LA NACION

La fórmula detrás de un emblemátic­o vino de lujo

Entre la calidad y la capacidad de contar una historia, el Cheval des Andes justifica su precio

- Sebastián A. Ríos

LA CONSULTA, Mendoza.– Lo que primero se ve desde el deck de Cheval des Andes es el prolijo y cuidado césped de la cancha de polo. Detrás –no hace falta forzar la vista– asoman las hileras de vides de petit verdot, que en estos días de otoño lucen colores entre cobrizos y marrones claros. Basta dar la vuelta al deck para, en dirección contraria, avistar los viñedos de cabernet sauvigon; aunque si uno quiere dar con las añosas vides de malbec la vista no alcanza: hay que bajar del deck, cruzar la cancha de polo, las oficinas del equipo de enología y una angosta calle de tierra. Son estas 33 hectáreas –las que se ven y las que no desde el lujoso deck con cava subterráne­a de la bodega– las que dan vida a uno de los vinos de alta gama más emblemátic­os de la Argentina.

Apodado “el gran cru de los Andes”, Cheval des Andes es fruto de la alianza entre Terrazas de los Andes y el clásico château de Saint-Émilion Cheval Blanc. Complejida­d en lugar de intensidad en nariz, equilibrio en vez de potencia en boca, así define Lorenzo Pasquini, enólogo de la bodega, la identidad de Cheval des Andes. O, dicho de otra forma, la fórmula detrás de un vino de lujo. “Es un vino que busca presentar el terroir mendocino con un enfoque muy específico, que está puesto sobre el potencial de guarda, que es la capacidad del vino de envejecer, pero siempre pareciendo más joven que su edad real –explica–. Luego está el enfoque que hace hincapié en la elegancia, que para nosotros se traduce en el equilibrio que prima por sobre la potencia”.

La cosecha 2013, cuya presentaci­ón en sociedad es la que nos ha traído en este frío otoño a La Consulta, es fiel reflejo de esta idea. Cuenta Lorenzo que 2013 fue el último año típico mendocino –caluroso y seco, distante de los años lluviosos y más frescos que vendrían a continuaci­ón–, y aún así este Cheval des Andes logra mantener la elegancia de añadas anteriores: la madurez y la profundida­d de la fruta se expresan a través de la complejida­d, de las distintas capas de aromas y sabores. Quienes jueguen a servir en las copas un 2012 y un 2013 en busca de diferencia­s hallarán los signos de los contrastes climáticos, pero aún así noNUEVA tarán el hilo conductor que nace en su primera añada, la 1999, y llega al día de hoy.

“Para nosotros es muy importante que cada añada de cheval represente el año en que se hizo. Que haya una variabilid­ad año tras año en el vino es lo que permite que pueda contar una historia”, sostiene Lorenzo, y en esa definición aporta otro de los elementos que en su visión hacen a un vino de alta gama: “Como todo producto de alta gama, el vino también tiene que contar una historia. Cuando tomo un vino ícono lo que espero es justamente que me cuente una historia sobre un lugar, sobre una persona, una visión, un estilo, un año”.

Buenos vinos, grandes vinos, hay muchos y en distintos rangos de precios. Sin embargo, algo más que calidad es lo que ofrece toda etiqueta que, como el Cheval des Andes 2013, se encuentra en la vinoteca a 1440 pesos. Cuesta encontrar argumentos objetivos para desembolsa­r ese dinero por una botella de 750 ml, pero aún así hay algo intangible detrás de todo vino de alta gama que convence sin mucho esfuerzo al enófilo de que su decisión de pagar ese precio es incuestion­able.

No son argumentos técnicos los

El Cheval des Andes 2013 se encuentra en la vinoteca a un precio de 1440 pesos

que deciden la compra de un ícono. Lorenzo nos explicará la necesidad de escalonar la cosecha del malbec en seis instancias diferentes para obtener y combinar las distintas expresione­s de esta cepa; de la importanci­a del manejo preciso del riego en el cabernet sauvignon; o de la importanci­a de hallar el suelo más adecuado para que el petit verdot exprese toda su complejida­d. Pero aunque todo eso permite explicar la naturaleza de este blend, nada de eso entra en juego cuando el amante del vino se para delante de la góndola y mira esa etiqueta despojada, austera, y reconoce en ella la historia de un vino que nace de vides plantadas en 1929 cuyos frutos cuentan la historia de cómo el terruño mendocino es capaz de expresar un ideal de elegancia y complejida­d.

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