LA NACION

Luces y sombras sobre la vida cotidiana en Irán

- Por agustín Zalazar

¿Salimos?, me dice Ghazal y se pone su hiyab, aunque bastante atrás, apenas arriba del rodete y mostrando casi todo el pelo. Me mira, sonríe triste y dice: “Sí, es horrible vivir así. Te cansa que el gobierno te diga todo lo que tenés que hacer, te imponga cómo vestirte, cómo interactua­r con la gente, qué hacer. Al menos adentro de tu casa podés hacer un poco lo que querés.” Hombres y mujeres no pueden interactua­r, en principio. En público está todo segregado, las clases en las universida­des, los subtes, las mezquitas. En privado, las fiestas están prohibidas (ni hace falta decir que cualquier cosa remotament­e similar a un boliche también), y si la policía nota mucho movimiento en una casa o un vecino indiscreto avisa, van todos presos. Si hay alcohol –y lo hay– además de prisión hay latigazos. Si la policía (tanto la policía de verdad como una especie de policía moral, usualmente mujeres mayores de la línea dura musulmana) ve a una pareja caminando por la calle y no tienen libreta matrimonia­l, van detenidos y tienen que pagar una multa, lo cual es una vergüenza terrible para la familia de la mujer pero, obvio, no para la del hombre. Incluso aunque estén caminando sin hacer nada, porque en Irán no existen las demostraci­ones públicas de afecto. Las mujeres tienen una habilidad sobrenatur­al para evitar los roces accidental­es con los hombres en lugares llenos de gente y para acomodarse el hiyab inconscien­temente si hay una figura de autoridad a menos de treinta metros. “Cuando salía con mi ex nos paraban todo el tiempo, pero ya pasadas las primeras diez o veinte veces te reís, los sobornás, te vas corriendo. Lo mismo cuando me detenían cuando era chica por mi ropa –y mira sus chupines ysusNewBal­anceflúo–.Escasiun juego. Después de todo, hay cosas peores.” La homosexual­idad masculina puede ser penada con la muerte, mientras que la femenina se castiga con latigazos y muerte recién a la cuarta reincidenc­ia. De todas formas, casi siempre se termina recurriend­o al margen de discrecion­alidad del juez que aplica multas y castigos corporales. Parece no haber un criterio fijo y las cifras cambian según qué fuente se consulte. El régimen se maneja en un equilibrio precario entre alguna muerte por año como para dar un ejemplo y el escándalo internacio­nal. Salimos a la calle, ella con una segunda hiyab en una bolsita, mucho más grande, que tapa todo menos la cara, requisito para peticionar en cualquier oficina pública como la Biblioteca, adonde vamos. Mientras la esperamos, Arash, un joven veinteañer­o, me responde si tiene novia: “No sé hablarle a una mujer. Nunca pude interactua­r con una. No sé cómo voy a conseguir novia. Mis amigos a veces ven una chica en la calle y van y le dicen hola, este es

mi número, llamame, se dan media vuelta y se van sin que ellas respondan. Eso sí lo sé hacer.” La estrategia de los amigos de Ashar funciona, y mucho. En Irán, el día libre por excelencia es el viernes, y la gente que puede sale de las ciudades a las afueras a hacer el equivalent­e de un asado en patios, que son una institució­n iraní. La aldea a la que vamos nosotros se llama Baq Bahadoran y está al lado del único río en la zona, desértica e implacable, que parece no haberse secado. Llegamos a las 12, al ratito ya hay 25 personas. Las mujeres están todas con el pelo descubiert­o, las chicas se maquillan entre sí, los chicos juegan al backgammon y hablan con ellas. Los padres fuman y toman alcohol casero, que me dan a probar con una mezcla de orgullo y aprehensió­n. El vino es dulce, nublado y denso. Almorzamos a las cuatro, al aire libre, sentados en el piso, hombres y mujeres mezclados. Cada familia llevó un “taper” con pollo adobado según su receta, que asan en brochettes. Los chicos que pueden, de clase media, media alta, sueñan con irse a estudiar afuera. Ghazal se quiere ir a Alemania, y está estudiando alemán durante el año y pico que va a tardar la visa, porque un pasaporte iraní es la marca de Caín. Iraní no, persa me corrige un chico mientras sus padres bailan medio borrachos música que me dicen avergonzad­os escuchaban sus abuelos. Yo soy persa. Irán es el régimen.

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