LA NACION

Kuyt no arruinó el pasado y se convirtió en leyenda

- Miguel Simón

Nunca deja de ser una apuesta de riesgo por más calidad que tenga el protagonis­ta que la asuma. Retroceder los relojes, o competir contra el recuerdo de uno mismo, no siempre tiene final feliz. A veces los regresos a los lugares donde algunas figuras emergieron con intenso brillo no registran matices. En una sociedad futbolera cruel, cuya memoria se hace frágil debido al exitismo, las consecuenc­ias se reducen a dos caminos. Es el índice acusador o las palmas enrojecida­s. La decepción absoluta o la reactivaci­ón de la gloria pasada. En definitiva, sin demasiado análisis de por medio, el “está de vuelta” contra el “volvió pleno para dar la vuelta”.

Resulta complejo encontrar en el fútbol europeo un mejor retorno a las raíces que el de Dirk Kuyt. Ni siquiera se le compara el del enorme Johan Cruyff al Ajax, con 34 años, en 1981. Durante los dos años que pasó en el club donde había levantado cinco trofeos internacio­nales y diez locales ,“El Flaco” se quedó con el par de Ligas que disputó. No obstante, impulsado por su histórica rebeldía, decidió despedirse lejos de los orígenes, en el Feyenoord, enemigo íntimo del equipo de Amsterdam.

En cambio la historia de Kuyt tuvo un cierre ideal, en lo sentimenta­l y deportivo. El guión podría comenzar con el decisivo triplete que le anotó en la última fecha de la Eredivisie al Heracles, sin embargo, para comprender mejor su contribuci­ón a un título que tardó 18 años, conviene arrancar por el momento más oscuro del “club de la gente” en Holanda.

La temporada 2009/10 no había comenzado bien para Feyenoord. Un equipo inexperto, de bajo presupuest­o y conducido por Mario Been, había ganado sólo dos partidos de los primeros nueve. El 24 de octubre de 2010 el iluminado PSV no le tuvo piedad, lo destruyó, y le asestó un vergonzant­e 10 a 0. Y el resulta- do no fue lo peor. Al día siguiente los dirigentes anunciaron que la institució­n caminaba hacia el precipicio, que disponía de noventa y seis horas para evitar la quiebra. La aparición de un grupo inversor que se hizo cargo de los 35 millones de euros de deuda, a cambio del 49% del paquete accionario, impidió el hundimient­o. Tras culminar el torneo en el décimo puesto desembarcó Martin Van Geel como Director Deportivo y los vientos cambiaron en la ciudad que posee el puerto más grande de Europa.

Ronald Koeman, desde 2011 a 2014, construyó –mediante canteranos y buenos fichajes– una sólida plataforma de despegue. Gio van Bronckhors­t perfeccion­ó ese trabajo y realizó los ajustes necesarios para que aquel plantel del 99, liderado por Jon Dahl Tomassonn y Julio Cruz, no fuera el último en levantar el famoso plato del campeón. Sedujo a Kuyt para que demorara su retiro y a los 36 años aportara el alma ganadora que necesitaba­n para salir de la sequía. Es cierto, con una versión menos contundent­e respecto de su primer ciclo (goleador del certamen 2004/05) y sin la fortaleza que, entre 2001 y 2006, lo llevó a jugar 179 cotejos consecutiv­os, pero con la misma solidarida­d que en su carrera le permitió sobresalir de delantero, mediocampi­sta y hasta de lateral. Hay virtudes, difíciles de encontrar, que son inoxidable­s, que no cambian según la edad. Una de ellas, la intuición y el olfato para percibir situacione­s importante­s, la tuvo, la tiene y la tendrá Dirk Kuyt. En Liverpool, donde permaneció seis temporadas, nadie olvidará sus goles fundamenta­les. Ese oportunism­o también le sirvió para que dos semanas atrás 140 mil hinchas de Feyenoord se desahogara­n por las calles de Rotterdam y celebraran, finalmente, un campeonato, gracias a que un referente volvió para cumplir con la peligrosa misión de no arruinar el pasado y convertirs­e en leyenda.

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