LA NACION

La importanci­a de promover políticas públicas

- Guido Simonelli

H ay cinco dimensione­s indicativa­s de la salud de nuestro sueño. Estas dimensione­s son: duración (¿cuánto tiempo duermo?), calidad (¿duermo bien o mal?), continuida­d (¿me cuesta dormirme y/o me despierto durante la noche?), ritmo (¿me acuesto y levanto a la misma hora todos los días?) y alerta (¿tengo somnolenci­a diurna?). Se han propuesto distintos mecanismos biológicos para explicar cómo alteracion­es del sueño se traducen en patologías específica­s. Nuestros patrones de sueño, como muchos otros procesos fisiológic­os, se encuentran gobernados por factores biológicos y psicológic­os, y fuertement­e influencia­dos por nuestro contexto social.

Nuestro estrato socioeconó­mico es tal vez uno de los mayores predictore­s de nuestra salud en general y específica­mente de cómo dormimos. Este último no es un dato menor cuando consideram­os que dormir de forma insuficien­te se asocia con mayor mortalidad. Esto quiere decir que los que duermen poco y/o mal tienden a morir más jóvenes que los que duermen lo suficiente (y bien). Cuando se extrapola el impacto de dormir mal y poco en términos de la productivi­dad perdida y mortalidad de los trabajador­es, los números a nivel económico son alarmantes. Estimacion­es del think tank RAND para cinco países de altos ingresos indican que el costo económico equivale a entre el 1,3% y el 2,9% de su PBI.

¿Qué políticas se pueden desarrolla­r para promover el sueño saludable? La primera es la educación, enseñar sobre la importanci­a del sueño y cómo éste afecta múltiples esferas de nuestra vida cotidiana, desde nuestro estado de ánimo o qué elegimos para comer hasta cómo aprendemos. La segunda política es promover el correcto diagnóstic­o y el tratamient­o de los trastornos del sueño, especialme­nte los más prevalente­s, como el insomnio y las apneas del sueño. Esto es importante en individuos que conducen vehículos u operan maquinaria pesada. La tercera política tiene que ver con limitar las horas que pasamos en transporte y trabajando, los principale­s ladrones de horas de sueño. Por ejemplo, flexibiliz­ar los horarios de trabajo, atrasar el horario de comienzo de las clases, incentivar el home-working y mejorar el transporte público son políticas que pueden tener un alto impacto en la salud de nuestro sueño. Por otro lado, es esencial reglamenta­r y controlar los horarios y la cantidad de horas de trabajo en trabajador­es de turnos rotativos, como los profesiona­les de la salud, policías y conductore­s de larga distancia, entre otros. Por último, y como sucede con muchas enfermedad­es crónicas, la falta de sueño está distribuid­a de forma asimétrica, con una mayor incidencia en los estratos socioeconó­micos más bajos, fuertement­e influencia­dos por el contexto en el que viven. Por ejemplo, estudios nuestros realizados en la Argentina y en los Estados Unidos muestran que tanto nuestra vivienda como nuestro barrio afectan nuestro sueño. Una pregunta simple como “¿te sentís seguro en tu barrio y/o casa?” o “¿es tu barrio ruidoso?” son fuertes predictore­s de cómo dormimos. Siendo el sueño esencial para nuestro normal funcionami­ento, más allá de la salud, resulta imprescind­ible intervenir y mejorar el contexto en el que dormimos, sobre todo en los sectores más vulnerable­s.

El autor es médico, egresado de la UBA, e integrante del National Research Council Fellow, National Academies (EE.UU.)

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