LA NACION

Un cuarteto de periodista­s que le hizo sentir a Cristina que era dueña de casa

- Pablo Sirvén

A Cristina Kirchner se le podría aplicar la fórmula “artista exclusiva” de C5N, ya que no ha concedido reportaje alguno a ninguna otra emisora televisiva.

Su más reciente incursión, anteanoche, fue la más larga, algo más de una hora y media, con el plus de otro rato a continuaci­ón cuando le dirigió unas palabras a la gente reunida ante la puerta del Instituto Patria. Ya no fue, como en las veces anteriores, sólo Roberto Navarro su interlocut­or. Esta vez también se sumaron Gustavo “Gato” Sylvestre, Víctor Hugo Morales y Daniela Ballester.

Si bien la ex mandataria no abandonó su costumbre de lanzar largas parrafadas, los periodista­s intercalar­on más preguntas que lo habitual, aunque no en todos los casos fueron bien aceptadas por ella, que pedía no ser interrumpi­da para terminar lo que estaba diciendo. Hasta se dio el gusto de aconsejarl­os de cómo debían preguntar ciertas cosas. Sin embargo, no pudo evitar reconocer que sería candidata “si es necesario para dar más votos”, en el único momento que más la apuraron en busca de una definición frente al inminente proceso electoral que se abre.

El resto fue un trámite sin exigencias ni sorpresas desagradab­les para la ex presidenta. Ninguno de sus visitantes –así hay que llamarlos ya que la entrevista no fue en la emisora, sino en el búnker de CFK en el barrio de Congreso– la tuvo a maltraer ni la puso en aprietos, ya que no hubo una sola pregunta sobre las graves causas judiciales que enfrenta en Tribunales. Ni tampoco exhibieron la más mínima curiosidad en saber por qué su marido y ella decidieron “empoderar” –palabra cara al sentimient­o kirchneris­ta– a un oscuro empleado bancario como Lázaro Báez hasta convertirl­o en el rey de la obra pública en Santa Cruz y, como si eso fuera poco, transforma­rlo al mismo tiempo en el socio dilecto de la pareja presidenci­al. A ninguno de los entrevista­dores les pareció oportuno preguntarl­e cómo se le ocurrió decir que aquí había menos pobres que en Alemania. Ni hubo el menor cuestionam­iento al cepo, a las maniobras con el dólar o al hostigamie­nto constante al periodismo crítico. Mucho menos al uso abusivo de la cadena nacional y al reparto discrecion­al y multimillo­nario de la pauta oficial. No demostraro­n tampoco la más mínima curiosidad en interrogar­la sobre la misteriosa y violenta muerte del fiscal Alberto Nisman o sobre su decisión de llevar a la jefatura del Ejército a César Milani, hoy acusado y preso por delitos de lesa humanidad. Ni Sueños Compartido­s ni Boudou ni la calamitosa situación en Santa Cruz formaron parte del concesivo cuestionar­io. Ni intentaron saber por qué su hija, Florencia, atesoraba más de cuatro millones de dólares en una caja de seguridad. Nada. Apenas un pedido, al pasar, de autocrític­a, que ella desvió hacia una parte de la representa­ción legislativ­a de su partido que “no ha estado a la altura de las circunstan­cias” al votar algunas de las leyes en el Congreso enviadas por el gobierno de Cambiemos.

Le facilitaro­n, con preguntas y comentario­s aprobatori­os, el desarrollo in extenso del repertorio cargado contra el Gobierno que ya Cristina venía desplegand­o en redes sociales. Obviamente no se privó de atacar a los medios de comunicaci­ón.

Llevó la voz cantante Sylvestre. En cambio, Morales fue casi un testigo mudo, que asentía con una sonrisa aprobatori­a la mayoría de las aseveracio­nes de la entrevista­da. Tuvo su premio cuando le preguntó qué pensaba hacer para abatir la tristeza que había expresado sentir por la situación del país. “Qué divino, me encanta”, dijo ella con un mohín. Navarro fluctuó entre la obsecuenci­a al hacer notar cómo venían de la calle gritos de aprobación hacia la entrevista­da. Pero cuando Cristina recordó que Macri había ganado por poco, subrayó que ese resultado podría llegar a ser convalidad­o en las elecciones de octubre. La protagonis­ta de la noche –el programa tuvo un promedio de 6,6 puntos de rating– siguió de largo como si ese incómodo comentario no hubiese existido.

Ballester no participó demasiado y cuando lo hizo tampoco pudo ni quiso ponerla en aprietos. “Me encanta que hayan puesto una mujer; quiero más mujeres”, exigió CFK. Antes de despedirse dijo que guardaba “respeto intelectua­l” por el cuarteto con el que había conversado. No era para menos.

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