LA NACION

La comedia de la renovación peronista

- Héctor M. Guyot La columna de Carlos M. Reymundo Roberts volverá a publicarse el sábado próximo

c ada vez que una elección los desplaza del poder, los peronistas actúan como si el mundo hubiera sido inaugurado anteayer: apelan a la amnesia colectiva para convencern­os de que son los únicos capaces de salvar al país de la ineptitud y la perversida­d del gobierno de turno. Que ellos sean parte del problema, o incluso su causa directa, es un detalle olvidable. Así ha sido siempre hasta ahora. Esta vez, sin embargo, parecen más dispersos y desorienta­dos. Quien siga los avatares de los distintos grupos y caciques peronistas en su lucha por conquistar el poder de representa­ción de cara a las elecciones de octubre podría arribar a una primera conclusión: es imposible renovar aquello que, por su propia naturaleza, se resiste a todo cambio.

Hay una primera dificultad: el pasado esta vez no se queda quieto. No es tan sencillo lavarse la cara y dar vuelta la página cuando no pasa un día sin que se sume otro procesamie­nto o se revele un nuevo caso de corrupción del último gobierno peronista, cuyo único propósito parece haber sido vaciar las arcas del Estado y perpetuar una cleptocrac­ia que, de haberse impuesto en 2015, habría llevado el país a una realidad análoga a la de Santa Cruz o Venezuela.

Todos hablan de renovación, pero nadie hace la más mínima autocrític­a. Al contrario. Hasta ahora, desde los dos sectores que podrían confrontar en las internas, lo que se oyó fue una reivindica­ción de lo hecho en la “década ganada”. Desde Atenas, Cristina se quejó la semana pasada de la ingratitud de la sociedad argentina. Según dijo, no supo entender que los supuestos beneficios de los que disfrutó durante su gestión se los debían a ella. Algo parecido afirman quienes, en la vereda de enfrente, se alinean con Florencio Randazzo. Por esos días, en el programa de TV Los Leuco, Julián Domínguez desestimó cualquier responsabi­lidad del kirchneris­mo en su última derrota electoral. “No supimos comunicar nuestros logros”, explicó en cambio, a pesar del páramo que dejaron cuando tuvieron que abandonar la Casa Rosada. No sorprende: tanto él como Randazzo fueron soldados de Cristina y trabajaron por hacer realidad su sueño de poder eterno. La batalla de Cristina fue la suya. Y sus “logros”, también.

A Domínguez le costó confirmar que el ubicuo ex massista Alberto Fernández es el jefe de campaña de Randazzo. Lo admitió tras un silencio que casi se lo traga. Invocó, claro, la vocación de apertura, la construcci­ón del presente y otras entelequia­s igual de bonitas. Después de que reivindicó a Cristina, le preguntaro­n si todavía era kirchneris­ta. Allí sacó de la manga el viejo comodín de siempre, pero lo tiró sobre la mesa con más incomodida­d que orgullo: “Yo soy peronista –dijo–. Siempre fui peronista”. Como decía Borges, los herederos de Perón son incorregib­les. Pero los tiempos están cambiando y ciertas fórmulas se marchitan.

Al peronismo le va a costar erigir nuevos líderes. La mayoría de sus referentes formaron parte activa del kirchneris­mo. Eso los hace responsabl­es de lo que ocurrió durante la gestión de los santacruce­ños y también del estado anémico en que quedó el país tras ella. Para peor, han bajado la cabeza durante demasiado tiempo ante el destrato y las humillacio­nes que prodigaba a discreción su jefa suprema, a quien le rendían obediencia y pleitesía. A quien no se atrevían a contrariar. A quien temían. ¿Qué tan rápido puede dejarse atrás esa imagen, tan poco digna y tan alejada de las virtudes de un verdadero líder?

De todos modos, Randazzo se lanzó casi oficialmen­te al ruedo. “Siento la obligación de ser candidato”, le dijo el miércoles al padre Pepe Di Paola mientras filmaba un video promociona­l durante una visita a la villa La Cárcova. El cura le había dado el pie: le pintó un presente negro y eso conmovió al candidato, dispuesto a inmolarse por su pueblo tal como lo hizo durante sus años como ministro de Cristina.

Mientras, su ex jefa desconcert­aba con sus veleidades y su distancia al kirchneris­mo duro, que alejó la tan mentada unidad mostrando sin pudor a Boudou, D’Elía y Mariotto durante un acto. Horrorizad­os, los intendente­s

¿Hasta qué punto puede renovarse aquello que, por su propia naturaleza, se resiste a todo cambio?

del PJ bonaerense abandonaro­n la sala y la reclamaron a ella. No por amor, sino porque necesitan apoyarse en alguien para mantener su poder territoria­l.

Aunque no se hacía notar, Scioli dejó un vacío difícil de llenar tras el escándalo de faldas en el que se incineró. El mismo vacío que habrá sentido Massa cuando Daer, uno de los jefes de la CGT, confirmó que dejaba su ancha avenida del medio para irse, como Alberto Fernández, con Randazzo. “Yo quiero peronistas con prestigio, no con prontuario”, solía repetir el ex intendente de Tigre, selectivo. Sin embargo, esta semana se escuchó cerca de él una frase que define el ADN del peronismo, de Insaurrald­e a Moyano, y que nadie pondría en duda: “Todos los compañeros que se vayan pueden volver cuando les cierren las puertas en los demás espacios o cuando no les cierren los números”.

Con este cuadro, es difícil anticipar quién va a representa­r la renovación del peronismo. Por lo que se ha visto y oído hasta ahora, la única certeza es que, efectivame­nte, se tratará de una representa­ción. En clave farsesca o de comedia dramática.

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