LA NACION

Los funcionari­os y la ley

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El fiscal bonaerense Marcelo Carlos Romero acaba de presentar una oportuna denuncia penal contra el desafiante líder del Movimiento Evita, Emilio Pérsico. Lo acusa, con razón, de haber hecho apología del crimen y, además, del delito de incitación a la violencia colectiva, en razón de las amenazas públicas y abiertas con las que Pérsico anunció, con total desparpajo, que se iban a cortar rutas en la provincia de Buenos Aires.

Parece otra noticia increíble, un acto desacostum­brado, inusual. Pero no es así. El fiscal está solamente cumpliendo con su deber de hacer respetar la ley. Habrá que ver qué hace ahora la Justicia ante esa denuncia, pero no es imposible, dado lo que sucede habitualme­nte, que ocurra poco y nada, lo cual sería muy lamentable.

Los argentinos nos hemos desacostum­brado de que la normalidad en los espacios públicos sea el respeto de la ley y no su violación descarada, particular­mente cuando de ejercer el derecho a la protesta se trata. En la calle impera una suerte de “vale todo”, sin fronteras ni respeto, y lo primero que se vulnera es el derecho de los ciudadanos a transitar libremente.

En buena medida esto sucede por la desagradab­le pusilanimi­dad de algunos de nuestros funcionari­os públicos, que, con toda suerte de disimulos, prefieren no enfrentar jamás a quienes violan las normas, antes que ser objeto de denuncias, malos momentos y, quizás, agresiones. Como si el funcionari­o público tuviera sólo trono y facultades o una aureola brillante, pero nunca deberes ni obligacion­es. Y menos aún, riesgos.

Esta triste actitud, que nos inquieta a todos, hace que la anomia de pronto resulte normal y genere el natural desencanto entre los administra­dos, que se sienten y están desprotegi­dos. Cuando no hay buena fe en los interlocut­ores, el diálogo, que siempre debe intentarse y privilegia­rse, no conduce a ninguna parte. Deviene entonces un ejercicio estéril que se transforma en una mera pérdida de tiempo. Por eso, el cumplimien­to de la ley, tarde o temprano, es ineludible. Mientras esto no se comprenda y se defienda, no habrá confianza en nuestros funcionari­os. Tampoco el nivel de respeto necesario. Y la insegurida­d personal seguirá siendo enorme, en todos los órdenes.

La violación de la ley no puede ser sacrificad­a debido al temor o a las suspicacia­s de quienes están obligados a asegurar el acatamient­o de las normas, sin lo cual no existe el Estado de Derecho, que no sólo debe proclamars­e como si fuera una suerte de ideal teórico y lejano, sino defenderse como una urgencia inmediata, impuesta por la necesidad de asegurar la convivenci­a en orden y paz. El derecho a la protesta existe y debe –y puede– ejercerse conforme a la ley, con respeto y tolerancia, sin desbordes ni violencia, como ciertament­e sucede con frecuencia. Pero quienes abusan de él no pueden gozar de impunidad y deben ser denunciado­s, como precisamen­te lo acaba de hacer el fiscal Romero.

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