LA NACION

Yuri Maier cambió la lucha por la conducción

Los fuertes dolores físicos llevaron al joven Yuri Maier a una temprana salida de la especialid­ad grecorroma­na, en la que se destacó en cinco países

- Texto Germán Leza | Foto Gentileza Yuri Maier

¿ Por dónde empezar con Yuri? ¿Por el hecho de que habla inglés, alemán y ruso? ¿O porque soportó temperatur­as de menos 20 grados escalando montañas en Osetia del Norte, Rusia? ¿Por sus siete cirugías tan sólo a sus 27 años y sus orejas aplastadas por las caídas en la lucha? ¿Porque a los 12 años decidió emigrar a Estados Unidos para luchar en una secundaria? ¿O por el tiempo que vivió después en Cuba, Alemania y Rusia? Mejor comenzar por el final. Yuri, correntino, ganador de medallas panamerica­nas en lucha grecorroma­na, se retiró el año pasado y desde entonces ya tiene puesto el traje de dirigente de la Federación Internacio­nal de Lucha, entre otros cargos.

Acorralado por los malestares físicos, Yuri Maier finalmente vivió Rio 2016 como dirigente. “Siento que todo el mundo tenía un plan para mí y no me lo decían. No bien me retiré me empezó a sonar el teléfono. La Federación Internacio­nal me ofreció ser oficial de desarrollo”, le cuenta Yuri a en el la nación lobby de un hotel de Punta del Este, donde asistió al congreso de Odepa como dirigente. Sin escalas, de la malla que usaba en la categoría de 96 kilos en la lucha grecorroma­na pasó a lucir saco y corbata negra.

Sin embargo, desde sus inicios, Yuri sólo pensó en mejorar como luchador. A los siete años comenzó a entrenarse en el club GEBA con Javier Broschini, coach del selecciona­do nacional. A los 12, becado por una escuela de Miami, se mudó solo a Estados Unidos. Allí fue campeón estatal y finalista en la Conferenci­a Este en su categoría, algo inédito para un representa­nte del estado de Florida. Todavía, en el colegio al que asistió, el Belem Jesuit, su nombre figura en el gimnasio. Pero Maier no cesó con su búsqueda, y después se internó en Cuba, en las afueras de La Habana, donde perfeccion­ó su técnica. Lo recuerda como un período duro porque Cuba vivía épocas de racionaliz­ación de agua y había poca posibilida­d de comunicars­e con sus seres queridos. “¿Vale la pena todo esto?”, se preguntaba. Pero reconoce que “deportivam­ente fue muy importante” para su formación.

Luego, a los 16 años, emigró a Alemania, de donde son oriundos sus abuelos paternos. Allí, en la ciudad de Luckenwald­e, hizo sus primeras armas como profesiona­l en la Bundesliga, se negó a recurrir a un traduc- tor y aprendió el alemán. También hizo los contactos para luego mudarse a Vladikavka­z, una ciudad de Osetia del Norte, Rusia, que tiene 200.000 habitantes y forjó 19 medallista­s olímpicos. Allí se mudó luego de los Juegos Panamerica­nos de Guadalajar­a 2011, donde fue medalla de bronce.

“Vivía en un centro de entrenamie­nto que era como un templo y en los primeros seis meses ni siquiera me saludaban”, relata Yuri. “Hasta que hice relación con Besik Kudukhov, un luchador ruso que fue cuatro veces campeón mundial y dos veces medallista olímpico, y que murió en 2014 en un accidente de tránsito. Fue el único que me dio bola. Cuando la gente ya me veía llegar con él por lo menos me saludaba. Mucho se lo debo a Besik. Me afectó mucho cuando murió. Yo estaba en la Argentina y volví para su funeral. Era súper humilde. Un crack”, recuerda.

A la amistad con Besik, Yuri sumó la confianza de un entrenador que tenía 17 medallas olímpicas en su haber, Kazbek Dedekaev. Dos veces por semana subían una pequeña montaña para entrenarse. A 20 grados bajo cero, vomitando ácido láctico, Yuri llegó a la cima. Entonces, Dedekaev se le quedó mirando y le dijo: “¿Qué hacés acá, de dónde sos?”. Hacía seis meses que había llegado. “Nuestra ciudad no es amigable”, continuó. “Veo que estás intentando a aprender a hablar ruso; lo hacés muy mal pero le estás poniendo ganas. ¿Sabés qué? En este deporte, hay dos cosas que hacen falta: estar loco y tener ganas. Y si estás acá es porque juntás justo esos dos requerimie­ntos. No sé a qué vas a llegar porque sos argentino, pero para mí, que ya gané todo, sos un reto distinto. Así que te voy a dar una mano”, le dijo a las 7 de la mañana en la cima de la montaña. Entre la amistad de Besik y la bendición de Dedekaev, Yuri pasó a ser una especie de estrella de rock en Vladikavka­z.

“No tienen término medio. Pasan del ‘ni te miro ni te dirijo la palabra’ a ‘sos mi hermano’ y se matan a tiros por vos”, describe Maier. La mejoría en su rendimient­o fue inmediata. Llegó a dos finales panamerica­nas en 2012 y en 2013, y fue N°11 del mundo. Pero a fines de 2013, una mala recuperaci­ón en un hombro luego de una operación marcó el principio del final de su carrera. Siete cirugías y un cúmulo de lesiones que abarcan desde cartílagos implantado­s en su cadera, hernia de disco, rectificac­ión cervical, hasta artrosis en manos y rodillas, hicieron imposible que se clasificar­a a Río 2016. Hoy sigue padeciendo esos dolores: “Para mí, estar sentado 12 horas en una asamblea es un sufrimient­o muy grande. Tengo el cuerpo de una persona de 50 años”, se lamenta. Y confía que la medicina moderna lo ayudará a recuperars­e. Antes de su retiro, compitió tres semanas en la India, donde la lucha salió de la arena –kushti, deporte nacional que practican 7 millones de indios- y es un verdadero show. El país se está convirtien­do en una potencia mundial.

Vivió todo muy rápido. Ahora, a los 27 años, Yuri también forma parte del ACP (Athlets Career Programme) del Comité Olímpico Internacio­nal (COI), que ayuda a los atletas en la transición del retiro a insertarse en el mercado laboral. De su experienci­a por la India se inspiró para otro emprendimi­ento que hizo junto a su familia: la cría de búfalos. “Cuando te retirás es clave mantenerse ocupado. Si no, caminás por las paredes”, apunta Yuri. No hay dudas de que predica con el ejemplo.

“Un error común en el deporte argentino es designar para los infantiles al profe qUe recién empieza. es al revés. despUés, cUando tengan 23 años, ¿qUé van a aprender?” Yuri Maier ex luchador, hoy dirigente

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el correntino (izquierda) vivió en estados unidos, rusia y alemania en su carrera y hoy integra la Federación internacio­nal

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