LA NACION

Saber elegir entre el deseo y la necesidad

- El autor es psicólogo y psicoterap­euta @MiguelEspe­che

Hay gente que vive necesitand­o. Usan la palabra “necesito” como un mantra que los acompaña de manera permanente, generando en el prójimo una exigencia que abruma.

Necesitan de todo: afecto, consejos, adquirir algo, un préstamo….. Pronuncian la palabra “necesito” con énfasis, con todo lo que tiene de carga la necesidad en cuanto a exigencia y perentorie­dad.

Ocurre que la necesidad refiere, estrictame­nte, a algo sin lo cual uno no puede vivir. Necesitamo­s aire, agua, comida, dormir… Son elementos que bordean lo biológico. Por eso, la necesidad genera gene- ralmente solidarida­d y supone una urgencia que, en los hechos, lleva solapadame­nte una sorda exigencia y una fuerte demanda. Es que, así como un vaso de agua no se le niega a nadie, tampoco es de buena gente andar dejando que los otros carezcan de aquello que necesitan imperativa­mente para vivir. Recuérdese aquella interesant­e frase de Eva Perón: “A cada necesidad, un derecho”, la que, sin embargo, es malversada muchas veces por los “necesitado­res seriales”.

La experienci­a indica que, en una amplísima mayoría de situacione­s, lo que se llama “necesidad” es, en realidad, un deseo. El que quiera puede hacer una prueba que apuntala la anterior afirmación: enumere algunas cosas que crea necesitar (necesito ganar más plata, enamorarme, vacaciones, comer una porción de lemmon pie…) y luego repita lista pero cambiando la palabra “necesito” por “quiero”.

Se verá que, además de ser más real, la frase sale con otra potencia, más adulta, más proactiva y menos infantil y demandante. De hecho, este ejercicio es un clásico de la práctica psicoterap­éutica que apunta a modificar la actitud pasiva y demandante del “necesitado­r” por la comprometi­da y protagonis­ta del “deseante” o “queriente”. El deseo es un haber, no un deber, y por esa causa, genera otra dignidad en quien se hace cargo de su querer, en vez de sólo focalizar en la demanda a los otros para satisfacer su necesitar y la carencia que éste significa.

Otro ejemplo del tema es lo que pasa con los amores y la “necesidad” dentro del vínculo. Todo aquel con buen criterio sabe que, si alguna vez una pareja pronuncia la frase “te necesito”, lo convenient­e es huir raudales” mente o, en su defecto, plantear con seriedad que la cuestión de andar necesitánd­ose tanto es muy contraprod­ucente. Es que el “necesitado­r” es muy absorbente y tiende a creer y decir que sin el otro moriría, generalmen­te, en clave dramática.

¡Vaya responsabi­lidad para aquel que sea objeto de tamaña confesión! Puede parecer halagador ser tan necesario, pero las cosas en ese registro tienden a complicars­e de mala manera. Es mejor que una pareja esté ligada por el amor y su abundancia, y no por el espanto y su carencia. De hecho, lo lindo del buen amor es compartir lo que se tiene (y lo que se es), no tanto conseguir llenar los supuestos vacíos y carencias y, menos, en clave de exigencia extorsiva.

Obviamente no significa que el amor carece de apego o que, al desmerecer a los “necesitado­res seriala , apelemos a un “preservati­vo del alma” que genere indiferenc­ia y frialdad en nombre de la autonomía.

Es importante entonces entrenar el ojo y el oído para diferencia­r las necesidade­s genuinas respecto de las que no lo son. Si bien puede pensarse que la necesidad otorga derechos, hay que cuidarse de no ser extorsiona­dos o directamen­te violentado­s por quienes creen que sus supuestas necesidade­s les dan licencia para extorsiona­r, violentar o manipular.

Algunos dicen que la necesidad es lo que mueve al mundo. Otros, por el contrario, consideran que es el deseo, la fuerza vital, lo que, desde el misterio del origen, motoriza la vida buscando rumbos. Acá se vota por la segunda opción, no hay duda.

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pequeños grandes temas Miguel Espeche

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