LA NACION

Las malas y las buenas lluvias

- Félix Bruzzone

Ensucia la lluvia a las piletas? No siempre. ¿vale la pena limpiar una pileta cuando llueve, o cuando está por llover? Depende. En todo caso: las piletas no son autos. Hay lluvias malas para las piletas, pero también hay lluvias buenas. Las malas son las que vienen acompañada­s por fuertes vientos, porque es el viento lo que ensucia a las piletas. Las malas son las que son muy abundantes y arrastran hasta el espejo de agua toda la suciedad que suele quedar sin barrer en el solarium que hay alrededor.

Hace unos años, por ejemplo, mantenía una pileta que, construida en un terreno algo más bajo que un terreno vecino, cada vez que llovía mucho terminaba completame­nte negra, inundada por toda la tierra que el agua arrastraba desde un terreno más alto. Recuerdo que con mi clienta mirábamos al cielo antes de cada limpieza. Pero era muy difícil calcular cuándo vendría una lluvia fuerte y cuándo no. Y más de una vez pasó eso de limpiar la pileta justo el día anterior a una de esas lluvias feroces.

Son casos extremos, pero... En concreto: la gente, a pesar de que la evidencia suele demostrar que las lluvias benefician a las piletas, a su cristalini­dad, incluso a su pH, tiende a verlas como autos, y decirle a su piletero: “Hoy no vengas, va a llover”.

Sin embargo, en estos días lluviosos, días de ir de una pileta a otra y encontrar a mis clientes en ese mar de dudas que es siempre ver el cielo gris, la pileta, el cielo gris, la pileta, y no saber bien qué decisión tomar, la singularid­ad aflora en forma de niño con traje de neoprene y bracitos inflables ajustados arriba de sus codos. –Hola Félix, ¿me puedo meter a la pileta mientras limpiás?

¿Qué decir? En verano la respuesta siempre es un claro y contundent­e no. Además de ser peligroso, mover el agua durante la limpieza hace que no se pueda limpiar bien. Pero ahora que la pileta no se usa, y que ya estoy parado frente a ella, limpiándol­a bajo una tenue, insignific­ante llovizna, y que el chico tiene su traje de neoprene para no morir de frío, pienso que puede ser divertido dejarlo nadar. ¿Es irresponsa­ble? Puede ser... Me pregunto cuál será, en el fondo, el deseo del niño. ¿Busca realmente que le diga que sí o sólo está jugando? ¿Sus padres qué piensan? Casi no hace falta responder: el niño se zambulle, y ya da las primeras brazadas, cuando la madre abre el ventanal y empieza a acercarse, notoriamen­te enojada. –¿Lo dejaste? ¿Estás loco? –Bueno –balbuceo con el barrefondo en la mano–, pensaba que usted... o sea: ¿qué madre le permitiría a su hijo ponerse un traje de neoprene y bracitos inflables una lluviosa mañana otoñal si no es porque lo dejó meterse en la pileta? Pero todo esto, que evidenteme­nte nunca llego a decir, se choca con los gritos de la madre: –¡Salí, nene!, ¿qué hacés?, ¿no te das cuenta de que era broma eso de ir a preguntarl­e al piletero si te podías meter?, ¿no te das cuenta de que este piletero es un...?

Cierro los oídos, silbo. La melodía amortigua el enojo de la mujer y la decepción del niño. Tiene notas largas y da saltos para pasar de una nota a la otra. Es pura improvisac­ión. Cuando mis amigos poetas vengan a ponerle letra se va a llamar “Piletero despedido”, o algo así.

La melodía amortigua el enojo de la mujer y la decepción del niño

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