neymar quiere ser el número 1, y lo quiere ya
MADRID.– Hay tres clases de segundos en la vida y en el fútbol: el que se acepta como segundo en cualquier tipo de organización, el que utiliza al primero para dirigir desde la sombra y el que está decidido a ser el primero cuando haya invertido la suficiente cantidad de energía y talento para lograr su objetivo. Está claro que Neymar figura en el tercer caso. No ha nacido para ser segundo en el fútbol y no esconde su ambición, aunque admite la autoridad del jefe. Ya se sabe, Leo Messi.
Desde que emergió con 17 años en el Santos, nadie ha discutido a Neymar su condición de figura del fútbol. Ya era un proyecto de estrella en la niñez. Con 14 años estuvo a un centímetro de fichar por el Real Madrid. Su agente, Wagner Ribeiro, le comentó a un alto dirigente del club español que pagaría de su bolsillo el billete de avión si concedían a Neymar la oportunidad de probarse con el equipo infantil. Al parecer, el Real Madrid estaba harto de pagar los viajes y las estancias a la multitud de falsos fenómenos publicitados por sus agentes.
El Real Madrid aceptó la propuesta de Ribeiro. Pocos días después, Neymar aterrizó en el aeropuerto de la capital española, después de un viaje de 10 horas. Del aeropuerto se dirigió al campo de entrenamiento, donde le esperaba el equipo infantil del Madrid. En sus filas figuraba Dani Carvajal, titular actual del primer equipo y de la selección española, y Pablo Sarabia, titular ahora en el Sevilla. Neymar, un saco de huesos en aquellos días, deslumbró a los técnicos del club. “Causó tanto impacto que en el siguiente partido lo alinearon con jugadores dos años mayores que él. Lo mismo. Otro recital”, suele comentar uno de los responsables del comité técnico del club.
Neymar no jugó en el Real Madrid porque el club no quiso abonar los 60.000 dólares que los abuelos del jugador requerían para trasladarse a una vivienda mejor en Santos. Regresó a Brasil. El resto es historia: Santos, selección brasileña y Barcelona. Aunque Florentino Pérez intentó ficharle por todos los medios, no lo consiguió. Es su gran espina como presidente del Real Madrid.
A diferencia de los numerosos pelés que se han desinflado por el camino, Neymar siempre ha estado a la altura de las expectativas. Más aún, es el perfecto representante de una escuela devastada en los últimos años. En el prosaico Brasil de los últimos 10 años, Neymar es casi la única conexión con el mágico pasado. Su llegada al Barça se observó con una doble mirada. Por un lado se elogió su entereza para jugar en el equipo donde habitaba Messi, el mejor futbolista del mundo, y por otra parte se abrió un debate sobre la respuesta del argentino.
Lejos de minimizar al joven brasileño, Messi le ayudó desde el principio. No le conoce un reproche a Neymar. Al contrario, la sintonía es perfecta. Eso habla muy bien de Messi y también de Neymar. Era un producto futbolístico sin truco. Un gran jugador, en definitiva. Su trayectoria le revela como un hombre inteligente. Ha funcionado como un excelente segundo de Messi. No le ha traicionado ni la vanidad, ni la impaciencia, ni su condición de gran figura en la selección brasileña, que no es poca cosa.
Por edad, acaba de cumplir 25 años, no se le discutía como principal aspirante a la sucesión de Leo Messi. Su coraje en la cancha le ha ayudado a evitarse la sospechosa reputación que tuvieron algunos de sus predecesores en España, caso de Robinho, por ejemplo. Cuanto más áspero y exigente sea un partido, mayor es la probabilidad de una magnífica respuesta de Neymar. Si es en campo del rival, mejor aún. Son características mucho más habituales en un primero que en un segundo, por excelente que sea.
Todo indica que Neymar ha decidido dar el salto. Su actuación frente al París Saint Germain mereció elogios encendidos y la tácita admiración de Messi, cuyo discreto partido no le impidió reconocer el deslumbrante papel de Neymar en el 6-1 al campeón francés. Desde entonces, el delantero brasileño ha adquirido una nueva magnitud, la del jugador dominante, superior, claramente por encima de los demás.
Lo demostró el pasado jueves en Montevideo, donde fue imparable. Neymar gobernó el duelo con la autoridad que sólo se percibe en los más grandes. Frente a Uruguay, que nunca es el más tibio de los equipos, manejó el partido a su antojo, en todas las zonas del campo, con una convicción y una naturalidad en sus jugadas que no encontraron respuesta en sus rivales. Esta versión de Neymar ya no se corresponde con la del segundo que espera su momento para ascender a la cumbre. Quiere ser el número uno. Y por lo que parece lo quiere ya.
En el prosaico Brasil de los últimos 10 años, es casi la única conexión con el mágico pasado