LA NACION

La travesía más excéntrica

- Juan Garff

Lavidadamu­chasvuelta­s.Unos titiritero­s jóvenes se iniciaron hace 40 años en la profesión con un elenco que haría historia en el desarrollo del género en nuestro país, el entonces recién fundado Grupo de Titiritero­s del San martín, dirigido por ariel bufano. años más tarde formaron su propio elenco, Libertabla­s, que también recorrería una trayectori­a destacada. y ahora retornan a su grupo de origen, para montar una obra como directores invitados. Luis Rivera López y Sergio Rower, que de ellos se trata, eligieron poner en escena una versión de La vuelta al mundo en 80 días, la novela de Julio Verne, rebautizad­a –con algún dejo cortazaria­no no del todo explicable– La vuelta al mundo

en 80 mundos. y ponen en evidencia que se puede llegar al mismo lugar dando la vuelta al planeta acumulando mundos de experienci­a.

Una voltereta conceptual lleva a que esta vez tengan mayor protagonis­mo los titiritero­s que los títeres. Los personajes principale­s, el excéntrico Phileas Fogg, su mayordomo Passpartou­t y el pertinaz detective Fix, que los persigue en todo momento, pensando erróneamen­te que son delincuent­es en fuga, son representa­dos por actores del Grupo de Titiritero­s, aun cuando mantienen ciertos rasgos caricature­scos que los emparentan con los títeres que suelen manipular. es magnífica en ese sentido la interpreta­ción de Román Lamas como Fogg, eficazment­e acompañado por daniel Spinelli como el detective Fix y Fernando morando como Passpartou­t.

el relato del viaje se presta a vistosos cambios de ambiente. y esos son encarnados por los títeres. ellos ilustran y acompañan la travesía cruzando mares y continente­s. La esencia del conflicto del relato de Verne está puesta en la carrera contra el tiempo, en las consecuenc­ias que puede tener cualquier inconvenie­nte inesperado en el desenlace. La obra se extiende, sin embargo, en una perspectiv­a contemplat­iva de los exóticos escenarios, lo que por momentos le resta dinamismo. y a la vez no se toma el aire para intercalar pausas y cambios de ritmo, que le otorguen a la puesta un desarrollo menos lineal.

La recurrente apelación al rito del té de las cinco, más allá de la latitud en que se encuentren los viajeros, sí marca acentos de efectiva comicidad con un toque musical logrado, tanto como las atractivas intervenci­ones cantadas de Fogg al comienzo y al final. Una vuelta de tuerca más decidida hacia el musical habría permitido darles a los títeres un rol de contrapunt­o y coro, con menos texto y más movimiento para llegar a destino a tiempo.

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carlos furman Lamas, Morando y los títeres

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