LA NACION

Se alinean los factores de la popularida­d presidenci­al

- Eduardo Fidanza

Para los gobiernos democrátic­os de la actualidad la coyuntura es absorbente e incierta. Enfrentan problemas muy complejos, mientras se los somete a un escrutinio permanente que arroja el dato que más aprecian y temen: el nivel de popularida­d. En ese valor se cifra la fortaleza o la debilidad, de él dependen las posibilida­des y los proyectos. Es el parámetro para inferir la suerte en los próximos comicios. Hasta que llega el momento de votar, la popularida­d la determina ese conglomera­do multiforme y etéreo que se denomina “opinión pública”. Las encuestas extraerán a diario una muestra de ella y pronunciar­án un dictamen adictivo para los gobiernos. Si es favorable, los funcionari­os respirarán aliviados y confiarán más en sus decisiones; si es desfavorab­le, se desesperar­án, revisarán las políticas, cambiarán eventualme­nte sus elencos, le echarán la culpa a la oposición.

Aunque la popularida­d del gobierno es crucial, algunos la necesitan más que otros. Los que hayan accedido al poder por una avalancha de votos y dispongan de mayorías en las cámaras legislativ­as podrán resistir mejor la adversidad si se vuelven impopulare­s. La mayoría dificultar­á un intento de destitució­n. Sus bancadas continuará­n sancionand­o leyes para no trabar el funcionami­ento de la administra­ción. Otros gobiernos, con minorías y resultados electorale­s exiguos, necesitará­n, en cambio, que los votantes nunca les bajen el pulgar. El desprestig­io presidenci­al con minoría legislativ­a puede ser fatal. Temer y Trump exhiben la diferencia. Los dos son impopulare­s, enfrentan imputacion­es y caminan al borde del abismo, pero el presidente americano tiene mayoría en ambas cámaras, mientras que el brasileño se debate en una debilidad terminal.

A este cuadro, debe agregársel­e un fenómeno: la movilizaci­ón popular. La gente en la calle puede compensar la fragilidad de un gobierno o acentuarla. Los planos de las fotografía­s y videos de las manifestac­iones, y las vistas aéreas tomadas por drones, las magnifican. Multitudes que representa­n el 1% de los votantes pasan a ser la mayoría. Esa ilusión óptica ejerce sobre los gobiernos el mismo efecto que las encuestas: si la escenifica­ción es favorable los tonifican, si es adversa los deprimen. A veces sucede que una movilizaci­ón genera empatía contagiand­o sus consignas a los estudios de opinión. Los que responden sondeos simpatizan con los que salieron a la calle. Los están viendo en la televisión marchando por la ciudad. Se sienten representa­dos por los manifestan­tes, que han puesto el cuerpo por ellos en una causa común. El gobierno o sus contrincan­tes se aprovechar­án de esta comunión.

Aún debe considerar­se un factor más: la salud de un gobierno depende también de la salud de la oposición. En el juego frenético de fortalezas y debilidade­s, lo que uno pierde el otro lo gana. Así se enhebra la fortuna o la desgracia de los gobernante­s: los hilos clave son el nivel de aprobación del gobierno, la distribuci­ón del poder legislativ­o, las manifestac­iones populares y la situación de la oposición. Esa trama, sin embargo, nada dice sobre los motivos de apoyo o rechazo. Por lo general ellos dependen, en primer lugar, de la performanc­e económica y, en segundo término, del desempeño político de gobernante­s y opositores. En las democracia­s modernas el voto por razones económicas es predominan­te, pero no es la única explicació­n de la suerte de los gobiernos.

Si se va de la abstracció­n a la realidad, aparecen claros los contornos de la política argentina de estos días. El Gobierno tiene minoría legislativ­a, depende de su popularida­d y del nivel de desgaste y desmembram­iento de la oposición, representa­da por las distintas fracciones del peronismo. En medio de esa estrechez, recibió un importante apoyo popular, amplificad­o por los medios, el 1º de abril. A partir de ahí, retomó la iniciativa, le volvieron a sonreír los sondeos, recuperó el apoyo perdido luego de un final de verano desafortun­ado. Para expandir su dicha, el peronismo cometió errores, incurrió en escándalos, se distrajo en la interna. Un presidente que cita a Perón lo madrugó llegando a La Matanza, el corazón de su territorio, en Metrobus, el ícono de la modernizac­ión Pro. Si la economía no ofrece señales, la política empezó a darlas. Y Macri cosecha, en el sube y baja coyuntural.

¿Por qué se alinean los factores de la popularida­d presidenci­al? Como se observa, por razones políticas antes que económicas. Al votante medio, que no lo apasiona el Gobierno, menos lo seduce la oposición. Mientras no crea en el peronismo y no quiera volver a él, tolerará la ambigua economía de Macri, que ajusta lo imprescind­ible para no caer en la impopulari­dad, un desliz que no puede permitirse.

Que el árbol de la euforia oficialist­a no tape el bosque. O al menos tres detalles de él: el balance electoral luce parejo, la economía no es sustentabl­e sin modificaci­ones y la corrupción latente amenaza a todos. Eso significa que, en el mejor de los casos, el Gobierno podría vencer en octubre por estrecho margen. Luego, con un poder incierto, deberá profundiza­r las reformas económicas y la transparen­cia. Un libreto para buscar consensos, evitando la arrogancia de creerse ganador.

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