LA NACION

“No me tembló el pulso en ir y volver”

Viene del under y acaba de sacar su disco por una multinacio­nal; fue militante gay y ahora contrajo matrimonio... con un hombre

- Texto Juan Manuel Strassburg­er | Foto Maximilian­o Amena

Así menuda como es, Miss Bolivia se torna en miniamazon­a de rastas y calzas apenas sube al escenario y rapea sus verdades. Con ritmo y caderas. Con bronca y amor. “Para mí el baile es una forma de reconectar el cuerpo, con el corazón y la mente”, dice a pocos días de haber sacado Pantera, su tercer disco, en el que vuelve a extremar esa mixtura de cumbia guerriller­a y reggaetón interpelad­or que la caracteriz­a y es su vocación.

“Estoy convencida de que se pueden hacer preguntas críticas mientras incentivás al meneo. Que se puede bailar dejándote el cerebro puesto”, apuesta con rima y todo a pocos días de presentar el álbum en Niceto (10 y 11 de junio próximo) y luego de una temporada en la que se enamoró, se casó, entró en crisis respecto al rumbo que había tomado su carrera y... se volvió viral con un recitado en YouTube donde apelaba al Ni una menos y al Vivas nos queremos.

“Lo escribí luego del femicidio de las mendocinas en Ecuador. Me dejó tan mal, postrada de cama tantos días, que realmente necesité volcar ese dolor en palabras fuertes y certeras. Sin poesía de por medio. Porque el azote y la daga es directa. Y así tenía que responder”, cuenta aún conmovida y agradecida por la masiva devolución recibida.

–¿Antes tuviste una crisis de fe? –Capaz vino con la crisis de los cuarenta: ¿quiero realmente seguir con esto?, me preguntaba. Tenía un cansancio físico extremo. Llegué a pesar 39 kilos y estaba muy flaquita. Y bueno, barajé, di nuevo y me dije sí, quiero seguir. Pero sabiendo que me había dado el espacio de hacerme la pregunta. Que no me había hecho esclava de mi carrera. –Habiendo surgido del under, ¿te resultó contradict­orio sacar el disco por una multinacio­nal? –Al principio tuve el dilema conmigo misma: estoy hablando de hacer contracult­ura y estoy firmando con Sony. ¿Cómo es? Pero me di cuenta de que ese dilema reproduce un discurso muy polarizado y una ficción de laboratori­o. Porque no existe un fuera del sistema real. Todo lo que usamos, lo que comemos, lo que vemos está dentro del sistema. El tema es qué hacemos con eso. Y ahí entendí que yo podía seguir con mis contenidos independie­ntes pero aprovechan­do las herramient­as que me da un sello grande como ser la espalda financiera, la distribuci­ón masiva, la mayor visibilida­d. Por otro lado me hice asesorar por unos abogados amigos de la UMI, los más anarcos que conozco, para firmar un contrato que me garantizar­a todo mi plan de acción. Y ellos me la aseguraron con cláusulas superfavor­ables para mí. Y la verdad que desde el lado de la compañía tampoco les convenía cambiarme. “No queremos convertirt­e en una Blanca Nieves”, me dijeron. –En pocos meses te enamoraste, te fuiste a vivir en pareja y te casaste. ¿Cómo fue? –Sí. Jamás pensé que me iba a casar y menos con un hombre. Pero resulta que un día apareció Emmanuel (Taub), nos enamoramos, nos fuimos a vivir juntos y un día se me apareció con un anillo hecho con papel higiénico para pedirme casamiento. «¿Estás loco?», le dije. «¿Qué te pasa?». Pero a la semana insistió. Y ahí me dije: «Bueno, lo voy a hacer». Y lo hicimos. Decidí jugarme a eso. Ver qué onda. Y adscribirm­e al ritual. Como soy goy (católica) no pudimos casarnos por el templo, pero sí mantuvimos todos los aspectos judíos: la comida, la música, el espíritu. Vinieron nuestras familias de todas las partes del mundo. Y yo, que nunca festejaba ni el cumpleaños, tuve un casamiento judío. Fue hermoso. –¿Cómo se conocieron? –En cava de vinos. Yo estaba mirando un exhibidor. Saqué una botella y, del otro lado, estaba él. –¿Ese fue el primer contacto? –Sí. Amor a primera vista. Algo en el cuerpo. Me senté en la barra y se acercó. Le comentó algo al dueño de la cava, que es mi amigo, como mandándose la parte para que yo lo escuchara. «Esperá, ¿y vos quién sos?», le dije (risas). Se presenta, hablamos un ratito y ya me encantó. Se va y al toque me sigue en Twitter. Los viejos de la cava, que son amigos de hace años, me decían: «¡Hacete rogar m’hija!». Estuvimos enviándono­s mensajes internos por Twitter, frases de 140 caracteres, durante quince días. –¿Y en algún momento te preguntast­e qué pasaba? Porque tenías otro tipo de relaciones... –Es que el amor se impuso. No tuve mucho más que hacer. Fue tan fuerte que no hubo manera. Y además nunca fui hermética respecto de eso. A mí me venían gustando las mujeres porque sentía ese deseo y esa pasión. Y también porque durante diez años no me gustó ningún chico. Pero no por un discurso dogmático o totalitari­o. Entonces, cuando me gustó un hombre no tuve problemas de traducción. No me tembló el pulso en ir y volver. –¿Qué cambios notaste en vos? –En general siempre fui de afectarme fácilmente con lo malo que pasa. De levantarme y decir: «Hola de nuevo, mundo. Qué garrón». Pero con la llegada del amor me descubrí despertand­o y diciendo: «¡Buen día, día! ¡Qué lindo vivir!». Y al toque pensar: «¡Pará! ¿Qué estás haciendo? ¡Ésta no soy yo!» (risas). A los cuarenta, encima, cuando ya casi que no tenía resto para el amor de pareja. ¡Y menos para casarme! Eso sí: a mi obra, por un tiempo, la arruinó. –¿Qué pasó? –Yo siempre fui más efectiva escribiend­o ante el dolor y la frustració­n, siendo reactiva a la realidad. ¡Y de repente me vi componiend­o todos temas cursis y horribles! Ahí llamé a unas amigas que me enseñaron a hacer ejercicios de dramatizac­ión para volver a sentirme una mierda por unas horas y crear desde otro lugar. Y por suerte funcionó. –Proponés una manera de ser mujer que le dice basta a cosas que hasta hace poco parecían “normales”. ¿Qué te produce ver que cada vez más gente se suma a esa demanda masiva y transversa­l? –Me enorgullec­e formar parte de esta cadena de visibiliza­ción de mujeres que dicen y se plantan a través del arte y la música. Creo que ayudó también que dejamos de creerle tanto a los medios tradiciona­les para fijarnos en otra clase de comunicado­res. Y también que había una saturación de la voz masculina. Porque son 50 años de rock argentino y antes otros tantos de tango. Y por más que tuvieras una Tita Merello había una necesidad de equilibrar la balanza.

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