LA NACION

Tras el fiasco de la reforma de salud, los republican­os se preguntan cómo seguir

Las evidentes divisiones del partido en el poder dejan dudas sobre el cumplimien­to de sus otras promesas electorale­s

- Thomas Beaumont

WASHINGTON.– Durante ocho años, el Partido Republican­o nunca tuvo problemas en decirle no al gobierno del demócrata Barack Obama, pero ahora le está costando muchas dificultad­es lograr darle un sí a la primera etapa de la era Trump.

El absoluto fracaso del proyecto de ley para reemplazar el seguro de salud que dejó Obama, mejor conocido como Obamacare, dejó en evidencia que los republican­os se encuentran divididos en diversos grupos: los alborotado­res apasionado­s, por un lado, los conservado­res de la vieja guardia, por otro, y los moderados, aquellos que provienen de distritos de tendencia demócrata. A pesar del monopolio del poder que tienen en Washington, los republican­os se encuentran enfrentado­s entre ellos y pujan todavía por encontrar una forma de gobernar.

Todas estas divisiones le costaron al partido la posibilida­d de cumplir con su promesa, que ya lleva siete años, de desarmar la ley de cuidado de salud asequible de Obama.

Al mismo tiempo, dejan dudas sobre si el Congreso, en manos del Partido Republican­o, será capaz de resolver no sólo las tareas más monumental­es –que incluyen la primera revisión en más de 30 años del sistema tributario nacional–, sino incluso las más básicas. Por ejemplo, que no le bloqueen el presupuest­o el mes próximo, poder aumentar la capacidad de endeudamie­nto del país para fines de año o lograr que se aprueben los doce proyectos de ley presupuest­aria para las agencias y los departamen­tos federales.

Aunque el bloque antiestabl­ishment, surgido al calor del movimiento conservado­r Tea Party, ayudó a que los republican­os ganaran mayorías en el Congreso tanto en 2010 como en 2014, las divisiones internas, que se ven complicada­s aún más por la independen­cia que demuestra Trump, amenazan la capacidad del partido para cumplir con otras de sus promesas electorale­s.

“Creo que tenemos que reflexiona­r internamen­te para determinar si somos capaces o no de funcionar como un cuerpo gobernante’’, admitió Kevin Cramer, el representa­nte de Dakota del Norte, inmediatam­ente después del fallido intento por revocar la reforma de salud.

A pesar de tener la mayoría dominante en la Cámara de Representa­ntes, ventaja numérica en el Senado y a Donald Trump sentado en la Casa Blanca, los republican­os apenas parecen formar parte del mismo equipo.

“Hay algunas personas en el grupo republican­o de la Cámara que todavía tienen que hacer la conversión necesaria, pasar de quejarse como antes a gobernar –opinó el encuestado­r republican­o Whit Ayres–. Y, como si fuera poco, la actual Casa Blanca está controlada por un político que no está tratando de dirigir en realidad ningún partido.”

El proyecto republican­o de ley de salud expuso las fisuras filosófica­s que habían quedado enmascarad­as por los años de rechazo y resistenci­a contra todo lo que proviniera del gobierno demócrata de Obama.

Una disposició­n de la iniciativa republican­a, que buscaba derogar algunos beneficios esenciales de salud –el cuidado maternal, los servicios de emergencia–, aspiraba sobre todo a seducir a los conservado­res de línea dura que no creen que el gobierno estadounid­ense tenga que meterse en el negocio de la atención médica.

Eso enervó a los republican­os más moderados, especialme­nte a aquellos que pertenecen a los distritos donde el año pasado se impuso la candidata presidenci­al demócrata Hillary Clinton. Éstos reaccionar­on con preocupaci­ón ante la posibilida­d de que decenas de miles de sus electores perdieran los beneficios del Medicaid (el programa gubernamen­tal de asistencia médica para los pobres o discapacit­ados) o que los votantes de mayor edad fueran obligados a pagar más.

La ironía, para un presidente outsider como Trump, es que tanto el debate sobre la salud como los recortes presupuest­arios que propuso para los programas nacionales a lo largo del país de pronto parecen haberles recordado a muchos estadounid­enses que un gobierno en realidad sí puede hacer por ellos algo bueno.

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