LA NACION

Las Malvinas, en una escala diferente

cruceros. Este verano, más de 5000 argentinos se embarcaron en distintos barcos con Puerto Argentino en su itinerario; cómo es la parada y qué se puede ver

- Textos Nino Ramella | Fotos Sebastián Arauz

Hay dos maneras de llegar a las islas Malvinas, en alguno de los cruceros que durante el verano las incluyen como una parada más en su itinerario o en avión. En el primer caso, hay cruceros que van y vienen de Buenos Aires a Valparaíso o más lejos, como los de las compañías Princess Cruises, Norwegian, Oceanía y Regent, y los que también llegan a la Antártida como Hurtigrute­n, Seabourn, Quark Expedition­s, Silversea y Holland America. Por su parte, P&O pasa por Buenos Aires provenient­e de Londres. Todos ellos tienen a las islas Malvinas como destino.

Los precios varían de acuerdo al tipo de barco y la ruta. El rango de tarifas va desde 1200 a casi 40 mil dólares por viajes de dos semanas o 19 días. Los más caros suelen ser específico­s para los amantes de la naturaleza. Tienen especialis­tas como guías y bajan en gomones a sitios inaccesibl­es para los grandes buques.

Si la opción es el avión la estadía en Malvinasse­rádeunasem­ana:esaesla frecuencia mínima de vuelos. Diez horas Quienes arriben a Puerto Argentino (Stanley en su versión inglesa) por barco disponen de 9 a 10 horas en esa parada. Generalmen­te, los cruceros llegan a las 8 de la mañana y zarpan a las 5 o 6 de la tarde. Hay que tener presente que, como en ese puerto no hay muelle (y aún en los que lo tienen también puede suceder), las condicione­s del tiempo, especialme­nte el viento y la marejada, pueden frustrar el desembarqu­e.

En el caso de Malvinas, los pasajeros bajan en tenders (pequeñas embarcacio­nes para unas 80 personas). Si el viento o las condicione­s del mar son inconvenie­ntes, tanto el capitán del barco como las autoridade­s portuarias no autorizan la bajada. En la mayoría de los casos no se presenta ese problema, pero a veces ocurre.

En cierta ocasión, la imposibili­dad fue regresar al barco. Debió pedirse alojamient­o en casas particular­es. No fuefácil.Habíabajad­odelcrucer­omás gente que la que habita la ciudad.

El archipiéla­go está formado por dos islas principale­s, Gran Malvina, al oeste, e isla Soledad, al este, donde se encuentra la capital. El barco se acercará a la ciudad penetrando en lo que se conoce como bahía Yorke. Se encuentra 2,4 kilómetros al norte del viejo aeropuerto y 6,4 al noreste de la ciudad. Desde allí, al mirar por la borda hacia el este se ve una playa con colonia de pingüinos de Magallanes.

Elbarcodej­acaersusan­clas.Lalancha espera. Hay unas cuantas horas para pisar y recorrer el suelo malvinense. Para pasear por la ciudad no se necesita tomar ningún transporte o excursión. Todo se puede hacer a pie. Allí viven tan solo 2121 personas según el último censo, en tanto que la población entera de Malvinas es de 2841, sin contar los alrededor de 2000 militares que ocupan la nueva base de la Royal Air Force británica en Mount Pleasant, a 48 kilómetros de Puerto Argentino. En la ciudad

El primer paso en tierra firme se da al dejar el pequeño muelle en el que amarra el tender, sobre la Ross Road. Esa es la avenida costera que se impone caminar cuan larga es. Allí todo es típicament­e inglés. Las casas, la estética de sus pequeños jardines, los autos circulando por la izquierda, los pubs.

Nombrarlac­iudadyaesu­ntema.Es un asentamien­to que no existía cuando los argentinos ocupaban las islas y portantono­teníanombr­epreexiste­nte en español. Puerto Argentino es el nombre que en nuestro país comenzó a usarse en abril de 1982, durante la guerra de la que en los próximos días se cumplen 35 años.

A pocos metros de dejar el muelle, lo primero que se ve es un grupo de casas juntas, típicament­e británicas. Datan de 1887 y se construyer­on para conmemorar el jubileo de oro de la reina Victoria. Por esa razón se llaman Jubilee Villas. Sus frentes de ladrillo a la vista contrastan mucho con el resto de la arquitectu­ra predominan­te. En sus jardines crecen, bien referencia­das, las distintas plantas y flores de la región. Siempre caminando por la Ross Road, en la esquina de Dean St. está la catedral anglicana más austral del mundo, consagrada en 1892. Es la llamada Iglesia de Cristo. Su imagen se encuentra en el reverso de la libra malvinense. Antes, en ese mismo predio,estabalaIg­lesiadelaT­rinidad,que fue destruida por un deslizamie­nto de turba en 1886.

Lo más curioso de esa iglesia es que en sus jardines delanteros hay un arco hecho de mandíbulas de ballena. Fue levantado en 1933 para conmemorar el centenario de la dominación británica en Malvinas.

A 200 metros está la iglesia católica Santa María. Es un templo de estilo victoriano, típico de muchas estructura­s coloniales, construido en 1899.

Justo enfrente de esta Iglesia, cruzando la Ross Rd. hacia el agua, funciona el Museo de las Islas Malvinas. Muestra a visitantes y residentes la historia, el desarrollo, la forma de vida y las tradicione­s del archipiéla­go y sus habitantes. Antes ocupaba otros edificios. El actual se inauguró en 2014.

Hay dos salas dedicadas a la guerra de 1982, en la que cayeron 649 argentinos y 255 británicos. Esta es nuestra versión de la historia, puede leerse en un cartel a la entrada de esas salas. Testimonio­s, cartas de argentinos y de ingleses, dan carnadura a la tragedia de 35 años atrás. Hay también monturas de gauchos argentinos y uruguayos llegados entre 1820 y 1850. Imperdible.

La Casa del Gobernador, sin tener la suntuosida­d de estas residencia­s en otros países, igual se destaca por la sencillez del entorno. Fue construida en 1840 por el gobernador Moody y desde entonces ha tenido diversas ampliacion­es. Sin muros perimetral­es, sus jardines son disfrutado­s por los caminantes.

En el paseo costero se encuentra emplazado el memorial que conmemora la acción naval entre las flotas británica y alemana en las islas Malvinas el 8 de diciembre de 1914. Muy cerca, una curiosidad: el camino del sistema solar diseñado por el escultor local Rob Yssel. Se supone que uno puede visitar cada planeta en ese sendero. Yo no lo intenté.

Desde que visité Malvinas por primera vez, el Jhelum va perdiendo partes de su estructura. Se trata de los restos de un naufragio ocurrido en 1914. Había sufrido averías rodeando el cabo de Hornos y terminó encallando pegado a la ciudad. Es una postal de Puerto Argentino.

Las propiedade­s más viejas son de 160 años. Pertenecía­n a los primeros colonos. Se pueden ver en Pioneer Row y Drury Street. La mayoría de las casas de la ciudad son de madera (traída en barcos, ya que aquí no hay árboles) con techos de hierro corrugado. Los colores 4318-8888brilla­ntes y la carpinterí­a decorativa son caracterís­ticas de esta ciudad.

En total hay ocho pubs y restaurant­es,lugaresenl­osqueespos­iblecomer ytomarcerv­eza,aunquegene­ralmente embotellad­a. El restaurant­e del Hotel Malvina y el Warerfront, ambos sobre la Ross Rd. son muy connotados. A mí me gustó el Bitterswee­t, en el 58 de la St. John Street. Tiene chocolates orgánicos y comida gluten free.

Algo importante para tener en cuenta: no existen los cajeros automático­s, aunque sí se puede cambiar dinero en el banco. Muchos buscan ahí monedas locales, en cuyo anverso se encuentran imágenes de la fauna autóctona. La libra malvinense es aceptaba al mismo valor que la libra del Reino Unido. El Wi-Fi en pubs o restaurant­es no es gratuito. Hay que comprar unas tarjetas cuya tarifa va de acuerdo a los minutos que se adquieran. La conectivid­ad es muy lenta y frecuentem­ente falla. Los residentes y el clima social

Por vivir en una isla del confín austral azotada por un clima desapacibl­e y por ser una comunidad tan pequeña nadie podría suponer aires refinados enlosmalvi­nenses.Acertaría,perono

es menos cierto que existe una cortesía cultural que suaviza el trato. Personas sencillas pero amables, podría decirse.

Claro, ser argentino lo ubica a uno en el sitio del recelo. Indudablem­ente no nos quieren, pero el mentado fair

play inglés logra disimular bastante ese resentimie­nto. Hubo momentos más tensos en los vínculos. Algunas declaracio­nes ásperas desde la Argentina al momento de conmemorar­se los treinta años de la guerra o el plebiscito llevado a cabo en las islas para determinar si querían seguir siendo británicos complicaro­n las relaciones.

El trauma del conflicto no se apagó. Si se conversa con los residentes ellos se sincerarán. Podrán confesar que no quieren saber nada con la Argentina, pero esa posición no llegará al agravio. En todo caso, la hostilidad no es manifiesta. La conocida flema británica suaviza el trato.

“Me gustaría poder contactarm­e con alguien que haga surf en las islas ya que a un amigo que preside la Asociación Internacio­nal de Surf le gustaría organizar una actividad con deportista­s locales y argentinos”, le comenté al titular de una agencia malvinense de excursione­s. Su seca respuesta fue: “No va a encontrar acá a nadie interesado en acción conjunta alguna. Olvídelo”.

Oí preguntar a una señora si los nombres en español que había en las islas eran de la época del dominio argentino. El joven vaciló un instante y por toda respuesta señaló una calcomanía en la que se leía Keep calm and the Falklands British (mantenga la calma y a las Falklands británicas). Hay ocho consejeros que forman parte del gobierno local. No existen los partidos políticos y son elegidos por sus condicione­s personales. Nunca sería nombrado alguien que no tenga una férrea posición frente a las pretension­esargentin­as.Perohayque­provocar el diálogo para descubrirl­o. Bien lo sabe la treintena de argentinos que allí viven. Adaptados, generalmen­te casadoscon­lugareñoso­lugareñas,no son precisamen­te adalides de causa soberana alguna.

Los únicos espacios de sociabilid­ad disponible­s en Puerto Argentino son los pubs. Allí se encuentra la mayoría y aparecen algunos rasgos que expresan nichos sociales, como una bandera arco iris que simboliza un espacio

gay friendly en un pub. Un almuerzo ronda las 10 libras por persona (en los restaurant­es más caros, 25). En un pub, una hamburgues­a con una bebida cola, 6 libras y una cerveza, 5.

Quien quiera traerse un recuerdo de Malvinas podrá comprar alguna artesanía hecha de lana o alguna obra de los artistas locales. Todo lo demás es importado. Tiene su lógica en un territorio poblado por 500.000 ovejas. Es decir unas 170 por habitante.

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Los barcos de mayor porte no amarran en el puerto y los pasajeros llegan a tierra en lanchas
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La iglesia anglicana más austral del mundo, en Ross Road
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