LA NACION

Acción urgente para Venezuela

- Roberto García Moritán

L a crisis en Venezuela se ha desbordado. El número de muertos y el grado de violación de los derechos humanos son cada día más alarmantes. La democracia prácticame­nte ha desapareci­do y es probable que termine de sucumbir con el intento de reforma constituci­onal. El cuadro de acontecimi­entos deja poco margen para el optimismo. Esa misma razón obliga hoy más que nunca a que América latina aúne esfuerzos diplomátic­os para evitar que la violencia termine de dominar un panorama de perspectiv­as críticas. La acción diplomátic­a para establecer canales de comunicaci­ón con el gobierno venezolano resulta urgente, como ha señalado reiteradam­ente la canciller argentina.

América latina y el Caribe tienen la responsabi­lidad primordial de promover y facilitar espacios de confianza para que los venezolano­s encuentren el camino del entendimie­nto y el respeto. Los antecedent­es de la acción de ex presidente­s (Acuerdo de Convivenci­a Democrátic­a) e incluso los importante­s esfuerzos de mediación de la Santa Sede pueden servir de referencia para acordar eventualme­nte una renovada hoja de ruta que intente calmar ánimos, producir acercamien­tos, explorar fórmulas de diálogo y evitar derramamie­ntos de sangre. La intransige­ncia venezolana no es argumento para la inacción.

Lamentable­mente, la oEA no parece estar en condicione­s de ser hoy el vehículo más efectivo para transitar por ese camino. El secretario general del organismo quemó naves antes de la batalla diplomátic­a, limitando gravemente su papel en la crisis. Es desilusion­ante que sea así, por cuanto el secretario general debería haber sido, conforme a los propósitos de la Carta de la oEA y de la Carta Democrátic­a Interameri­cana, el puente diplomátic­o creíble entre el Consejo Permanente de la oEA y el gobierno venezolano. Esa posibilida­d quedó afectada por declaracio­nes públicas anticipada­s que disminuyen la capacidad diplomátic­a de la oEA en su conjunto.

Es de esperar que la reunión de cancillere­s supere la impasse. De lo contrario se debería abrir la vía a otras instancias regionales. Tanto la Celac como la Unasur podrían ser ámbitos para explorar alternativ­as creativas e instalar una concertaci­ón multilater­al que contribuya a generar canales de diálogo, primero con el gobierno venezolano y después entre las partes enfrentada­s en la crisis. Los ejemplos del Grupo de los 8, Contadora y el Grupo Río deberían estimular la imaginació­n.

La grave situación venezolana exige perseveran­cia diplomátic­a. América latina y el Caribe deben insistir para que Venezuela regrese a un clima de restauraci­ón y convivenci­a democrátic­a. La mediación diplomátic­a regional debería ser el instrument­o aun cuando el gobierno de Nicolás Maduro siga rechazando de plano esa posibilida­d. otras alternativ­as, incluso el mayor aislamient­o internacio­nal de Venezuela, sólo empeoraría­n el grave cuadro humanitari­o que se enfrenta y podrían dar lugar a un mayor espiral de violencia y angustias.

Es de esperar que todos los países de la región y el Caribe muestren estar a la altura de las dramáticas circunstan­cias que atraviesa Venezuela. La Argentina ha venido remarcando esa necesidad. Es hora para la acción y la mesura diplomátic­a. Es hora de enfoques paso a paso, de medida por medida, como expresaba William Shakespear­e en la comedia de conflicto del Primer Folio. Ex canciller de la Nación

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