LA NACION

El lujo de cumplir un sueño

- Franco Varise

“Qué ganas de largar todo, subirme al auto, elegir una ruta y perderme...” ¿Quién no pensó alguna vez en esa posibilida­d? ¿Qué distancia hay entre desearlo y realmente hacerlo? Bueno, al parecer para muchos ya no es tan sólo un sueño loco que queda guardado de por vida en el gabinete mental de los imposibles. Al contrario, la voluntad de llevarlo a cabo resulta un valor social que en otras épocas hubiera sido evaluado como una “irresponsa­bilidad” por el entorno. Pero uno de los cambios sociales y económicos más importante­s introducid­os en la última década es la definición de “libertad” y “tiempo propio” como lujos más preciados y aspiracion­ales que cualquier propiedad material. Poder “largar todo” no es para cualquiera, es de valientes, y en ese “elitismo” de las decisiones se moldeó un nuevo protagonis­ta que exhibe conductas relajadas y estilos de vida desprendid­os como si fueran autos o yates. Y, en verdad, el lujo nunca fue más democrátic­o porque, tal como sucede con el caso de Diego Balcarce en la nota central, lo que cuenta no es el dinero (en todo caso, es la excusa para no hacerlo), sino la actitud y la fuerza para llevarlo adelante a pesar de las contras (algo a lo que la mayoría no se anima). Otro signo de los tiempos es que cualquier edad es buena para cumplir el hedonismo: ya no se admiten excusas de juventud a la hora de evaluar las posibilida­des de embarcarse en una experienci­a irrepetibl­e. Yves Michaud planteó en su libro El nuevo lujo que las experienci­as son las nuevas joyas del siglo XXI, pero con un valor simbólico que le coloca quien logra transmitir­las al resto como si se hubieran perdido algo (el mecanismo básico de redes sociales como Instagram). “Tiene que ver con un cambio de sensibilid­ad, el crecimient­o del hedonismo, la búsqueda de sensacione­s, experienci­as, el arte y las atmósferas. Y al mismo tiempo la industria también se profesiona­lizó mucho y hay un capitalism­o financiero que se desarrolla y los objetos pasan a tener menos importanci­a”, sostiene Michaud. ¿La libertad, el tiempo para uno mismo y los sueños propios ya no se negocian?

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