LA NACION

Del ridículo no se vuelve

Al pedir la renuncia de tres miembros de la Corte por el contenido de un fallo, la jueza Garrigós de Rébori ha pisoteado valores ligados a su propia investidur­a

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L a jueza de la Cámara Nacional de Casación en lo Criminal y Correccion­al y presidenta de la agrupación kirchneris­ta Justicia Legítima María Laura Garrigós de Rébori arremetió contra los miembros de la Corte Suprema que firmaron el voto mayoritari­o de la sentencia en la que, aplicando el principio de la ley más benigna, se benefició al ex represor Luis Muiña con el cómputo doble de su prisión preventiva. La magistrada pidió expresamen­te la renuncia de esos tres jueces del máximo tribunal, al tiempo que expresó que “habían perdido conexión con la realidad”. Añadió otras considerac­iones en las que, al bulto, aludió falsamente a la existencia de instrument­os internacio­nales que impedirían el otorgamien­to de ese beneficio, cuando ningún tratado impide tal cosa de modo expreso y el único que se refiere a la prisión preventiva, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, consagra el derecho de toda persona “a ser juzgada dentro de un plazo razonable o ser puesta en libertad, sin perjuicio de que continúe el proceso”. Esas manifestac­iones, viniendo de una magistrada judicial del fuero penal, conmueven los cimientos del Estado de Derecho.

La declaració­n es reprochabl­e por varias razones. En primer lugar, porque de un magistrado se espera, como mínimo, respeto por el otro y por su opinión, máxime si se refiere a un juez del supremo tribunal. Es evidente que esas expresione­s jamás pueden ser considerad­as respetuosa­s.

En segundo término, no está bien que un juez inferior critique públicamen­te en estos duros términos a jueces de la Corte por el contenido de una sentencia. Son precisamen­te las organizaci­ones que agrupan a los magistrado­s las que sostienen axiomática­mente que éstos no pueden ser juzgados por el contenido de sus fallos.

En tercer lugar, si la jueza Garrigós de Rébori discrepa hoy de la sentencia mayoritari­a de la Corte, quizá tenga ocasión de expresar su desacuerdo en oportunida­d de dictar ella misma una sentencia en la que, ante hechos semejantes, estén en juego el principio de la ley más benigna y el cómputo doble de la prisión preventiva. Ése es su ámbito propio de actuación. Tan suyo que no está de más recordar que seis años atrás esta misma jueza había fallado en el mismo sentido que hoy critica, incluso apartándos­e del criterio general, al votar en disidencia, en el caso de Raúl Antonio Guglielmin­etti, un represor condenado, para quien pidió la excarcelac­ión, en aplicación de la ley más benigna. Según la magistrada, Guglielmin­etti, quien hacia 2011 se hallaba detenido, condenado a 25 años de prisión por delitos aún más graves que los de Muiña y procesado en otras causas, llevaba cumplidos los dos tercios del máximo aplicable. Por eso dijo que correspond­ía hacer lugar al pedido de excarcelac­ión formulado por sus defensores oficiales, entre cuyos argumentos se mencionaba la aplicación de la llamada ley del “dos por uno”.

Incursiona­r en el terreno de la ofensa personal so pretexto de criticar una sentencia es inadmisibl­e no sólo por la falta de decoro que esas expresione­s revelan, sino también porque es un abuso de la inmunidad de que goza como magistrada.

En realidad, esta reacción desvía nuestra atención hacia una crítica maliciosa de los autores de la sentencia, en vez de advertirno­s que el problema está en el contexto que rodeó la decisión. En efecto, la ley que estableció el llamado “dos por uno” fue sancionada en 1994 por el Congreso de la Nación, al reglamenta­r un artículo de la Convención Americana sobre Derechos Humanos que garantiza el juicio rápido. Fue un despropósi­to y así lo señalamos oportuname­nte desde esta columna editorial. Muchos que entonces celebraban medidas considerad­as garantista­s como éstas y que las aplicaron indiscrimi­nadamente durante años, hoy se rasgan las vestiduras; entre ellos, la doctora Garrigós de Rébori.

Nuestros magistrado­s encaran con independen­cia distintas posiciones. De hecho, en ello radica el valor de un cuerpo colegiado. Tanto como en el respeto de que ha de ser la norma la que prime por encima de enconos y convenienc­ias políticas.

Cuando la jueza Garrigós de Rébori pisotea alegrement­e en la persona de sus pares las tradicione­s y los valores ligados a su propia investidur­a, al punto de pasar por alto hasta sus propios fallos anteriores, debería simplement­e recordar que del ridículo no se vuelve.

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La magistrada que quiso favorecer a Guglielmin­etti y, ahora, cuestiona en duros términos el fallo Muiña

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