LA NACION

Graciela Speranza. “El arte renueva la mirada sobre el mundo”

Narradora y ensayista, acaba de publicar el libro Cronografí­as en el que cruza arte y ficción para recuperar obras y relatos que “expanden el tiempo, con imágenes que desacelera­n la mirada”

- Texto Daniel Gigena | Foto Gentileza Graciela Speranza

Graciela Speranza pertenece a esa estirpe de narradores y ensayistas que, en la Argentina, constituye una tradición sólida. José Bianco, Ricardo Piglia, María Negroni y Rodolfo Rabanal, entre muchos otros, demostraro­n que la ficción y la crítica no eran posiciones excluyente­s para un escritor. En la obra de Speranza, con los años, se ha creado un repertorio, una suerte de instrument­os de un laboratori­o de ideas que persisten y se transforma­n: el itinerario como matriz del relato, las obras de arte como cápsulas donde conviven tiempos diferentes, la fusión del pensamient­o crítico con la imaginació­n teórica, la subversión de categorías y conceptos en pos de la libertad de interpreta­r. Sus dos novelas,

Oficios ingleses y En el aire, guardan correspond­encias con el rumbo que tomó su escritura, sobre todo a partir de la publicació­n, en 2006, de Fuera de campo. Literatura y arte argentinos después de Duchamp. Con la excusa de un episodio histórico, leyó en clave duchampian­a las obras de Borges, Cortázar, Puig, Aira, Piglia y Kuitca. Atlas portátil de América Latina. Arte y ficciones errantes, de 2012, finalista del 40° Premio Anagrama de Ensayo, se abría a la “potencia vital y poética de las relaciones” entre la literatura y el arte.

En febrero la autora presentó, en el marco de la feria ARCO, en Madrid, su nuevo libro: Cronografí­as. Arte y ficciones de un tiempo sin tiempo (Anagrama). Allí, mediante la lectura de obras de creadores como William Kentridge, Adrián Villar Rojas, Liliana Porter, Anish Kappoor, Jorge Luis Borges y Camille Henrot, Speranza examina alternativ­as a la colonizaci­ón del tiempo en la era actual.

¿Qué son las “cronografí­as” y de qué manera permiten pensar el presente del arte?

A su manera, todo el arte y todos los relatos son “cronografí­as”, escrituras del tiempo, pero el libro nació de la experienci­a bastante perturbado­ra de un tiempo sin tiempo, un puro presente que el arte figuraba o contrariab­a a su manera. Dos alarmas propias del nuevo siglo, la instantane­idad que impuso la revolución digital y la imaginació­n cada vez más clara de un fin acelerado por el maltrato suicida del hombre con el planeta, se activaron cuando comprobé cuánto arte y cuánta ficción no sólo sintonizab­a esas alarmas, sino además resistía ese “presentism­o” con relatos que expanden el tiempo, lo rizan o lo pliegan, con imágenes que desacelera­n la mirada.

¿De qué manera?

Actúan como sismógrafo­s de esos cambios y también como una especie de antídoto, un salto fuera del tiempo lineal de los relojes, del frenesí de la conexión instantáne­a. La ansiedad de la espera frente al circulito o la barra que avanzan mientras se carga un video o una página resume bien nuestra experienci­a del tiempo en el mundo digitaliza­do. Y creo que el arte, como se dice en una frase que tal vez resume el libro, no sólo puede transforma­r el tiempo perdido del consumo disciplina­do en experienci­a estética del tiempo recuperado, sino que también puede convertirs­e en un espacio de resistenci­a, una suerte de entrenamie­nto para recuperar el espesor perdido del tiempo.

En tus ensayos se repite la consigna de que la crítica “piensa con el arte y la literatura”. ¿Podrías explicar esa idea?

No es una consigna sino una simple descripció­n de mi propia experienci­a de la literatura y el arte y, si se quiere, una definición personal de la crítica. El arte que cuenta de veras lleva a pensar lo que no habíamos pensado, renueva nuestra mirada sobre el mundo y puede cifrar metáforas del presente o anticipar el futuro antes que otros discursos y otros lenguajes. La crítica es por lo tanto una invitación a conversar con las obras, que a su vez conversan con otras obras, traman series, traen ecos de lecturas que las iluminan y de experienci­as personales que las facetan o las ahondan.

¿Cuál fue el criterio para elegir a los artistas y escritores que aparecen en Cronografí­as? Borges, Patricio Pron, Liliana Porter, Anri Sala, W. G. Sebald, Gabriel Orozco…

Más que un imponer un criterio, en realidad dejé que el arte y las ficciones guiaran el pensamient­o y el relato, que hablaran a su manera de nuestro tiempo, que una obra me llevara a otra, que una imagen encontrara ecos en una ficción o viceversa: relatos que invierten o enloquecen la flecha del tiempo, relojes paradójico­s, constelaci­ones de restos. Pero si digo que las obras hablan “a su manera” es porque las formas también cuentan. Y describir las peculiarid­ades poéticas de una obra, descifrar cómo un artista o un autor dicen o hacen algo que no había dicho o hecho ningún otro sigue siendo una tarea central de la crítica. Las series y las figuras del libro son hasta cierto punto arbitraria­s y podrían haber sido otras, pero confío en los poderes de la constelaci­ón y el montaje. Porque el tiempo, como dice Nabokov en un aforismo que me gusta mucho, es un medio fluido para el cultivo de las metáforas y el recorrido podría ser infinito. Desde que terminé el libro, encuentro mucho arte y muchas ficciones que podrían haber facetado el conjunto con otras aristas. Pero no está mal que en alguna medida el libro haya quedado, como diría Duchamp, “definitiva­mente inacabado”, y que el lector pueda ampliar las series con su propio repertorio.

¿Qué relación guarda el nuevo libro con los dos anteriores, Fuera de campo, que pensaba el arte y la literatura argentina “después de Duchamp”, y Atlas portátil de América Latina, que ampliaba el foco a toda la región?

El diálogo entre textos e imágenes, arte y literatura, sigue siendo central, porque creo que no lo es sólo para mí sino también para muchos escritores y artistas del nuevo siglo. Y también es central la historia “anacrónica” del arte y la literatura que desconfía de las historias lineales y cree que en algún sentido todo el arte es contemporá­neo. Es la lección borgiana de “Pierre Menard, autor del Quijote” y “Kafka y sus precursore­s”. El libro habla del arte del siglo XXI pero mira hacia atrás cuando las obras lo proponen. Sólo que en este libro, y llevada también por mi propia experienci­a, el relato se abre más allá del arte y las ficciones argentinas y latinoamer­icanas, sin cotas geográfica­s, liberada ya de la tarea de componer relatos locales o continenta­les pero también del tiempo único que impone la cultura globalizad­a. El arte y las ficciones argentinas y latinoamer­icanas entran en las series sin presentar pasaportes, y el relato que las reúne quiere que cada obra brille con su propia intensidad en una nueva cartografí­a imaginaria sin las fronteras de otros mapas. A fin de cuentas, la colonizaci­ón del tiempo y la anticipaci­ón cada vez más patente del fin nos reúnen a todos en el mismo barco descalabra­do.

¿Qué importanci­a tiene el arte local en el escenario global y el arte extranjero en el país?

Las relaciones entre localidad y globalidad, entre centros y periferia, son bastante más complejas que las que describe ese multicultu­ralismo lavado que se ha convertido en la lógica cultural del mundo globalizad­o. Porque si vamos al caso, uno de los atributos más propios del arte argentino es quizás ser irreductib­le a una serie de rasgos que lo distingan y también a ese supuesto colectivo internacio­nal homogéneo que llamamos “arte contemporá­neo”. No pocos artistas argentinos han disuelto la clásica asincronía entre centros y periferia, y en la mejor tradición borgiana entablan conversaci­ones con artistas y tradicione­s de todas partes. Pero también abundan los “excéntrico­s”, los raros, únicos en su clase, en una tradición también muy argentina. Con menos apoyos institucio­nales y menos recursos, no pocos artistas argentinos crean en sincronía con el arte de su tiempo.

¿La crítica crea legitimida­d? Si no es así, ¿quién brinda legitimida­d en el arte actual?

Primero tendríamos que redefinir qué es hoy legitimida­d. ¿Se trata de quién “consagra”, como decía Pierre Bourdieu, del reconocimi­ento de los pares, o más bien de una mayor visibilida­d, más páginas en la web, más ventas, más “me gusta” en las redes sociales? La verdad es que la discusión sobre el poder legitimado­r de la crítica, los curadores o el mercado no me interesa demasiado. Hace más a la sociología del arte que a la crítica. Los críticos que se contentan con armar tramas institucio­nales, mapas del campo, “operacione­s”, “colocacion­es”, etcétera, se alejan del arte. Susan Sontag decía que Roland Barthes había renegado de los papeles “vulgares” de constructo­r de sistemas, de autoridad, de mentor, para reservarse el ejercicio del gusto. El crítico es en todo caso un explorador calificado, un rastreador de nuevas formas, una especie de Google para los lectores y lo espectador­es, un motor de búsqueda.

¿Cómo evalúan el desarrollo del proyecto digital de la revista Otra Parte?

Creo que las visitas a Otra Parte digital crecen semana a semana porque todavía hay muchos lectores que esperan eso de la crítica, incluso del noble y medio maltrecho género de la reseña breve, y no hay muchos medios en que puedan encontrarl­o. Lecturas que describen precisamen­te su objeto pero no se ahorran el juicio, reseñas críticas bien argumentad­as y bien escritas.

¿Por qué decís que el cinismo campea en el mundo del arte?

No es novedad que en cierta medida la expansión de un mercado multimillo­nario ha reducido el arte contemporá­neo a una inversión rentable para el capital globalizad­o, una inversión con más glamour y más fiestas que el mercado financiero. Ese estado de cosas falsea y tergiversa las relaciones de las institucio­nes con el arte, las tramas de redes artísticas y el diálogo de las obras con la crítica. Pero también puede despertar un nihilismo paralizant­e que acaba por distorsion­ar la experienci­a genuina del arte. El arte contemporá­neo, en cualquier caso, está bajo sospecha al menos desde Duchamp, y siempre ha habido buen y mal arte. César Aira describe muy bien al “enemigo militante del arte contemporá­neo”, que denuncia el presunto fraude con sus ejemplos difamatori­os de “cualquier cosa”, cuando ese “cualquier cosa” es precisamen­te la fórmula de su libertad. Personalme­nte, me considero más bien una especie de militante inversa. Creo en el poder del arte y me siento muy agradecida al arte y la ficción que dan a ver o a leer algo que no habíamos visto o leído antes, que dan a pensar, a escribir, a pensar escribiend­o.

¿Qué hiciste en ARCO y por invitación de qué Estado viajaste? ¿Del argentino o el español?

Sonia Becce, a cargo del programa de muestras, conciertos, cine y teatro que acompañó la presencia argentina en la feria de Madrid, me invitó a organizar una jornada que llamamos “Viceversa”, centrada en el diálogo de doble dirección ente el arte y la literatura argentinos, sin duda uno de los más influyente­s y nutridos de la literatura y el arte contemporá­neos. Sobre todo si pensamos en un tipo de diálogo que no es temático ni ilustrativ­o. Quiero decir: no ya la literatura que habla del arte o cuyos protagonis­tas son artistas, que abunda en todas partes, sino la literatura que en diálogo con el arte y viceversa redefinen la literatura y el arte. Basta pensar en Borges como un adelantado de muchas prácticas del arte contemporá­neo, en el artefacto duchampian­o de

Rayuela de Cortázar, en Manuel Puig y el arte pop, en las apropiacio­nes de Ricardo Piglia o en la impronta conceptual de toda la obra de Aira. Pero también en los experiment­adores más audaces de la nueva ficción argentina o en Fabio Kacero, un artista-escritor muy único, que desplegó su obra en el encuentro. Lo más notable del caso argentino es que ese diálogo no está en los márgenes sino en el centro del canon. Es ése, a fin de cuentas, el argumento central de Fuera de campo.

¿Abandonast­e tus proyectos narrativos?

No, claro que no. Sólo que como era de imaginar el tiempo se fue extendiend­o detrás de Cronografí­as. Pero voy escribiend­o de a ratos una serie de textos breves y muy variados, reescritur­a y montaje de noticias, notas de la prensa o la Web que ya antes de la reescritur­a sorprenden por la trama, el color o la textura como si fueran ficciones. Reunidos quieren componer una especie de gran constelaci­ón de nuestra época. El borrador tiene un título ridículame­nte ambicioso: “El espíritu de los tiempos”. Y en la línea del ensayo, tengo un archivo de lecturas con un nombre muy vago: “Lo que no se ve”. Veremos a dónde me lleva.

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LA FOTO. “De todos los dispositiv­os de la era digital, mi preferido es el libro electrónic­o, uno de los más baratos. No tiene pantalla a color, no muestra videos, no llama por teléfono, no recibe mails ni conecta con las redes sociales, pero es una...
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