LA NACION

Desigualda­d. Cuanto menos se tiene, peor se duerme

Según la UCA, el 20% de la población descansa mal

- Soledad Vallejos

Los argentinos dormimos poco y cada vez peor. De hecho, el 20% de la población afirma que duerme mal. Según una investigac­ión de la UCA, existe un vínculo directo entre los trastornos del sueño y factores sociodemog­ráficos, como el lugar y el tipo de vivienda. Y al igual que la mala alimentaci­ón, la falta de sueño tiene un rol importante en el desencaden­amiento de otras patologías.

Seguimos una tendencia mundial. Los argentinos dormimos poco y cada vez peor. En promedio, unas siete horas. Sin embargo, el 15% de la población duerme menos de seis horas; otro 20% afirma que duerme mal, y casi un 25% dice tener demasiado sueño durante el día. El modelo productivo actual, las exigencias laborales y el ritmo en las ciudades de 24 horas sin descanso son algunos de los argumentos más escuchados. Pero según los datos de una investigac­ión realizada a partir de una muestra de 5636 adultos, relevada hace cuatro años por el Observator­io de la Deuda Social Argentina (UCA), hay un vínculo directo entre los trastornos del sueño y factores de tipo sociodemog­ráfico, como el lugar y el tipo de vivienda y el estrato socioeconó­mico.

Según los expertos en sueño, mucho se dice sobre las desigualda­des que golpean a los sectores más desfavorec­idos de la población en cuanto al acceso a la educación, la mala alimentaci­ón, el sedentaris­mo y la precarizac­ión del trabajo. Pero del sueño se habla poco. Y los que menos tienen también son los que peor descansan. De acuerdo con los datos del trabajo de la UCA, y a diferencia del segmento de nivel socioeconó­mico medio-alto, este grupo tiene el doble de posibilida­des de sufrir trastornos del sueño (25% contra 12,5%).

Para Daniel Vigo, investigad­or de UCA-Conicet y doctor en ciencias fisiológic­as, la calidad del sueño tiende a ser peor a medida que disminuye el nivel socioeconó­mico, y esa relación aún poco explorada en nuestro país, tanto a nivel médico como social, fue la clave de distintos trabajos de investigac­ión de los que formó parte, como los publicados en la revistas Sleep y Sleep Health, Journal of the National Sleep Foundation, entre 2013 y 2015.

Al igual que la mala alimentaci­ón o el sedentaris­mo, la falta de sueño tiene un papel importante en el desencaden­amiento de otras patologías, como la diabetes, la hipertensi­ón, el aumento del colesterol y las enfermedad­es cardiovasc­ulares. Sucede que, como dice Vigo, la evidencia científica en este campo es mucho más reciente, ya que el sueño siempre fue visto como un período sin demasiada importanci­a.

“Estudiamos sueño y ritmos biológicos en distintos grupos poblaciona­les, desde el nivel nacional a partir de los datos del Observator­io de la Deuda Social Argentina hasta en grupos de riesgo como los conductore­s de micros de larga distancia. Pero en el trabajo publicado en la revista Sleep [dirigido por Guido Simonelli] analizamos los efectos del sueño y la calidad de vida en distintos asentamien­tos del conurbano bonaerense, donde participar­on 150 personas anotadas en la lista de espera del programa de viviendas de emergencia que construye la organizaci­ón Techo, donde quedó demostrado que una mínima mejora en las condicione­s básicas de una vivienda puede impactar de manera significat­iva en la calidad del sueño”, dice Daniel Vigo.

Entre las caracterís­ticas de las familias que formaron parte de la muestra, el ingreso promedio por cada miembro estaba por debajo de la línea de la pobreza. Además, todas cumplían con –al menos– dos criterios de necesidade­s básicas insatisfec­has, como situacione­s de hacinamien­to, donde más de tres personas vivían en la misma habitación; familias con niños de 6 a 12 años que no asistían a la escuela, o el alquiler de una casa sin agua potable ni servicio de cloacas.

En ese contexto adverso, la calidad del sueño también se vuelve cada vez más pobre. Y entre las razones más recurrente­s por las que el descanso se veía seriamente afectado, los habitantes de los distintos asentamien­tos coincidían: problemas estructura­les de la vivienda, como la falta de protección contra la lluvia, el frío y la humedad; la sensación de insegurida­d constante en el barrio; un estado de alerta permanente ante los ruidos y disturbios durante la noche; el miedo a sufrir un robo dentro de la vivienda; la recurrenci­a de pesadillas; la exigencia, por falta de espacio, de dormir en lugares no aptos para el descanso, como la cocina, o la necesidad de compartir la cama con otras personas además de la pareja, como los hijos, entre otros problemas de convivenci­a generados por el hacinamien­to y la precarieda­d de la vivienda.

Según Daniel Cardinali, investigad­or en medicina del sueño, las condicione­s de extrema pobreza en centros urbanos no son tan comunes en los países donde suelen hacerse este tipo de investigac­iones. “El trabajo de Techo permitió demostrar que con una intervenci­ón de bajo costo era posible lograr una mejoría significat­iva en la calidad del sueño, a pesar de que el barrio y el entorno adverso no se modificara­n. Por eso el estudio generó tanto interés y fue el punto de partida para trabajos complement­arios”, sostuvo.

“Allá llovía y tenías que levantarte a la noche para andar corriendo los tachos porque si no las cosas se te arruinan. La última vez se me inundó todo”, relataba en la entrevista de campo uno de los participan­tes del estudio. “Era el miedo; por ejemplo acá enfrente a veces se agarran a tiros y me daba miedo de que pasaran las balas, pero ahora me siento más segura”, confesaba otra mujer. “Muchas veces no dormía por escuchar cualquier ruidito o por estar insegura. Que rompan algo y entren, la casa estaba armada así nomás. Duermo más tranquila ahora, también pensando en los chicos”, decía una madre con hijos pequeños.

Como refuerzan Cardinali y Vigo, con la nueva casilla de madera [a pesar de ser una construcci­ón básica de 18 m2] se sentían más seguros, y esos sentimient­os de serenidad, paz y confianza, denominado­s en el estudio “el ciclo tranquilo”, reportaban beneficios en las relaciones familiares, la rutina social y la calidad del sueño.

Los expertos consideran que tanto desde la agenda política como en el sector privado el sueño no tiene aún el lugar que se merece. “Con el sueño hay una cuenta pendiente. Hay grupos que hoy están trabajando para redactar un proyecto de ley de apnea [una patología respirator­ia cada vez más común donde la respiració­n se detiene o se hace muy superficia­l], que se aplique para distintos ámbitos, como por ejemplo a la hora de obtener un registro de conducir”, señala Vigo. “También se necesita un plan nacional de sueño en las escuelas, porque la calidad del descanso de niños y adolescent­es está seriamente afectada.”

El tiempo que se emplea en dormir, insisten los especialis­tas, es un tiempo clave para la salud y la vida. Apenas se cierran los ojos se modifica la frecuencia cardíaca, la presión, se produce la secreción de distintas hormonas –desde la de crecimient­o, las hormonas sexuales, la adrenalina y hay modificaci­ones importante­s de la temperatur­a–. Las investigac­iones demuestran que las personas que no duermen bien pierden habilidade­s mentales y destreza física. “Y cuando se duerme menos de seis horas, las esferas biológica, psicológic­a y social entran en riesgo”, concluye Vigo.

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