Vivir en camioneta. El sueño de “largar todo” está de moda
Los viajes en motorhome copan las redes y atrapan a las marcas
Diego Balcarce, de 48 años, decidió cumplir su sueño: viajar de Alaska a Ushuaia en un motorhome con su mujer y su hija Paloma de 9 años. “Como yo siempre digo, no todos estamos dispuestos a pagar un precio por la felicidad o por ser libres”, dice Diego a la nacion mientras ajusta los últimos detalles de la travesía. El fenómeno del “vanlife”, hacer largos viajes en camioneta, no es una locura de tipos como Balcarce, sino una tendencia global de la cual también participan marcas y empresas que eligen sponsorear estos viajes para quedar asociadas a un espíritu saludable y libre.
Con el hashtag #vanlife existen más de 1,5 millones de fotos subidas a Instagram donde los viajeros muestran las bondades de una vida “simple y relajada” en lugares siempre paradisíacos. Lo que hasta hace algunos años estaba reservado sólo para jóvenes aventureros o adultos muy extravagantes, hoy se convirtió en un anhelo posible que apela al atávico deseo de “largar todo y viajar por la ruta”. Emily King y Corey Smith (protagonistas de un perfil en The New Yorker el mes pasado) son la referencia de los que aspiran a hacer de sus hobbies un estilo de vida y de sus estilos de vida, una marca. Ellos son pioneros en lograr “alianzas” muy rentables con empresas para financiar sus viajes.
Las fotos tienen ese poder mágico de transportarnos a momentos vividos y a lugares a los que fuimos o en donde nos gustaría estar, pero también, de la mano de las redes sociales y el constante “retoque” digital de nuestras vidas, endulzar una realidad. Viendo las fotos con el hashtag #vanlife (vida de camioneta), uno creería que hay estilos de vida más cool y relajados.
Nada más que olas para surfear, bosques por los cuales caminar y asolearse, vivir sin las ataduras del 9 a 18. Pero si te contaran que vivir con alguien en una cabaña de 30 metros puede volverte loco, que podés morirte de hipotermia o calcinado del calor ya no estarías tan seguro, ¿no? Gracias al poder aspiracional de redes como Instagram o Pinterest, y la vibra “retro” de una vida más simple que se ha puesto de moda en la cultura en los últimos años, historias como la de Emily King y Corey Smith (quienes acuñaron el popular hashtag #vanlife y son protagonistas de un perfil en The New Yorker el mes pasado) se han vuelto la referencia de los que aspiran a hacer de sus hobbies un estilo de vida y de sus estilos de vida, una marca. ¿Cómo es que el sueño hippie de los 70 evolucionó en un pseudomovimiento bohemio-chic de redes?
King y Smith dejaron sus lucrativos trabajos, vendieron su departamento en Nueva York y compraron una camioneta Volkswagen antes de lanzarse al camino, y mucho antes de cerrar alianzas con marcas que los patrocinan como estrategia de supervivencia en una versión aburguesada de On the road. Y es que si en el clásico de Jack Kerouac, los protagonistas viajan tanto en busca del autodescubrimiento, inspirados por el jazz, los paisajes, la literatura y las drogas, estos nuevos nómadas parecen estar matando el tiempo entre un posteo y otro, sostenidos por botellas de agua mineral, yoga y tattoos (#vanlife está inspirado en el tatuaje de Tupac, thug life), más ocupados por escapar de una rutina que (de)construir la propia. Los orígenes de esta relativamente nueva tendencia encuentran motivos tanto en variables culturales como económicas.
Diego Balcarce, de 48 años, está por emprender con su mujer y su hija, Paloma, un viajedeAlaskaalaArgentinaenmotorhome que le demandará mucho tiempo, dinero y cambiar su estilo de vida. “Como yo siempre digo, no todos estamos dispuestos a pagar un precio por la felicidad o por ser libres”, dice Diego convencido de su decisión.
Parte del encanto de estas “estéticas de vida” tiene que ver con una idea del placer atada a lo simple, lo analógico, el DIY (do it your self). Al parecer hay cierto encanto en vivir con poco, no depender de la tecnología –salvo para los posteos esponsoreados, claro– y hacer cosas con tus propias manos. Fenómeno acentuado poscrisis y ante las nuevas reconfiguraciones socioculturales, cuando muchos de los hitos tradicionales se volvieron no sólo poco deseables (casarse, tener hijos, tener una casa, sostener un trabajo fijo), sino, además de todo, difíciles.
Tiene sentido entonces que en lugares como Estados Unidos, epicentro de la movida, donde toda una generación salió de la universidad endeudada, sin poder conseguir empleo y con la imposibilidad de comprar una propiedad, la idea de un lifestyle nómada guarde atractivo, incluso cierta mística. Al fin de cuentas hoy es más barato vivir en una camioneta, piensan muchos de estos viajeros eternos.
“Las cabañas son el nuevo sueño americano”, proponía desde la sección de arquitectura el diario The new York Times hace dos años con los inicios de esta moda de las pequeñas casas. Por otro lado, según las estadísticas de ese país (aunque esta realidad puede extrapolarse tranquilamente a otras partes del mundo), los nacidos en los ochenta tendrán un 50% menos de chances de ganar menos respecto de sus padres y abuelos, y los menores de 35 que pueden comprar una propiedad están en su punto más bajo desde 1994. Adiós al sueño boomer, bienvenidos a una realidad de desclasados con smartphone. ¿La cruda realidad impulsa el fetiche por este tipo de vida nómada?
Es posible, pero hay también otras motivaciones que van de la mano con este “movimiento”, que aun en su frivolidad o liviandad conceptual hace mella en el imaginario joven con una pregunta existencial: ¿sos feliz viviendo de la manera en que la sociedad te propone? En su libro The New Better Off: Reinventing the American Dream, la autora courtney E. Martin explica cómo las nuevas generaciones se están replanteando los mandatos previos y reconfigurado su relación con los bienes, el dinero, la familia y el hogar. “El mayor peligro no consiste en no cumplir el «sueño americano», sino en cumplir un sueño en el que uno en realidad no cree”, advierte en una completa charla TED.
Lo irónico es que mientras muchos de estos millennials se lanzan al camino renunciando a trabajos insatisfactorios e intentando dejar atrás las sociedades de consumo que los aprisionan, es gracias a las propias dinámicas del mercado –y transformándose ellos mismos en un commodity– que subsisten. Aquí la sed de éxito o exposición parece primar tanto o más que la de libertad. Y es que aunque nómadas, estos viajeros tienen un estilo de vida que mantener, y como explican muchos especialistas en marketing, los lifestyle bloggers detenidos en instagrameros full time o influencers deben trabajar mucho para sostener el rating. Para algunos un pequeño precio a pagar con tal de ser sus propios jefes y vivir bajo sus reglas.
Recién después de varios años y 1,2 millones de posts de Instagram, King y Smith pueden mantenerse, ofreciendo consultorías a otros en su misma situación (“vanlifers profesionales”), publicando libros con sus fotos (van por el segundo) y generando vínculos con marcas entre otras estrategias que ellos prefieren llamar “alianzas” en vez del menos amistoso “patrocinios”.
Darío Laufer, director general de Be Influencers, quien trabaja regularmente con bloggers para empresas, comenta que la forma más usual de trabajo es que los influencers moneticen su trabajo en las redes sociales trabajando en campañas en las cuales el contenido de una marca está en línea con lo que produce, de modo tal que se lleve a cabo de un modo orgánico. “El influencer debe ser claro con su audiencia y avisar que está trabajando en una campaña. cuando la campaña es orgánica, genera más valor a la marca por su adhesión y además beneficia a su propio negocio”, dice.
Quizá los dos grandes corrimientos que han habilitado esta dinámica de subsistencia para viajeros en potencia es que la influencia ahora viene de “pares” y es la que buscan las empresas. En consecuencia, esto hace que hoy las nuevas celebridades sean personas comunes y corrientes como nosotros.
Un poco y un poco
Para los más jóvenes, este modo de vida puede evolucionar de un pasatiempo a una profesión o estado más permanente, como es el caso de Aniko Villalba (uno de los más mediatizados localmente), una argentina que viaja de manera continua y vive de eso desde 2008. Otros, en cambio, prefieren alternar un estilo de vida nómada con uno sedentario.
La historia de Diego Balcarce y su mujer comenzó de la misma manera que la de King y Smith: dejaron sus antiguos trabajos (él vendió su empresa y ella renunció), y sacrificaron bienespreciadosenbuscadeaventura y mayor libertad. La diferencia es que ellos tienen a Paloma, de 9 años, que si bien los ha hecho alternar períodos de estabilidad con nomadismo por razones de fuerza mayor, no impidió que viajaran desde sus seis meses de edad. Juntos han recorrido gran parte de Europa en camper, la Argentina, chile y otros países de América del Sur en motorhome, y ahora se preparan para el mayor desafío: unir Alaska y Ushuaia en un último viaje en familia. También aquí los sponsors están presentes: Diego consiguió que Mercedes Benz y Bridgestone le editen un próximo libro de fotos sobre el viaje.
“Era un sueño que yo tenía, es un regalo que le queríamos dar a Paloma, para que el día de mañana recuerde que con su papá y mamá pudo viajar. Hace un año que lo estamos planeando. cada día surge un «pero» nuevo. Y todo no se puede. Vamos en busca de generar otras satisfacciones; en el camino Andre tuvo que abandonar su trabajo, yo vender la mitad de mi empresa, Paloma dejar el colegio”, explica Balcarce sobre este contraste entre estabilidad y aventura. En el reconocimiento y el lugar que esta familia le da a la dualidad entre lo nómada y lo sedentario, uno tiene la sensación de que este hombre de 48 años obtiene lo mejor de los dos mundos. Tal vez un estado óptimo en el que se puede poner en stand by la vida a cualquier edad para tomarse espacios de perspectiva y de viaje, tanto físico como mental, para luego regresar y reemprender. como el propio Balcarce lo define: “La mentalidad inconsciente de los que saben que pueden irse, porque saben que pueden volver”.
Educación en viaje
En todo proyecto nómada, la variable chicos pequeños ofrece una complejidad extra. Después de todo, la mayoría de los protagonistas de #vanlife, según se ve en las fotos, son solteros. ¿Pero qué pasa cuando la vida en el camino incluye niños? En el caso de los Balcarce, la idea de educar y viajar van de la mano. “Queremos dejarle un gran recuerdo, pero también pensamos que la va a marcar. creo que Paloma está en una edad que es una esponja, y la verdad que no sé en cuántos viajes más nos va a acompañar. creemos que esto es la segunda educación o educación paralela al colegio, la universidad. Ojalá todos los padres puedan estar conectados así con sus hijos como para dedicarles este tiempo.
“Esta experiencia nos va a marcar a los tres, sin duda. Todos me preguntan: «¿Pero lo va a entender?» Ya lo entiende y asimila, a su forma, pero lo entiende”, dice Diego.
En ese sentido, esta mentalidad se alinea con nuevas corrientes en el campo educativo que avalan la idea de “aulas activas” en donde los niños aprenden en movimiento, o paradigmas alternativos de educación que tanto aquí como en otros lugares del mundo ofrecen la posibilidad de que los niños aprendan al aire libre y en conexión con la naturaleza (Waldorf acá, o los waldkitas o forest kindergartens en Alemania e Inglaterra).
Lejos de ser refractarios a la idea, tanto Diego como su mujer cuentan que el ámbito educativo abrazó la idea del viaje con Paloma. “En el colegio teníamos mucho temor, pero por ahora entendemos que está predispuesto a colaborar con nosotros. Vamos a interactuar con los compañeros y profesores por correo, redes sociales, con las maestras por WhatsApp, vamos a grabar videos para que ella pueda narrar los lugares donde está, etcétera. nosotros lo propusimos, pero es una aventura que despertó en los chicos curiosidad. Y respecto de la educación de Paloma creemos que es algo que tiene para sumar desde donde se lo mire.”