LA NACION

“Las personas trataban de identifica­r a sus seres queridos entre los cuerpos”

Para el público de Ariana Grande, en su mayoría padres con hijos adolescent­es, el recital pasó de ser un sueño a una pesadilla

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MANCHESTER.– Lisa Conway, de 49 años, había comprado en secreto un mes antes las entradas para el recital de Ariana Grande. Fue una sorpresa para su hija de 14 años, cuya artista favorita es la cantante norteameri­cana. Madre, hija, padre e hijo descendier­on desde Glasgow, pero los hombres cambiaron el espectácul­o por una noche en la ciudad. El recital fue un viaje de unión, uno de esos momentos que quedan marcados en la adolescenc­ia, y un pequeño paso tentativo al mundo adulto.

“Estaba destinado a ser un sueño, no una pesadilla”, dijo Conway, ayer mientras desayunaba, luchando por contener las lágrimas. “¿Cómo le explico lo que ocurrió a un chico de 14 años?”, agregó.

Luego de que Ariana Grande cantó su última canción y cuando las luces del estadio comenzaban a prenderse indicando el fin del espectácul­o, el poder de la explosión sacudió el recinto y la multitud comenzó a gritar y correr. Fuera del salón, los padres esperaban para recoger a sus hijos.

Kevin Pickford corrió hacia la entrada principal para buscar a sus dos hijas. “Hubo un anuncio, pidiendo a la gente que se fuera lentamente y con calma”, recordó. “Pero el pánico estaba sobrepasan­do la calma.”

“Todo el mundo lloraba y grita- ba”, dijo Sophie Tedd, de 25 años, que había asistido al concierto con su amiga Jessica Holmes. Nadie sabía qué camino tomar.

Laura Eames y su hija de 11 años, Isabel, acababan de levantarse de sus butacas para irse. “De pronto escuchamos una explosión tremenda”, explica la madre. “No tuve claro en el momento que era una bomba. Escuchamos a unos que gritaban «¡bomba, al suelo!», pero no comprendía o no quería comprender. Solo agarré fuerte a Isabel y corrí. Casi le arranco un brazo, todavía lo tiene morado.”

“Todo el mundo se volvió loco, había gritos, chillidos, personas tirando a otras al piso. Yo terminé con dos adolescent­es que habían perdido a sus padres; estaban fuera de sí. Era realmente difícil salir del lugar”, agregó.

Una mujer mayor en una silla de ruedas quedó atrapada en el tumulto, mientras otro espectador gritaba ante la multitud para dejarla pasar.

Gemma Cardwell había ido con su hija Harriet, de 10 años, desde Blackpool, al oeste de Inglaterra. Habían comparado sus entradas hace ocho meses. Era el primer concierto al que asistía la pequeña, cuya remera negra con las orejitas de conejo de Ariana Grande le llegaba hasta las rodillas. “Estábamos cerca”, explica la madre. “Escuchamos una explosión tremenda y todo el mundo se puso a gritar. Vimos gente ensangrent­ada. Fue horrible. Pasamos mucho miedo y no sabíamos qué hacer.”

Molly Cronin, de 18 años, describió una miniestamp­ida de fans en pánico. “Los chicos estaban siendo aplastados y estábamos tratando de ayudarlos”, dijo, señalando que el momento de la explosión parecía “deliberado”.

Afuera, los agentes de policía trataban de dirigir al público a un lugar seguro. “Nos decían que corriéramo­s, y que nos vayamos lejos de la estación de tren Manchester Victoria”, dijo Tedd.

Sin embargo, pocas personas sabían a dónde ir. Un cordón policial rápidament­e tomó forma. Los hoteles locales abrieron sus puertas, ofreciendo santuario a los varados, y los taxistas apagaron sus taxímetros para ayudar al público a salir rápido de la zona de peligro.

Dentro del estadio, Louise Reid, de 48 años, llevaba a su hija de 15 años, Patty, hacia la salida cuando el aplastamie­nto de las personas las abrumó. “Me di vuelta y luego sentí cómo cientos de personas se caían sobre mí”, dijo, describien­do cómo el poder de la multitud la alejó de su hija. “No pude volver atrás. Me sentí tan indefensa.”

Cuando llegó a la zona donde ocurrió la explosión, Reid se horrorizó; las personas se acumulaban mientras miraban frenéticam­ente los cuerpos, tratando de identifica­r a sus seres queridos. Reid era una de los padres frenéticos, buscando a su hija. “Pero Patty nunca salió y me negué a irme hasta que los paramédico­s y la policía me obligaron a salir”, dijo. “No sabía qué hacer, a dónde ir. No tenía teléfono. Sólo seguí gritando por Patty”, relató.

Tres horas pasaron antes de que la policía encontrase a Patty en un hotel cercano. “Tres horas sin saber si mi hija estaba muerta o viva”, dijo Reid, con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras se sentaba en la casa de un residente cerca del estadio. “¿Cómo volvemos a la normalidad después de esto?”, preguntó. “La tragedia muestra que esto puede suceder en cualquier lugar, en cualquier momento.”

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Darren staples/reuters Ayer evacuaron el shopping Arndale en Manchester, donde la policía detuvo a un sospechoso, pero por el momento no está relacionad­o con el atentado

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