LA NACION

Vamos a extrañar al Manu perdedor

- Juan Manuel Trenado LA NACION

C asi todos lucen bien en la victoria. Desde el triunfo es fácil construir, convencer con el mensaje. Las imágenes que le llegarán al público serán de festejos, de alegría. Rostros sonrientes, siempre. Es muy difícil que alguien salga mal parado de una situación así. Se dice que gana el mejor. Al mejor casi nunca se lo cuestiona.

Ginóbili ganó muchos títulos. Puede ser considerad­o un ganador. Pero esa parte la conocen todos. De lo que se habla menos es del Ginóbili perdedor. Y, como ocurre con casi todos los deportista­s del mundo, si se repasa todos los torneos que jugó, perdió muchos más de los que ganó.

Dicen que de chico era insoportab­le cuando perdía, que no toleraba la derrota. Se derrumbaba anímicamen­te y el mal humor lo atrapaba por semanas. Ya en su etapa profesiona­l, también lo reconoció: “Los viajes de vuelta a casa con mi familia eran muy difíciles después de perder. No se podía hablar. Pero cuando nacieron los chicos cambió todo. Uno se da cuenta de las prioridade­s”.

Cuando Gregg Popovich repite hasta el hartazgo que Ginóbili es el mayor competidor que conoció, tiene que ver con eso. Es, deportivam­ente hablando, un inconformi­sta. Lo curioso es que su formación lo llevó a aceptar todo eso internamen­te, a no exterioriz­arlo. Y, la mejor parte de todas, a no poner excusas ni buscar culpables. A aceptar las derrotas. Reconocer al rival.

Entre los muchos valores que Ginóbili transmitió, tal vez ninguno sea más necesitado por estos días que el de ser un correcto perdedor. Después de perder el partido por el bronce contra Rusia en Londres 2012, hinchas, algunos jugadores y periodista­s se quejaron por un par de fallos arbitrales. Ginóbili se detuvo en la zona mixta y terminó el tema: “Si, es cierto, fue falta. Estaba al lado y lo vi. Pero el árbitro no lo pudo ver y no lo cobró. No hay nada más que decir. Para ganar teníamos que haber asegurado el partido antes y eso lo hizo Rusia. Esa jugada no cambia nada”.

La primera pregunta tras el partido fue: “¿Cómo te sentís?”. Con cara de pocos amigos, contestó: “¿Cómo me puedo sentir? Acabo de perder una medalla de bronce de los Juegos Olímpicos”. Ése fue su mayor exabrupto en la selección. Dio unos pasos más y lo detuvieron otros periodista­s. “Quiero pedir perdón si le contesté mal a alguien, no deberíamos hablar en caliente”, se disculpó.

Ese mismo día, tras atender todas las reglas que le impone el COI, podía volverse a la Villa Olímpica. Los únicos que tenían “tareas” pendientes eran el DT, Julio Lamas, y el capitán, Luis Scola: debían ir a la conferenci­a de prensa. El técnico, años después, recordó: “Le dijo a Luis si no le molestaba que lo acompañara. Yo estaba convencido de que iba a anunciar su retiro de la selección, pero no. No quería dejar solo a un compañero en ese momento difícil. Ginóbili es de otro planeta”.

En la NBA, ese club de excelencia que sólo deja entrar a los de enorme jerarquía, cada vez que se termina un partido el ganador despide con respeto al perdedor. Hubo excepcione­s, claro, como los Bad Boys de Detroit a fines de los 80. Sin embargo, hay un concepto común: pocos conocen la victoria, pero la derrota alcanza a todos.

Esa idea, en algunos países, suena a viejo valor perdido. En otros, lo toman como una ingenuidad. Tal vez en la noche del lunes haya jugado el último partido de su vida. Fue con una derrota. Le dio muchos triunfos al deporte argentino y a la selección. Fueron cosas grandes, tanto como las que ofreció el Ginóbili perdedor.

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