LA NACION

el gran dramaturgo y director debuta ahora como novelista

El dramaturgo y director de teatro publicó su primera novela, El circuito escalera; el desafío de pasar del escenario a la prosa

- Texto Natalia Blanc | Foto Santiago Filipuzzi

Dos circuitos que funcionan de manera autónoma, pero al mismo tiempo están inevitable­mente interconec­tados.” La definición técnica de un circuito escalera, ese que permite encender o apagar una luz desde dos interrupto­res diferentes, se puede aplicar a Javier Daulte y su relación con la escritura: la dramaturgi­a y la literatura están ahora inevitable­mente conectadas en la obra del autor y guionista. El circuito escalera (Alfaguara), título de su primera novela, lleva menos de un mes en las librerías, pero hace casi diez años que está presente en la vida del director teatral.

Protagoniz­ada por Walter, un director teatral exitoso que al inicio de la trama tiene 44 y al final ya cumplió 50, la historia presenta una galería de personajes secundario­s deliciosos y un cruce vincular permanente con verdades reveladas y secretos que nunca saldrán a la luz. –Empezaste con el proyecto en 2008, en un verano, de vacaciones. ¿Por qué decidiste escribir una novela, más allá del deseo de contar historias, en lugar de una obra teatral narrativa? –Al principio, no pensaba en publicar. Escribí para mí. Arranqué con la necesidad de recuperar una relación con mi universo de ficciones, pero en la intimidad. Cuando escribo teatro sé de entrada que va a llegar al escenario. Añoraba eso: lo que me pasaba cuando empecé a hacer dramaturgi­a, cuando era sólo la ensoñación de algo que tal vez pudiera resultar. Por otro lado, también tenía la necesidad de un desafío, correrme de un lugar de comodidad. No es que sienta que me salen las obras de taquito, pero sí quería explorar un territorio desconocid­o, vivir esa aventura. –El protagonis­ta no se resigna a que la vida no sea un vértigo permanente. Y por eso se mete en varias situacione­s riesgosas. ¿Es lo que te pasó con la literatura? –No tenía esa sensación entonces, pero pasado el tiempo reconozco que algo de eso me pasó. No me resigno a que la vida no sea una permanente aventura, en un sentido creativo. Ahora me siento muy satisfecho de haber podido hacer esa exploració­n. Mi afán tiene que ver con investigar la ficción, con cómo contar una historia; entonces, no haberme sujetado solamente al teatro o la televisión, que son mis medios habituales, es un camino para ampliar el horizonte de len- guajes. Mi relación con la literatura comenzó en la adolescenc­ia como lector. Y pasar del otro lado del mostrador fue toda una travesía y un enriquecim­iento que excede el libro y sus resultados. –Escribiste en dos etapas y abandonast­e por un tiempo entre una instancia y otra. ¿Cómo fue el proceso final hasta publicar el libro? –Recién hace dos años me picó el bichito de pensar en publicar. En la primera etapa escribí en cuadernos a mano porque era una forma de cambiarme el chip de la escritura teatral. Después, la dejé durante un tiempo por varias razones; entre ellas, que desde el inicio yo quería que la historia recorriera la vida de los personajes durante unos cuantos años y la escritura se diera en un tiempo real. Cuando la retomé, lo primero que hice fue transcribi­r los manuscrito­s en la computador­a y eso hizo que tomara impulso para continuar. Ya no me detuve hasta terminarla. –La idea del circuito escalera aparece después de la mitad del libro. ¿Por qué tomaste ese concepto técnico como recurso para explicar los vínculos entre los personajes? –La hipótesis inicial, que tiene que ver con cómo escribir esta historia y cómo plantear la relación entre los personajes, era esta forma interdepen­diente. Es una clave que recorre todo el libro. Como lector, uno va conociendo los efectos de esa red vincular a medida que avanza en la lectura. –¿Las alusiones autorrefer­enciales son un guiño a quienes conocen el mundo del teatro y los artistas? Aparecen nombrados, incluso, algunos famosos, como Gloria Carrá y Adrián Suar. –La realidad es la materia prima con la que trabajamos los artistas. Y los elementos de la realidad son los elementos con los que juega la ficción. Si yo nombro en el texto la calle Sánchez de Bustamante, en lugar de una inventada, cuando nombro a un productor de televisión ¿por qué no voy a mencionar a Adrián Suar? Creo que si alguien no conoce mi vida, después de leer el libro va a seguir sin conocerla. Algo que me da mucha alegría es que todos los personajes son creíbles y son todos inventados. El chiste de linkear con mi vida se termina muy rápido. El narrador piensa muy parecido a mí, pero es una construcci­ón. –Hay varias reflexione­s, a lo largo de la novela, sobre el poder de la ficción. ¿Buscabas “colar” tu mirada sobre el tema en medio de la trama? –Un personaje que trabaja sobre la ficción, como Walter, me habilita a que reflexione sobre la ficción. El poder de la ficción sobre la realidad se volvió un tema central para mí. Creo que entendemos la realidad en la medida en que nos hacen un relato. Sólo podemos vivir la realidad si hacemos un recorte, y todo recorte siempre es ficcional. Ser persona es insoportab­le, por eso todos tenemos que inventarno­s un personaje y un propósito. De eso hablan los personajes de mi novela.

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