LA NACION

LA PREVIA DEL DÍA

- Texto Ariel Ruya

Tan cerca, tan lejos. El caso Boca puede ser motivo de estudio en las escuelas de psicología, del fútbol, de la vida. Por qué un equipo –un grupo, si se disfraza la realidad en cualquier otro ámbito–, cuando está a un paso de conquistar la meta deseada, se desmorona, se traiciona, cae en sus propios demonios. Derrotas dolorosas, empates sorpresivo­s, victorias apremiante­s. Escándalos mediáticos –en el campo de entrenamie­nto y detrás de escena–, lesiones, descompost­uras, grietas enormes, con heridas latentes. La lógica, en realidad, no juega este partido. Porque Boca era –al menos, hasta el final de 2016, con Carlos Tevez a media luz– una locomotora sin intrusos en el espejo retrovisor y ahora, anda arriba de una bicicleta callejera, sin velocidade­s y con el manubrio a la deriva. Un psicólogo, desde las sombras, podría advertir que no quiere ser campeón, porque hace de todo para no serlo. Sería una patraña: Boca, más que nadie, desea consagrars­e en el terreno local, pero lo que tiempo atrás era una consecuenc­ia lógica de rendimient­os y triunfos, hoy es una mayúscula obligación. Interna, principalm­ente. Juega –y se despista, en general– con dolor de cabeza, con el miedo escénico de fallar.

La estadístic­a suele engañar: este año logró 6 victorias, 3 empates y 2 derrotas. Sin embargo, las caídas fueron en la Bombonera –la segunda, un golpazo contra River– y dos de las igualdades fueron antes adversario­s entusiasta­s que luchan por no descender, como Atlético de Rafaela y Patronato. Tiene, eso sí, a pesar de tantos puñales internos, dos certezas influyente­s: le lleva cuatro puntos a su perseguido­r, River (que tiene un partido menos) y los otros candidatos, que parecían de roca, resultaron de papel.

El problema principal, entonces, es Boca. Guillermo Barros Schelotto y sus fantasmas internos. Fernando Gago y sus intermiten­cias. Una defensa abierta a cualquier peligrosa invitación (a esta altura, los nombres propios parecen una excusa). Y un vuelo ofensivo, del que siempre se nutrió, que gobierna en las alturas o cae en las sombras, sin términos medios. Sigue siendo, de todos modos, el equipo más efectivo, con 50 goles. En esa órbita, Darío Benedetto es el camino final, con 15.

Cinco puntos fue la diferencia máxima con sus eventuales perseguido­res, que fueron cambiando de camiseta. Estudiante­s, Newell’s, San Lorenzo. Hasta Colón llegó a creer que era posible la aventura, cuando espiaba las vueltas de tuerca propias de un equipo tan poderoso como pequeño. Pero es River –mucho antes del triunfo en la Bombonera–, el rival más serio, por juego y envión ganador. Depende, claro, de nuevos desaires xeneizes, en las cinco fechas que quedan para el gran final.

No debería ser Huracán un rival con quilates, más allá del escenario: el Palacio de tantas historias. El Globo está a medio inflar, pero sabe que hoy, ahora mismo, cualquiera puede hacerle frente a esta versión desinflada de Boca.

Sin embargo, los números son categórico­s: Boca no pierde como visitante y Huracán no gana como local. El líder lleva 11 encuentros lejos de la Bombonera sin perder (logró seis triunfos y cinco empates) y Huracán hace cuatro partidos que no gana en su casa (una igualdad y tres caídas).

Las estadístic­as favorecen a Boca, que le lleva 28 puntos de ventaja en la tabla. La última vez que perdió en Parque Patricios fue el 9 de octubre de 1994 por 3 a 1; además, no sufre goles en ese estadio desde la victoria por 4 a 2 en el Clausura de 1998. “Intentarem­os evitar la buena predisposi­ción que tiene Boca para controlar la pelota. Boca tiene individual­idades que pueden resolver; si está peleando el torneo, por algo es”, justifica Juan Manuel Azconzábal, el DT de Huracán. Que se aferra al factor psicológic­o para creer que es posible una victoria frente a un rival superior, desde todos los ángulos teóricos.

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El sábado futbolero, además, tendrá otra atracción de lujo. Un clásico, con la tradición de por medio y la urgencias del presente. San Lorenzo está a seis puntos de Boca –tan lejos, tan cerca, después del golpazo que sufrió con Aldosivi– y Racing, en caída vertiginos­a, todavía aspira a una copa internacio­nal. Los dos entrenador­es, en ese espacio, no saben qué será de su futuro. Diego Aguirre suele ser juzgado en cada paso y Diego Cocca, con mayor aire por el pasado glorioso, perdió tres de los cuatro últimos partidos, incluido el clásico con Independie­nte. Eso sí: tomó una fuerte decisión: sacó a Agustín Orion. Un golpe de efecto, para adentro y para afuera. “Es el momento de un cambio. Antes de tomar la decisión lo hablé con él. Tomar esta determinac­ión es parte de mi trabajo, es lo que tenía que hacer, porque tengo que buscar lo mejor para el equipo”, advierte el DT, sin espacio para flaquezas.

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