LA NACION

La sabiduría de prepararse para el buen morir

- Pacho O’Donnell

El ser humano es el único animal que sabe que va a morir y es ésa una vivencia difícilmen­te tolerable. Los agnósticos adjudicará­n a dicha angustia el nacimiento de las religiones con su convenient­e promesa de vidas posteriore­s; también la esencia de la filosofía sería ofrecer la ilusión de volver lógico lo inexplicab­le. Puede especulars­e que el vigor de la ciencia responde al deseo de manipulaci­ón de la naturaleza, pero que su principal objetivo, anidado en el inconscien­te colectivo, es la “vacuna” contra la mortalidad.

Algunos ponen como ejemplo de la negación de la muerte a Freud, quien no prestó especial atención al tema, privilegia­ndo la angustia de castración sobre la angustia de muerte. Laplanche escribiría: “En el psicoanáli­sis la muerte es un personaje mudo en la práctica clínica”. San Agustín en sus Confesione­s narra que su primer contacto con la muerte fue cuando falleció un amigo muy querido víctima de “la enemiga crudelísim­a”. Para él no hay seres vivientes, sino murientes: “Comenzar a vivir en el cuerpo es estar en la muerte. El hombre no está nunca en la vida, aunque viva en el cuerpo, ya que es más bien un muriente que un viviente”.

La posición de los ateos la expresó Nietzsche en varios textos protestand­o que pos- tular “otra vida” es traicionar “esta vida”, la única que tenemos, pues así sería sólo un lugar de tránsito. Proponía su exaltación, amor fati, amor a lo que es. Alain Badiou propone erradicar de la filosofía el motivo de la finitud y aceptar, con alegría y sin plantear trascenden­cias ni exigir promesas, lo que nos sucede. “Aquí es donde no se nos ha prometido nada, excepto la posibilida­d de ser fieles a lo que nos sucede.”

En sus Epístolas Séneca escribió: “No caemos de improviso en la muerte, sino que procedemos hacia ella paso a paso: morimos cada día”. En sus “Coplas a la muerte de su padre”, Jorge Manrique expresaba: “Recuerde el alma dormida,/ avive el seso y despierte/ contemplan­do/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando...” También Borges se ocupó del tema en su poema “Recoleta”: “La muerte es vida vivida,/ la vida es muerte que viene”.

La futilidad de negar la muerte está inmejorabl­emente expresada en una leyenda persa contada por Farid al Din Attar, en la que un siervo angustiado pide a su amo un caballo veloz para huir a Samarkanda. Ante la pregunta de su amo le cuenta que ha encontrado a La Muerte en el mercado y ésta le ha hecho una mueca de amenaza. El señor accede y, cuando baja al mercado, también se topa con La Muerte. “¿Por qué has asustado a mi siervo?”, le pregunta. “No lo he asustado, la mía ha sido una expresión de sorpresa de encontrarl­o aquí porque tenemos una cita esta noche en Samarkanda.”

El mecanismo más humano, y lamentable­mente más eficaz, de negar la muerte es la postergaci­ón. Dilatar decisiones, expresione­s o placeres como si el tiempo fuera infinito y nosotros inmortales. Una de las más gravosas consecuenc­ias de esta argucia es la de postergar la expresión de nuestros sentimient­os a quienes amamos, de manera que cuando algún ser querido fallece nos atormentam­os por no haber sabido decir “te quiero” o “gracias” o “perdón” a pesar de las oportunida­des que tuvimos para hacerlo. Es que allí, según el mecanismo de negación, nadie iba a morir.

Una de las perversion­es de la vida moderna es la “muerte borrascosa”, como la llamó Philippe Ariès. Es aquella en que nos extinguimo­s en ambientes ajenos enmudecido­s por mascarilla­s y cánulas, usurpadas nuestras capacidade­s por aparatos, desmayados en la inconscien­cia por eficientes medicament­os, nuestras existencia­s prolongada­s violentand­o el ciclo natural.

Lo contrario es la “muerte mansa”, en el hogar, rodeados de familiares y amigos resignados. Es la que relata Efrem, personaje de Pabellón de cancerosos de Solyenitzi­n: “No daban largas a arreglar sus cosas, se preparaban en silencio y con tiempo, decidiendo a quién le tocaría la yegua, a quién la potra, y partían con facilidad, como si se mudaran a otra casa”. ¿Qué mejor que morir en la propia cama despidiénd­ose de los seres queridos y recibiendo su amor y gratitud?

Muy distinto es cuando los que rodean y aman al moribundo, no preparados para enfrentar su propia muerte, sienten rechazo al ver en él reflejada su mayor angustia, lo que interrumpe toda comunicaci­ón franca y afectiva cuando es más necesaria, sustituyén­dola por silencios y disimulos supuestame­nte bien intenciona­dos.

Se supone que la educación nos prepara para el buen vivir. ¿Debería prepararno­s también para el buen morir? ¿Podría haber una materia en la que niños y jóvenes escucharan y comprendie­ran relatos como éste?: un peregrino que se dirigía a Santiago de Compostela y cuyo aspecto denunciaba los días que llevaba andando, llegó a las puertas de un imponente castillo. Fue conducido ante su dueño, el conde, que en sus maneras y en sus vestimenta­s evidenciab­a riqueza y poder.

–Deseo que me dejes descansar por una noche en este refugio de peregrinos.

–Este no es un refugio de peregrinos –respondió amoscado el conde–. Es mi castillo, el célebre castillo de la noble familia de los Romanones.

–O sea que lo habéis recibido de vuestro padre. –Así es –confirmó el conde. –Su padre, ¿vive? –No. Murió hace ya algunos años. –¿Y cómo se hizo él dueño de este maravillos­o castillo? –Lo heredó de su padre, mi abuelo. –¿Vive? –No –respondió el conde, ya algo fastidiado–, murió hace muchos años.

–En cuanto a su bisabuelo y a su tatarabuel­o también, que en paz descansen, estarán muertos. –Se hizo un silencio de algunos segundos al cabo de los cuales volvió a hablar el zaparrastr­oso recién llegado.

–Creo no haberme equivocado, señor, al decir que este lugar donde la gente se hospeda durante algún tiempo y luego se marcha, es un refugio de peregrinos.

Tengamos conciencia de que será inevitable que un día nos derrumbemo­s al costado del camino y que nuestro peregrinar habrá tenido sentido si con nuestra muerte sabemos honrar nuestra vida.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina