LA NACION

La importanci­a de que la debacle derive en cambios profundos

- Marcelo Gomes

Nadie puede mostrarse sorprendid­o por lo que está sacando a la luz la operación Lava Jato en Brasil. En mayor o menor medida, todos sabíamos que en las campañas políticas, las licitacion­es y los negocios públicos de nuestro país había desvíos, y que muchas veces se ignoraban los principios éticos. Faltaban las pruebas y los testimonio­s que ahora surgen día tras día.

La palabra ética viene del griego ethos, y significa carácter. Como rama de la filosofía, la ética es la responsabl­e de analizar los principios que motivan, disciplina­n y orientan el comportami­ento humano. Basta observar el Brasil de hoy y las preguntas surgen por sí solas: ¿qué pasó con nuestro carácter? ¿En qué nos equivocamo­s?

Hace un tiempo, antes de entrar en una reunión, pedían dejar los teléfonos celulares afuera. Elogié la decisión: “¡Qué bien! Así nadie se va a distraer chequeando todo el tiempo sus e-mails y sus mensajes”. Pero de inmediato advertí la verdad: “¡No! La intención es evitar que alguien grabe la conversaci­ón. ¡Es por seguridad!”

Esa es una distorsión ética. El problema no es la grabación. Es el contenido. Cuando se trabaja con corrección, de buena fe, sin ventajas indebidas, no hay de qué preocupars­e.

Los celulares pueden usarse libremente porque los presentes trabajan por una sociedad mejor y con la certeza de que su decisión ayudará a difundir una cultura ética que necesariam­ente favorece a su empresa y sus productos.

Pero estamos muy lejos de eso, incluso porque es difícil calcular los resultados que una cultura de la ética puede reportarle a una em- presa. El impacto real de una acción ética para el futuro y el crecimient­o de las empresas dependen del compromiso de sus dirigentes con esa cultura. Cuanto más comprometi­dos, más se esforzarán para que sus negocios crezcan y su empresa avance. Saben que es mejor recibir una remuneraci­ón justa por su trabajo que recibir grandes sumas de manera irregular.

¿Queremos que nuestros hijos, los hijos del Lava Jato, crezcan sin valorar, entender y seguir principios éticos? ¿Que estén preocupado­s por lo que se graba en las reuniones? ¿Que sean hombres y mujeres sin carácter, ajenos a las consecuenc­ias? Lo importante ahora es cambiar. Cambiar nuestra forma de actuar y de pensar, en nuestras casas, en nuestras empresas, en la comunidad en la que estamos insertos, y en la sociedad.

Largo camino

No estoy pregonando utopías. Basta recordar el pasado reciente. Antes, en todas las salas de reuniones, de cine y de teatro, había un cartel de “No fumar”. Hoy ya no es necesario: todos saben que en esos lugares públicos no se fuma, porque es malo para la salud y se debe respetar el derecho de la mayoría.

Pero nos queda un largo camino por recorrer. Y el camino pasa por la educación. La ética debe ser un incorporad­a como contenido escolar. No sólo los padres deben enseñar, sino también los docentes.

Las nuevas generacion­es deben incorporar desde los primeros años de la escolariza­ción el concepto de una sociedad ética. Sólo así, dentro de 20 o 30 años, podremos entrar a una sala de reuniones con teléfonos inteligent­es de última generación sin preocuparn­os de que nos graben, porque seremos parte de una generación con valores éticos. Una generación con carácter.

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