchos errores en Internet”. –Wikipedia dice que Saramago vivió en la Argentina. –¿De dónde sacaron eso! ¡No! ¿Me lo muestras? [lee el texto y se ríe con resignació­n] ¿Sabes lo que es “Argentina”? ¡Es Azinhaga! Las afueras Lisboa. Por favor, cuéntalo.

La literatura de Saramago estaba cerca de las letras argentinas. Del Río recuerda las complicida­des de su marido con Tomás Eloy Martínez y sus lecturas reiteradas de Julio Cortázar y Alberto Manguel (“José lo considerab­a un sabio. En mi casa, en la sala de juntas, siempre hay un libro de Manguel al alcance de la mano”). También considerab­a a Borges, a quien no conoció, un hilo conductor de su obra, pero sí tanto Pilar del Río como Saramago forjaron una amistad con María Kodama. –¿Por qué piensa que Kodama es tan controvert­ida? –¿Quiénes la critican? ¿Los viudos de Borges? Lamentable­mente Borges no quiso vivir con ninguno de esos señores. Depositó su confianza en ella, y María en Borges. No pueden declararla incompeten­te y lo han intentado en los tribunales. Hay escritores que fueron a testificar a favor de María, como José Saramago. Y que no venga nadie a decir que Borges era tonto o no sabía lo que hacía. Te podrá gustar más o menos. A mí me gusta, es mi amiga, la quiero. A nadie hay que pedirle que adore a María. Punto. Y si respetan a Borges, respetan sus decisiones… o a lo mejor lo que quieren es utilizar a Borges en beneficio propio. Puedo o no estar de acuerdo con ella. Mientras ella cuida a Borges de una manera, yo dejo que José Saramago ande por el mundo y se cuide solo. Son dos formas distintas de enfocar la vida, pero ninguna es mejor que otra. Las dos son válidas. –¿Cómo es convivir recordando la figura de su marido? –No nos hicimos falsa ilusión de eternidad. Cuando él estaba enfermo y sabía que tenía los días contados, lo vivimos con toda la naturalida­d. De algún modo, hicimos juntos el luto. No siento ni dolor ni extrañeza. Mi vida es una declaració­n de amor hacia él.

“Pedí la nacionalid­ad portuguesa por algo romántico, para que no se perdiera un número entre los habitantes de Portugal”

“Mientras Kodama cuida a Borges de una manera, yo dejo que Saramago se cuide solo. Ambas formas son válidas”

“En mi casa, en la sala, siempre hay un libro de Alberto Manguel al alcance de la mano. José lo considerab­a un sabio”

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