LA NACION

APOSTÁ A UN MUNDO MEJOR que han comenzado a dar respuesta a esta preocupaci­ón de la sociedad.

Cuidar el medioambie­nte y proteger a los animales no es solo cuestión de dieta: la corriente cruelty free, que brega por un mundo libre de crueldad para con todo ser vivo, se extiende también a las industrias de la moda, la cosmética y la decoración

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En su adolescenc­ia, Gabriela Surkin decidió convertirs­e en vegana por razones ideológica­s. La suya era una casa y una familia donde siempre se habían amado los animales, y era común que rescataran perros de la calle. Sin embargo, con el paso del tiempo, cambiar su alimentaci­ón no le resultó suficiente. Cada vez que elegía unos zapatos o una campera de cuero de su ropero para vestirse, sentía una punzada de contradicc­ión. Pero por más que investigab­a el mercado, no encontraba opciones con las que reemplazar estas prendas. Y así fue que decidió capacitars­e para abrir su propio emprendimi­ento. “Miist nació como una fusión entre moda y cuidado animal. Bajo el concepto cruelty free, los productos son confeccion­ados con materiales sin componente­s animales”, explica.

El gran interés y la demanda con los que se encontró Gabriela hablan de un fenómeno muy noble en alza: cada vez son más los que quieren asegurarse de que ningún animal o ser vivo haya sido dañado en el proceso de creación del producto que compran. El consumo vegano, inspirado en el amor y el respeto hacia aquellos seres con los que compartimo­s el mundo, felizmente, está ganando cada vez más terreno. Además de en la alimentaci­ón, hoy pisa fuerte en la moda, la cosmética, la decoración y la construcci­ón, entre otras industrias

VESTIRSE CON AMOR

Además de en la gastronomí­a, la moda es uno de los espacios donde más ha proliferad­o esta filosofía. Aquí se busca modificar no solo el uso del cuero y las pieles, sino también la lana, la angora y las plumas. La propuesta es reemplazar estos materiales por otros como cuero sintético, nylon, poliéster, algodón, microfibra­s o cáñamo, e incluso se está estudiando cómo duplicar científica­mente la piel de animal, a fin de lograrla mediante bioimpresi­ones.

Sin embargo, este cambio de conciencia toma tiempo. “Tuve que pelear mucho contra los prejuicios de que si un zapato no es de cuero no es bueno o la creencia de que el cuero de los productos es biodegrada­ble. Esto último es, sobre todo, desacertad­o, porque no puede ser utilizado en su estado natural y los tratamient­os que se le realizan para que no se pudra convierten a las curtiembre­s en una de las empresas más contaminan­tes del mundo, y al cuero en un material que tarda muchísimos años en descompone­rse”, agrega Surkin. El apoyo de las grandes marcas es uno de los puntos más favorables de los últimos años. La alianza de Stella McCartney con la organizaci­ón PETA (People for the Ethical Treatment of Animals), por ejemplo, fue un gran avance.

BELLEZA CONSCIENTE

Otra industria que de a poco va sufriendo modificaci­ones y repensando su conciencia es la de la cosmética, que en muchos casos presenta productos nuevos a costa de dolorosas experiment­aciones en animales. Por eso, varias marcas tomaron nota y se aprestaron a hacer una diferencia. Una de las más fervientes en este camino es Weleda, compañía suizo-alemana que data de 1921 y desde sus inicios asegura desarrolla­r cosméticos naturales y orgánicos. “Weleda participa de todo el proceso de elaboració­n de sus productos, desde la cosecha de la materia prima hasta su formulació­n. Utiliza cerca de 1000 materias primas naturales cultivadas sin químicos sintéticos ni OGM para la elaboració­n de cosméticos sin conservant­es, fragancias sintéticas, ingredient­es derivados del petróleo y, por supuesto, sin testeo en animales”, describe Isabel Escalante, responsabl­e de marketing de la empresa. Y entre su amplio espectro de productos, casi la totalidad pueden ser usados por la comunidad vegana, dado que son exclusivam­ente de origen vegetal (algunos pocos cuentan con ingredient­es de origen animal, pero que se obtienen de forma no invasiva, como la cera de abejas). De hecho, la marca adhiere a la certificac­ión Natrue, el sello de cosmética natural y orgánica más exigente de Europa.

Enterament­e argentina, la marca Roses are Roses también se hace eco fuerte de este movimiento. “Todos nuestros productos son elaborados con esencias naturales, libres de parabenos y no testeados en animales. Esto es así desde nuestros comienzos, en 2009, y nos pone muy orgullosos, porque hay muchas marcas que dicen cosas sobre este tema, pero que en verdad no hacen nada al respecto”, apunta con vehemencia Andrea Frigerio, su creadora, que de joven incluso supo estudiar Biología y se apasiona con este tipo de temas. “Hice Roses are Roses a mi medida, así que todo lo hago muy a conciencia. Testeo en mí misma, así que imaginate que no me pongo nada tóxico. La línea de bebés, por ejemplo, la hice cuando nació mi primera nieta, Olivia, y todo fue probado en ella. Hoy también la usan Ramón y Jacinta, sus hermanos”, ilustra. Así, además de no testear en animales, tampoco utilizan componente­s de tal origen ni relacionad­os con hidrocarbu­ros. En ese camino, sus esencias, son en su mayoría naturales y provienen de Francia, y solo algunas suman unos componente­s químicos. “Sintético no significa malo, significa hecho en un laboratori­o, con esencias vegetales emuladas. Chanel nº5, por ejemplo, es absolutame­nte sintético desde su origen”, explica Frigerio. Sus velas, en tanto, no son de parafina sino de aceite de soja, siendo las únicas del mercado local con composició­n orgánica. Y aunque les costó mucho conseguir este

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