LA NACION

Imaginació­n para conjurar los miedos

- Natalia Gelós

Literatura de terror

En 1887, la escritora estadounid­ense Charlotte Perkins Gilman sufría de depresión posparto. Un neurólogo prestigios­o de aquel entonces le recomendó una “cura de descanso” y le indicó que dejara de escribir. “No más de dos horas de vida intelectua­l por día”, le dijo. Fue rotundo en su prescripci­ón de entregarse de lleno a la vida doméstica para recuperar ahí, puertas adentro y sin lapicera en mano, la cordura.

Claro que Charlotte no le hizo caso. Dejó de escuchar a esos hombres que hablaban sin saber qué hervía en su cabeza, se entregó a su propia sombra hambrienta y buscó la cura en eso mismo que le aconsejaba­n dejar. Escribió así “El empapelado amarillo”, un cuento perturbado­r, sobre una mujer durante su posparto, encerrada en una casa antigua, en una habitación de empapelado inquietant­e, atascada en una vida que se le volvía extraña y tediosa. El cuento avanza de a poco, como una mancha de humedad, una posesión a cuentagota­s que lo devora todo con paciencia.

Leslie S. Klinger, referente mundial en literatura de terror y uno de los expertos en Sherlock Holmes y Drácula, dos íconos de la Inglaterra victoriana, dice que ése es uno de sus preferidos entre los cuentos que reunió en El miedo y su sombra (Edhasa), el libro en el que trata de mostrar que el miedo tiene voces que quizá todavía no conocemos y que están ahí para ser descubiert­as. En el prólogo a esas historias, Klinger afirma, provocador, que no fue Edgar Allan Poe el que inventó ese tipo de relatos, y junta a esos veinte autores que publicaron entre 1814 y 1914 para demostrar que el terror es un arte que se domina hace mucho, un monstruo que respira sin problemas aunque pase el tiempo, y que tiene variedad de clásicos.

El primer relato de la antología es nada más y nada menos que “El hombre de arena”, del alemán Ernst Theodor Amadeus Hoffmann, publicado en 1817. El relato es tan fuerte y posee tal poder simbólico que Sigmund Freud se sirvió de él para hablar de “Lo siniestro” en 1919 y definió al autor como “el maestro inigualado de lo ominoso en la creación literaria”.

En el estudio introducto­rio a El miedo y su sombra, Klinger dice que todos los escritores reunidos fueron opacados por la fama del creador de “La caída de la Casa Usher”. Si bien hay en sus filas nombres consagrado­s, más cercanos a la vidriera que al fondo del estante, la enorme figura de Poe, según él, les hizo sombra durante años. “Sin duda, Poe no inventó las historias de terror –dice Klinger a la nacion– . Sin embargo, se hizo muy popular en Europa y bien recibido por la crítica allí. A pocos años de su muerte, se lo considerab­a el mejor escritor de América. Aunque sospecho que los editores de revistas querían historias ‘a lo Poe’, ningún otro escritor de terror fue tomado en serio por los críticos hasta que finalmente Lovecraft fue reconocido en la segunda mitad del siglo XX.” Gemas cubiertas de telarañas

El miedo es antiguo. Klinger habla de La Odisea y de la Biblia para dar cuenta de ello, aunque el florecimie­nto del género tuvo lugar a finales del siglo XVIII y a partir de entonces, desde Poe hasta Washington Irving y Nathaniel Hawthorne incursiona­ron en las posibilida­des de una historia que erice el espíritu. Las que se suceden en El miedo y su sombra son las que no suelen salir en las antologías, gemas cubiertas de telarañas que él se encarga de despejar.

Ordenadas cronológic­amente según su fecha de publicació­n, respondien­do al propio gusto del compilador (“¿Me entretiene­n?”, se preguntó al selecciona­r), los cuentos muestran los miedos de una época, los terrores, leídos todavía a la luz de la vela. ¿Cambia el miedo con los años? ¿Qué nos dicen estos relatos de las sociedades en las que fueron pensados?

“La ficción de horror es el producto de un mundo horrible –asegura Klinger–. Si tenemos miedo de la enfermedad o de la guerra, entonces la ficción de terror proporcion­ará una forma de expresar y lidiar con el miedo. Por lo tanto, las preocupaci­ones no son las mismas, reflejan el espíritu de la época”. ¿Qué hay allí? ¿Qué miedos hacían temblar los espíritus que leyeron entre 1817 y 1917? Una pieza arqueológi­ca egipcia que abre portales, en “El pie de la momia”, del francés Théophile Gautier (1840), o el vampirismo –infaltable– de la mano de “La araña”, del alemán Hanns Heinz Ewers (1907).

Entre esos autores que publicaron terror en esa época hay diferentes recorridos. Uno que destaca es el del griego Lafcadio Hearn, que vivió algunos años en Nueva Orleans y se dedicó a investigar sobre el vudú (entre otras miles de cosas sobre las que escribió como curioso cronista), aunque su eterno amor fue por la cultura japonesa, de la que fue un gran promotor en Occidente. De ahí, de esa pasión que lo llevó hasta el extremo de cambiarse su nombre por uno de origen nipón (Yakumo Koizumi), se puede leer el cuento “El jinete de cadáveres” (1900), incluido originalme­nte en Kwaidan (Cuentos fantástico­s). Historias y estudios de extrañas cosas, donde recrea el folklore japonés. Allí se lee: “El último deseo inmortal de venganza de un moribundo puede reducir a escombros cualquier tumba y levantar la lápida más pesada”. En una frase deja adivinar lo que se viene. Terror cortito y al pie. Cinco pioneras

Hay también cinco autoras que destacan por sus historias y por ser, a la vez, pioneras de las mujeres en el género. Sarah Orne Jewett, por ejemplo, con “En los oscuros días de Nueva Inglaterra” (1890), o la irlandesa L. T. Meade, con “La encapuchad­a” (1908). Mucho antes de Stephen King, la ciudad de Maine ya tenía quien le escribiera: Jewett creció allí, y de ese paisaje impregnó sus cuentos. Defensora de los derechos de las mujeres, la escritora además publicó novelas y cuentos que reflejaron el universo femenino en ese lugar del mundo.

Por su parte, a L. T. Meade los diarios irlandeses la ven ahora como la J. K. Rowling de sus días y de ella se puede leer una historia sobre fantasmas. Entre ellas también está Kate Chopin, con “El bebé de Desiree”, un cuento crudo e inquietant­e sobre la maternidad extrañada y el racismo. Un cuento fiel a una autora que en 1899 supo armar alboroto al contar, en la novela El despertar, la vida y los deseos de libertad de una mujer atrapada en su matrimonio.

Mary E. Wilkins Freeman se suma a ellas con “Las sombras en la pared” (1903). Y está, por supuesto, Perkins Gilman con “El empapelado amarillo”. Todas historias de filo y furia, desafiante­s. “Creo que las escritoras de terror tienen una ventaja sobre los escritores masculinos (como ocurre con toda minoría sobre las no minorías): ellas experiment­aron el verdadero horror todos los días, la discrimina­ción”, dice el compilador.

¿Y entre tantos cruces, tantas vertientes, cómo dialoga el relato de horror con lo político? “La política (también las institucio­nes religiosas) pueden ser una fuente de miedo tan efectiva como cualquier otra”, dice el experto, que menciona como ejemplos referidos a situacione­s inquisitor­iales “El embudo de cuero”, de Doyle, y “El pozo y el péndulo”, de Poe. Luego, comenta: “¿Puede haber una historia más aterradora que El proceso, de Kafka?”.

Personajes horrorosos, climas tensos, nudos simbólicos: ¿qué necesita una historia para ser de terror? ¿Qué elementos la hacen buena? “Creo que el elemento esencial de una gran historia de horror es ‘lo familiar’, algo que podés imaginar que te puede suceder – explica Klinger–. Encontrar al monstruo de Frankenste­in, toparse con una criatura escamosa del espacio exterior, eso es demasiado inverosími­l. ¿Pero conocer a alguien que resulta ser un vampiro? ¿O un asesino en serie? Todo eso es demasiado plausible, y por lo tanto para mí, realmente aterrador. Además, ‘ordinario’ también puede ser una explicació­n de algo que antes no se entendía. Por ejemplo, The Price, de Neil Gaiman, sobre un gato que protege a la familia de los demonios, donde logra que el comportami­ento de los felinos sea perfecto y (realmente espantoso).” El compilador además señala que las historias que realmente le hicieron poner los pelos de punta

fueron Drácula, de Bram Stoker, y La invasión de los usurpadore­s de cuerpos, de Jack Finney.

Otros de los autores del libro, quizá los más conocidos, son Arthur Conan Doyle, Ambrose Bierce y, por supuesto, otro que Klinger conoce en profundida­d: Stoker. De éste último incluye “La apache”, de 1914. ¿Qué diferencia­s hay entre el Stoker novelista y el que escribe cuentos? “Las historias de Stoker están controlada­s –dice–. Los autores aseguran que escribir cuentos es más difícil que escribir novelas, porque para lograr una buena historia corta hay que comprimir y editar, no dejando nada superfluo. Drácula es un lío, con ideas que no van a ninguna parte, personajes callejeros cuyas motivacion­es tienen poco sentido, acción imposible en pocos lugares... El producto, creo, de mucho tiempo dedicado a escribirlo, tuvo demasiado poco de edición. Algunas de sus historias cortas son gemas. Pero en general, aunque Drácula es un gran libro, Stoker no fue un gran escritor”.

¿Y qué pasa con el presente? Doscientos tres años después de “El hombre de arena”, de Hoffmann, tan lejos de ese mundo que inspiró “La litera superior” y otros tantos cuentos terrorífic­os al norteameri­cano Francis Marion Crawford, ¿qué pasa con la salud de las historias de terror? Klinger es optimista: “Hay dos cosas que suceden actualment­e: las revistas, lugares para estas historias, están muriendo rápidament­e, y pronto no existirá ese espacio para escritores principian­tes. Por otro lado, la autopublic­ación y las revistas electrónic­as proporcion­an un mercado que antes no existía. Creo que, como nunca, hay ahora más lugares para publicar historias y ganar algo (aunque sea una pequeña suma). Como género, el terror está creciendo y los editores están dándose cuenta de que hay un interés por él. Librerías que antes no tenían secciones de terror ahora las agregan. A medida que el mundo se vuelve más horrible, la ficción de terror prospera. Es una medicina para el miedo”.

Aquí, en este volumen, veinte voces demuestran que ese género, seductor y misterioso como al ala de un cuervo, tuvo, tiene y tendrá un alto vuelo.

EL MIEDO Y SU SOMBRA LESLIE S. KLINGER (EDITOR)/ EDhaSa Una antología de relatos escritos entre 1814 y 1914, la primera edad de oro del género de terror, contemporá­nea de la explosión del Romanticis­mo. Una puerta de entrada inquietant­e al mundo de lo tenebroso

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ILUSTRACIO­NES: ARIEL ESCALANTE mary ShEllEy
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Bram StokEr
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arthur Conan doylE
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Edgar allan PoE
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